Máscaras

Los sueños del príncipe

Nathaniel aún meditaba cuando escuchó la puerta de la habitación y al levantar la mirada, vio al visir entrar sonriente con dos cenas. Las colocó sobre la mesita de centro y se sentó.

 —Pude bajar al comedor —comentó Nathaniel mientras salía de la cama.

—Su madre no desea que salga de su recámara —le recordó Abraham sonriente—. Al menos hasta mañana.

—Están exagerando —dijo sentándose.

—¿Usted cree? —interrogó de forma retórica—. Se desapareció desde esta mañana, quizás desde la madrugada. Cuando al fin lo encuentran, está prendido en fiebre y difícilmente logra mantenerse de pie, sin nombrar que cualquier sonido por pequeño que fuese parecía empeorar un intenso dolor de cabeza y de pronto, sin aviso, todo se desvanece en el aire. Majestad, lo que sea que suceda tiene algo que ver con ese libro. ¿Volvió a tocarlo?

—No —respondió con rapidez—. Lo último que recuerdo es haberte pedido el libro del salón de música, nada real después de eso.

—¿Real? —interrogó confundido—. ¿A qué se refiere con real?

—Pude ver el rostro de la reina Aurora —dijo Nathaniel con entusiasmo y la máscara se tiño de amarillo.

—Deje de proferir blasfemias, majestad —suplicó en voz baja.

—No es mentira, Abraham —aseguró con alegría y sus mejillas se ruborizaron—. La vi y era la dama más bella que jamás haya visto en mi vida. No creo que exista una dama con una hermosura que se asemeje a la suya, ni siquiera que se aproxime. Fue gracias a eso que este reino surgió.

—¿Estás diciéndome que fue por pura vanidad? —interrogó con aire desconsolado.

—No, no en realidad —dijo negando con la cabeza—. La verdadera razón fue la codicia.

—No lo comprendo —expresó Abraham arqueando una ceja.

El príncipe le contó la verdadera historia tras la maravillosa reina a la que todos querían venerar, dejando al hombre intrigado y confundido. Si todo lo que Nathaniel decía era verdad, la celebración que se hacía en honor a la reina, antes, fue hecha para aumentar las riquezas del reino a costa de la princesa. El visir miró con intriga al príncipe, sin poder decir nada.

—Lo más extraño es que la historia, tiene cierta similitud con uno de los relatos del libro que Eva me prestó —exclamó Nathaniel risueño.

—¿Qué cosa? —interrogó confundido y preocupado.

—El relato del espejo mágico que concede un rostro de enorme belleza —explicó con rapidez—. Es demasiada coincidencia que ambos objetos hagan lo mismo.

—A menos que sean el mismo objeto —interrumpió Abraham nervioso.

—Pero, ¿podría haber durado tanto tiempo? —inquirió dudoso.

—Si nadie sabe cómo destruirlo, quizás —respondió desinteresado—. Pero eso no explica lo de las máscaras, su alteza.

—Creo que ella las usó como último recurso —respondió pensativo—. La hechicera que entregó el espejo, le advirtió que el efecto duraría por diez generaciones cada vez que lo utilizara.

—¿Cuántas veces lo empleó? —preguntó Abraham con la voz crispada.

—Cinco veces.

—¡¿Esta maldición durará cincuenta generaciones?! —interrogó en un grito.

—La del espejo sí —dijo Nathaniel con rapidez tratando de calmarlo—. Pero no sé si la de las máscaras dure el mismo tiempo, o sea por tiempo indefinido.

—Ahora comprendo, usa una imprecación para cubrir otra —dijo con pesar—. No quería que de nuevo empleasen ese hechizo para beneficios avaros.

—Creo que era algo más que solo eso —comentó lanzando un suspiro—. La reina no era avara, ni pretenciosa, no estaba invadida por la vanidad ni nada parecido.

—Tal vez ella no, pero claramente quienes le rodeaban sí.

—Al menos, ya sé por qué motivo usó las máscaras, pero aún no sé lo que quiero saber —expresó enojado.

—¿Por qué la suya es diferente? —interrogó Abraham.

—Y como quitármela —añadió con fastidio.

—Majestad, después de lo que ha descubierto, quizá no sea tan buena idea que se la quite —sugirió con cautela.

—¿Por qué lo dices?

—Quizás si se la quita, la otra imprecación tome represalias y se vuelva peligrosa.

—¿No consideras que es bastante peligroso no poder mentir? —interrogó Nathaniel furioso. 

—Imagino que volverá al libro —dijo para no irritarlo más.

—No por ahora —comentó resignado—. Esperaré que pase la conmemoración, puedes llevártelo si quieres.

—Confió plenamente en usted, al igual que usted confía en mí —aseguró con satisfacción.

—Gracias, Abraham.

—Ahora a la cama.

—Aún no estoy cansado —refunfuñó y una mueca se dibujó en la máscara.

—Puede leer más historias del libro que la princesa Eva le prestó —recomendó Abraham mientras se levantaba—. Pero acostado, ¿está bien?

Nathaniel se levantó lanzando un resoplido y se metió a la cama. El visir dejó la habitación después de cerrar las puertas del balcón y el príncipe tomó el libro de nuevo. Buscó cualquier otra historia relacionada con la del espejo, pero no encontró ninguna, ni siquiera ligeramente parecida. Todas las demás eran sobre animales parlantes y moralejas que realmente no le interesaban. Estaba cansado, pero realmente no deseaba quedarse dormido, sin embargo, luchar no le sirvió de nada.



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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