Máscaras

Falsa princesa

Permaneció inmóvil recobrando fuerzas y cuando se sintió más motivado, se levantó. Al caminar un poco, salió de entre los arbustos que lo rodeaban y se encontró en un inmenso jardín, que no reconocía por la oscuridad. Miró a su alrededor y caminó hasta donde estaba una fuente, no podía distinguir la estatua en medio de la penumbra, pero desde allí se percató de que, no lejos, se alzaba un edificio magno; aunque no tanto como el palacio. 

Dirigió sus pasos hacia allá y al llegar golpeó tan fuerte como pudo las puertas, pero nadie respondió. Se deslizó hasta quedar sentado en el pórtico, para esperar que la tormenta pasara; de seguro al amanecer sabría dónde estaba. Aún dolorido y con todo el cuerpo lastimado, se quedó dormido sin poder evitarlo. Lo despertó el sonido de una voz familiar, ya bastante avanzado el día. 

—¿Su majestad? —interrogó con sorpresa—. ¿Príncipe Nathaniel es usted? Respóndame, por favor.

—¿Damián?

—¿Su señoría que está haciendo aquí? —preguntó llenándose de angustia—. Todos en palacio están buscándolo. ¿Cuánto tiempo lleva en este lugar?

—Damián, por favor baja la voz.

—Por todos los cielos está ardiendo —dijo tras colocarle la mano en la frente para retirarle el cabello y poder examinarlo—. Debo enviar un mensajero al palacio de inmediato, pero antes venga conmigo.

Damián lo ayudó a ponerse de pie para entrar al edificio y Nathaniel quedó asombrado al descubrir, que estaba en los jardines postreros de la biblioteca. ¿Cómo es que había llegado tan lejos? ¿Cómo burló a toda la guardia de palacio? Damián no dejaba de farfullar preocupado, pero el príncipe no lo escuchaba. Con cuidado lo dejó acostado sobre un diván del despacho; antes de buscar un mensajero. Nathaniel se sentía bastante mal, pero comenzaba a recordar lo que la reina le prometió. 

Necesitaba regresar al palacio pronto. Se estaba adormeciendo de nuevo cuando la voz y el abrazo fuerte de su madre lo hicieron reaccionar. 

—¿Nathaniel como llegaste aquí? —interrogó angustiada—. Tenemos cuatro días buscándote.

—Majestad, deben llevar al príncipe a donde el médico pueda examinarlo —explicó Damián paciente—, pero primero debe soltarlo.

—Es verdad, pero dense prisa entonces.

—Sí, su alteza.

Al llegar a palacio, los guardias llevaron al príncipe a su habitación y un momento después el médico entró. La reina se encaminó al salón del trono, para darle la noticia al rey, quien, al enterarse de todo, se abrazó a ella con fuerza y la levantó del suelo. 

—¿Está vivo? —interrogó con entusiasmo.

—Sí —respondió con una sonrisa—. Aún está delicado, pero está consiente.

—Eso es de gran alivio —confesó lanzando un suspiro—. ¿Le has dicho a Abraham?

—Mandé a alguien a informárselo.

—Maravilloso, mi reina. Esto es algo magnífico. 

Mientras ellos conversaban, el visir recibía la noticia. Subió a la habitación del príncipe a toda prisa, cerró el diario de la reina y lo colocó en su caja a resguardo. Después de ocultarlo en uno de los aparadores de la habitación, se acercó hasta el médico que examinaba al joven. El hombre quitó las vendas del rostro y ambos quedaron atónitos, al ver que la máscara estaba reparada casi por completo. Apenas quedaba una grieta en la frente, sobre el ojo derecho. 

Abraham estaba aliviado, pues el príncipe se encontraba bien, al menos hasta donde podía notarse; pues aun estando rota, su máscara conservaba los cambios de expresión y de colores que ya todos conocían. Sin embargo, los arabescos no pasaban sobre la grieta, en lugar de eso la rodeaban. Abraham esperó hasta que el médico terminó y apenas el galeno dejó la habitación, se sentó junto al príncipe.  

—Me alegra saber que se encuentra bien —comentó satisfecho.

—Tú abriste el libro, ¿no es así? —interrogó Nathaniel tumbado con los ojos cerrados.

—Tenía una corazonada —respondió Abraham orgulloso.

—¿Seguro que no fue más bien que te dieron una pista? 

—Podría ser —contestó pensativo—. Aunque no creo que haya sido de forma intencional.

—Fue intencional —aseguró abriendo los ojos y mirándolo con firmeza—. Ella lo sabía, sabe más de lo que dice.

—Estoy seguro de que sabe más de lo que dice —confesó Abraham con tranquilidad—. Pero no comprendo a que se refiere, mi señor.

—Por ahora quiero descansar un rato, Abraham —dijo volviendo a cerrar los ojos—. Pronto te contaré todo. Por favor no permitas que Eva se vaya.

—Ella no quiere escapar, majestad —dijo en voz baja—. Se lo aseguro.

—Lo sé —expresó con un bostezo—. Lo que no sé, es si la princesa Eva realmente exista, o si alguna vez existió.

—¿Qué cosa? —interrogó desconcertado.

—Pronto te contaré todo —repitió Nathaniel adormecido.

—Que descanse, su señoría.

Abraham, desconcertado, se levantó de la cama, cerró las puertas del balcón, apagó las luces y dejó la habitación. Un par de días más tarde, Nathaniel rondaba los pasillos del palacio contra las órdenes del médico, quien le dispuso reposo absoluto. Sin embargo, pedírselo era una cosa y mantener al príncipe en cama algo diferente. Estaba reuniendo libros y llevando cosas a la biblioteca, pero ni aun el visir conseguía una explicación, pues el príncipe solo repetía, pronto te contaré todo. 



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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