Máscaras

Promesas

Nathaniel recorrió el palacio hasta encontrarlos en uno de los salones. Apenas entró, su madre lo miró y sin mediar palabra alguna se le abalanzó encima, abrazándolo con fuerza para luego sujetarlo de las mejillas. 

—Eres tan apuesto como imaginé, mi amor —dijo con cariño—. No miraba tu sonrisa, desde el día en que naciste.

—Y tan brillante como tú, mi reina —comentó el rey orgulloso—. Felicitaciones, hijo mío, casi no puedo creer que hayas alcanzado esto, lamento haber dudado.

—La verdad, no lo logré solo, majestad —expresó Nathaniel con firmeza—. He dado mi palabra y debo cumplir lo que he prometido. Necesito traer a Eva con su madre sana y salva.

—La hija de Eduardo —dijo el rey preocupado—. ¿Cómo piensas hacer eso? Su ejército es enorme.

—Quizás sea así, mi señor, pero yo tengo un plan y necesito que confíes en mí, como mi padre.

—Tienes toda mi confianza, Nathaniel —aseguró sin titubeos—. Lo sabes, pero es una tarea delicada la que quieres emprender. Necesito que tengas cuidado.

—Lo tendré —aseguró el príncipe con una sonrisa—. ¿Dónde se encuentra Evelín? Necesito hablar con ella.

—Creo que se dirigía al comedor —comentó la reina.

—Con su permiso, majestades —dijo Nathaniel cortes—. No puedo postergar esto por más tiempo.

—Adelante, alteza —respondió la reina—. Tiene nuestro permiso.

El príncipe hizo una reverencia y salió de allí rumbo al comedor, pero antes de llegar, vio a la mujer caminando en dirección a uno de los jardines de palacio, bastante angustiada. 

—Su majestad Evelín —la abordó Nathaniel.

—Nathaniel, solo dime Evelín, por favor —pidió con una sonrisa.

—Necesitamos conversar.

—No sé si sea la blasfemia del espejo —comentó ella con dulzura—, pero eres un joven muy apuesto, príncipe.

—¿Qué? —interrogó desconcertado.

—Comprendo —dijo con una sonrisa—. No estás acostumbrado a ese tipo de comentarios.

—¿La blasfemia del espejo sigue sobre mi familia? —interrogó Nathaniel con pesar.

—Durante cuarenta y dos generaciones más, si he calculado bien —respondió Evelin levantando la mirada al cielo.

—¿Cómo funciona la blasfemia del espejo sobre mí? 

—¿A qué te refieres? —interrogó desconcertada.

—La blasfemia del espejo, se hizo para una dama —explicó Nathaniel paciente—. Eso dice la historia del libro que me diste y lo dice el diario de mi antecesora. Sin embargo, yo soy un caballero, el efecto no puede ser el mismo.

—Ahora que lo mencionas —dijo pensativa—. Todos los descendientes de Aurora habían sido niñas hasta tu nacimiento y no parece que estuviese sobre ti, aunque sin duda la llevas.

—Necesito saber cómo funciona, si quieres que ayude a Eva.

—Está claro que debo descubrirlo —aseguró preocupada—, pero necesitaré algo de tiempo y no tenemos demasiado.

—Entonces será mejor que te des prisa —dijo Nathaniel con firmeza—. Y quiero saber el resto de la historia. Está claro que la reina Aurora no sabía que tú podrías vivir tanto tiempo, de lo contrario jamás te habría regresado el amuleto, pero lo hizo.

—Así es —dijo mirándolo con calma—. Pero… ¿Qué quieres saber exactamente?

—¿Cómo acabó el amuleto en manos del rey Eduardo? —interrogó Nathaniel con disgusto—. No puede ser que a pesar de las advertencias que te dieron, aun así, lo usaste de nuevo.

—Esa historia es larga, majestad —dijo Evelin resoplando con desgano.

—Quiero escucharla —exigió—. Te guste o no, necesito saber a qué rayos me estoy enfrentando al pisar ese palacio.

—Es verdad —reconoció resignada—. Hay una forma de resolverlo, acompáñeme, su alteza.

Nathaniel la siguió hasta la biblioteca, donde ella recogió su anillo de la mesa. Lo colocó en el dedo del príncipe y luego de darle un beso en la frente, lo atrapó antes de que cayera al suelo, justo cuando el visir entraba. 

—¿Qué has hecho? —interrogó Abraham angustiado.

—Simplemente, duerme —respondió con tranquilidad—. Despertará para la cena, lo prometo.

—Honestamente, señora —reprochó Abraham ayudándola a poner al joven en el diván—, debe tener cuidado con el príncipe.

—Lo tengo —aseguró Evelin—. Aún necesito su ayuda.

—Con su permiso, madame.

El visir tomó de la mesa unos documentos y dejó la habitación, seguido por Evelín. El príncipe permaneció dormido sobre el diván el resto de la tarde. Nathaniel despertó justo antes de la cena, cayendo al suelo después de salir de una pesadilla. Permaneció tendido sobre la alfombra mirando el techo, con la respiración entre cortada y sudando frío. No se habría levantado, de no ser porque el visir entró a buscarlo para ir a cenar. 

—¿Majestad que sucedió? —interrogó sorprendido de verlo en el suelo.

—Nada que pueda resolver —respondió Nathaniel sin moverse.



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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