Despertó antes del desayuno y se levantó con la esperanza de ir a la biblioteca un rato, pero al llegar, vio una nota pegada a la puerta con su nombre lo bastante grande para que no pudiese ignorarlo.
“Príncipe Nathaniel, debido a que me encuentro sumamente ocupado, no puedo decirle esto cara a cara, pero la princesa Eva, vendrá cada día hasta el final de la celebración y sus padres dejaron en claro que usted debería acompañarla durante ese tiempo. Así que, para asegurarme de que no se escabulla de sus responsabilidades, la biblioteca estará cerrada hasta el final de la conmemoración”
Atte.: visir Abraham Dubro”
De inmediato su expresión cambió a molestia, pero sin llegar a ira. Estaba pensando que hacer, cuando fue interrumpido por una voz familiar.
—Majestad, qué alegría verlo tan temprano.
—Aldenys. ¿Qué deseas? —interrogó Nathaniel con entusiasmo.
—El libro ya está listo, aquí le tengo una réplica exacta y el original —expresó el hombre con satisfacción al ver el brillo en los ojos del príncipe—. Y para disfrute de otros, he hecho una copia que estará en la biblioteca, cuando el visir decida regresarnos la llave.
—Maravilloso. ¿Qué descubriste? —interrogó mientras hojeaba el tomo nuevo.
—Son historias para dormir, diría yo —respondió sin mucho interés—. Hermosas todas, aunque algunas no tienen mucho sentido para mí. Ha llamado sobre manera mi atención una en particular, llamada el espejo de la belleza indeseable. Cualquiera que se mire en él, conseguirá un rostro de extrema belleza.
—¿De verdad? —interrogó Nathaniel y una mueca de incredulidad se dibujó en la máscara.
—Sí, así es —contestó Aldenys con una sonrisa—. Pensé que tal vez esa historia llamaría la atención de su majestad y, ya que no puede entrar en la biblioteca, pues puede leer este libro entonces.
—Maravilloso, Aldenys —dijo Nathaniel con entusiasmo y un resplandeciente amarillo en su máscara—. Muchísimas gracias. Lo leeré de inmediato.
—Ha sido un placer, majestad —expresó alegremente—. Iré a ver a mi familia, debo ayudar a mi esposa y a mis hijas con los preparativos de nuestra casa.
—Adelante y gracias nuevamente.
Nathaniel llevó consigo uno de los libros al comedor para esperar el desayuno y comenzó a leer. Estaba tan sumergido en los relatos, que no eran ni cortos, ni largos, sino de la medida exacta, que no notó que acabó de desayunar hasta que quitaron su plato de la mesa. Se puso de pie y sin dejar de leer fue hacia el jardín y se sentó en una banca frente a una de las fuentes.
Jamás había leído un libro de ese tipo, le agradó al punto de que la princesa Eva estaba sentada a su lado y él no la notó, hasta que por un instante dejó de leer y levantó la vista para calcular la hora.
—Ha de ser un libro interesante —comentó Eva entonces.
Nathaniel se sobresaltó a tal punto, que retrocedió sin pensar en lo que hacía y acabó por caerse de la banca y quedar tendido con las piernas sobre el asiento.
—¿Cuánto tiempo lleva sentada allí? —interrogó espantado, respirando agitado.
—¿Majestad podría pedirle un favor? —preguntó mirando curiosa como el color negro de la máscara se aclaraba hasta regresar a su común blanco perlado.
—¿Qué cosa? —inquirió mientras se levantaba y se sacudía la ropa.
—¿Sería mucha molestia que dejáramos las formalidades? —La pregunta fue hecha con una cautela absoluta y un deje de súplica.
—No me parece correcto —respondió volviéndose a sentar—, pero sí se siente más cómoda esta manera, entonces estará bien.
—Muchísimas gracias —exclamó Eva emocionada—. En ese caso, me gustaría saber qué libro estabas leyendo.
—Ese libro que me ha prestado el día de ayer.
—De ninguna manera —dijo arrebatándole el tomo de las manos—. Este no puede ser mi libro.
—Me he tomado el atrevimiento y espero no le moleste —explicó Nathaniel con cautela—, de pedirle a mi escribano favorito que hiciera una copia para mí. De esa manera no dañaría el suyo.
—No me molesta, siempre que el original este seguro —dijo con una sonrisa.
—Está en palacio, donde nadie puede tocarlo.
—Me alegra —aseguró tranquila, devolviéndoselo—. ¿Le ha llamado la atención alguna historia?
—Varias en realidad —dijo mientras hojeaba el tomo con cuidado—. Me preguntaba si alguna era verdadera, aunque me parecería increíble.
—Muchas de esas historias han demostrado ser auténticas —comentó la princesa sin titubeos—. Otras, en cambio, no he podido comprobarlas ¿Cuál ha llamado más su atención?
—Por el momento no siento un interés especial en ninguna —respondió con tranquilidad—. No obstante, el escribano, me ha recomendado una que no he leído. Al parecer se trata de un espejo, capaz proporcionarle un hermoso rostro a cualquiera, quisiera saber si acaso esa historia es cierta.
—¿Y si le dijera que así es? —interrogó entusiasmada.
—¿Lo es?