En otro lugar, Nathaniel disfrutaba de estar colgado de los pies, con un saco envolviendo su cabeza. Escuchaba las risas de los soldados y sentía como le arrojaban objetos. Las plegarias del visir parecían haber sido escuchadas, pues el príncipe no sabía qué era Taurini la responsable de todo, pero no tardaría en descubrirlo. Comenzaba a sentirse mareado y tenía la esperanza de que no tardaran en bajarlo y así fue. No pasó mucho cuando lo soltaron y lo dejaron atado en un rincón.
Escuchó como todo fue quedando en silencio, no estaba seguro de la hora, pero tenía sueño. Comenzaba a cavilar cuando sintió un fuerte golpe en la cabeza y escuchó la voz de Taurini.
—¿Acaso no está disfrutando su estadía, su señoría? —interrogó divertida—. Le he pedido a mis soldados que lo traten como a un rey.
—Me han tratado de maravilla. He disfrutado mucho de su hospitalidad —dijo con sarcasmo.
—¿Te burlas de mí acaso? —preguntó furiosa.
—¿Hace falta que hagas una pregunta tan estúpida como esa? —desdeñó Nathaniel furioso—. ¿Para qué me has traído aquí?
—Me sorprende que no lo sepas —expresó disgustada—. Dejé en claro que sí te comprometías, te mataría.
—Aún no hay ningún compromiso —masculló con fastidio—. No sé de qué me estás hablando
—¿Quieres acaso que le pregunté a la princesa Eva? —inquirió prepotente—. Pues ella se veía feliz a tu lado, como cualquier dama que se acaba de comprometer.
—No existe tal compromiso —insistió—. No sé de dónde ha sacado esa idea.
—¿Quizás del mensajero que mis guardias interceptaron camino al palacio del rey Eduardo con una carta?
—Me alegra que lograras detenerlo —reconoció con satisfacción—. Confiaba en que la princesa no aceptara.
—¿Piensas que creeré que estabas confiando en eso? —preguntó indignada.
—Completamente. Y aun si ella aceptaba, mi plan era dejarla en altar —confesó con indiferencia.
—Claro, ahora te harás el mártir, pobrecito príncipe —expreso con falsa condolencia—. ¿Acaso no estás feliz? Voy a evitarte la humillación de hundir a otro reino en la maldición que aqueja a tu familia, deberías estar agradecido.
—Lo estoy —dijo con satisfacción—. No te imaginas que tanto.
—No te preocupes; el sarcasmo se te acabará pronto —desdeñó disgustada.
—Espero con ansias.
El príncipe lanzó un suspiro resignado mientras la escuchaba alejarse y todo quedó de nuevo en silencio. Todavía estaba reflexionando en su situación cuando sintió que lo levantaban del brazo y alguien lo guio fuera del recinto. Sabía que estaban en el exterior, pues podía sentir la brisa. Tenía un mal presentimiento y justo como sospechaba, lo colgaron de nuevo por los pies. Esa sensación realmente le parecía incómoda, pero no le dio tiempo de ocuparse de eso, pues escuchó a Taurini hablar a sus ayudantes a los gritos.
—Aquí lo tienen —exclamó orgullosa—. El portador de una de las imprecaciones más horribles que hayan visto estos reinos. Al fin podremos destruir a otra familia maldita. Debemos limpiar nuestras tierras de estos monstruos. Golpéenlo hasta que nos libremos de su presencia.
La multitud dejó escapar un alarido que llenó de terror el corazón de Nathaniel. No podía verlos, pero estaba claro que no eran unos pocos; sin duda eran más que solo unos cuantos. El príncipe contuvo el aliento para soportar el dolor, cuando sintió en la espalda un golpe bien asestado con un grueso mazo de madera. Sin embargo, dejó escapar un grito cuando un segundo golpe siguió al anterior, y así, comenzaron uno tras otro.
Estaba ahogado con el dolor, apenas podía tomar aire entre cada uno de los golpes y sentía, además, como los más lejanos, le arrojaban piedras. Escuchaba las risas y el frenesí de lo que para ellos parecía ser una fiesta. Pensaba que de cierta manera se lo merecía y deseaba que alguno de ellos por fin acabara con esa historia. Lamentaba no haber podido despedirse de sus padres y de Abraham; pero nada más. De pronto, todo se convirtió en absoluto silencio, cuando una de las ramas, lo golpeo con tal fuerza en la cabeza, que lo dejó inconsciente.
Nathaniel no tuvo noción alguna de cuánto tiempo estuvo así, hasta que sintió su cuerpo golpear el suelo, haciéndolo de alguna forma reaccionar y tomar una bocanada de aire desesperado.
—¿Qué les parece? —interrogó Taurini con desdén—. El miserable aún vive. Pero no importa, sé de unas pobres almas que desean más que ninguna otra tomar venganza sobre este fenómeno mal… Levántenlo. Ya que no ha tenido suficiente, llevaremos al príncipe de paseo.
—¿A dónde mi señora? —interrogó curioso y divertido un hombre de voz chillona.
—Ya verás.
Nathaniel no reaccionaba de un todo y el dolor no lo dejaba pensar claramente. Lo llevaban cargado entre dos hombres y cuando por fin recuperó la conciencia, sintió como lo lanzaban al suelo. Taurini quitó entonces el saco para que pudiera ver donde estaba. El príncipe quedó algo confundido al darse cuenta de que era la carpa, donde los artistas circenses practicaban. Estaban guardando todo cuando Taurini les ofreció desquitarse del joven de forma permanente.
Los hombres de Taurini lo desataron para que al menos se defendiera, aunque con la paliza que le habían dado, tenían esperanzas de que no se moviera.