Máscaras

Una nueva máscara

Al llegar abajo, Eva se sorprendió de que el rey la esperara al pie de las escaleras y qué risueño la acompañase al comedor. Se sintió aún más extrañada de que solo ellos dos estarían en la mesa para el desayuno. 

—Mi hermosa y dulce princesa —dijo en tono paternal—. He escuchado rumores que llaman mucho mi atención.

—¿Rumores? —interrogó nerviosa.

—Así es —respondió con tranquilidad—. Al parecer usted conoce más de mi familia que yo mismo y eso me tiene bastante intrigado.

—Dudo que así sea, majestad —comentó nerviosa—. Cosas sin importancia. Nada más.

—Hija, no tienes que tener miedo —aseguró el rey en tono cariñoso—. Con lo que has hecho, me has demostrado que no vienes con intención de dañar a los míos. Y cualquiera que proteja a mi familia será mi protegido ¿Comprendes?

—Sí. Sin embargo —añadió con pesar—, yo no sé cómo ayudar al príncipe, se lo juro

—Yo también conozco a tu familia princesa y su procedencia —explicó con calma—. Sé bien que puedes descubrir cómo ayudar a Nathaniel. Tendrás a tu disposición lo que haga falta. Él, es la luz de los ojos de mi reina y nada me rompe más el corazón que verla así de triste. Pero incluso si no está en tus manos el poder ayudarlo, no tendrás nada que temer. Me bastaré con saber que lo intentaste.

—Gracias, su alteza.

—El desayuno ha estado magnífico, ¿no lo crees? —interrogó risueño.

—Sí.

—Con permiso, tengo cosas que hacer.

Eva permaneció sentada en el comedor, pensando que hacer. No sabía cómo ayudarlo y tampoco sabía cómo averiguarlo. No se suponía que eso pasara, todo se le salió de las manos. Cuando se cansó de estar sentada, volvió a deambular por el palacio, tratando de que alguna idea llegara a su mente. Repasaba una y otra vez todo lo que sabía acerca de las máscaras, su procedencia, su historia, su magia, sus debilidades, pero no como reparar aquel daño. 

Que fuesen destruidas no era algo que debiera pasar, por esa razón, no pensó en una manera de repararlas. Le intrigaba como descubrió Taurini la forma de destruir la máscara de Nathaniel, pero no podía preguntarle al respecto. Caminó tanto, que sin notarlo estaba de pie frente al pasillo de los reyes y avanzó hasta quedar frente al retrato de Aurora. Hermosa como ninguna de sus predecesoras, de brillantes ojos azules y lacios cabellos negros con suaves bucles. De labios color carmín y mejillas ligeramente sonrosadas. De facciones delicadas, la muestra perfecta del poder del mágico espejo. 

La magia se fue degradando con las damas que la precedieron y ninguna era realmente tan bella como Aurora. Sin embargo, mirar a Nathaniel a los ojos, era mirar a esa primera reina. Él, era el único de sus descendientes que heredó, no solo su color de cabello, sino de ojos. Eva no dudaba de que, bajo la máscara, el príncipe de seguro era tan apuesto como la antigua reina. 

—Yo sé que ustedes no quieren ayudarlo —dijo dándose vuelta y mirando hacia el resto de los retratos—. Ni siquiera sienten algo de aprecio por él, pero, si no se salva, quizás su estirpe desaparezca por completo. Y aunque les duela, Nathaniel es parte de su sangre, su máscara lo prueba y ahora está hecha pedazos. 

De pronto, Eva sintió que se le helaba la sangre al escuchar las voces del pasillo, una tras otra. Sin embargo, lo que le decían no era una solución, sino no todo lo opuesto.

—¿Por qué no terminas lo que empezó Taurini? —interrogó el tercer rey con voz ronca.

—Esa máscara jamás debió existir —dijo su esposa en tono chillón.

—Deberías hacerla polvo —se burló otro de los reyes de voz áspera.

—No vuelvas a pronunciar el nombre de ese perjuró en nuestra presencia —desdeñó la abuela de Nathaniel.

—¿Está rota y aún está con vida? —interrogó sorprendido el segundo de los reyes.

—Eso prueba que es un monstruo —comentó el quinto.

—Debieron matarlo al nacer —expresó el sexto rey con desprecio.

—Nadie sabe la cantidad de maldad que se esconde en el corazón de ese —dijo la esposa del sexto.

—Su nacimiento era un mal augurio —comentó el décimo rey.

La paciencia de la princesa Eva llegó entonces al límite.

—¡Ya basta! —gritó furiosa—. ¡Todos ustedes son unos hostigados! ¿Acaso no se dan cuenta de que todos van a desaparecer si Nathaniel lo hace? ¡Él necesita su ayuda!

—Ellos no desaparecerían, majestad y tampoco la ayudarán —comentó entonces una voz dulce que no provenía de ninguna máscara.

—Señor Abraham, ¿qué hace aquí? 

—Me sorprende que haya logrado hacer que hablaran —comentó mirando a su alrededor—. Ellos no le temen a Nathaniel, le temen a la muerte.

—¿A la muerte? —interrogó desconcertada.

—Así es —respondió paciente—. Cada uno de ellos es prisionero de su máscara, pero aún permanecen en este mundo. No es con Nathaniel su disputa, pero está claro que, si el príncipe descubre como destruir esta imprecación, sus almas serán liberadas y muchos de ellos tienen pecados que pagar.



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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