Máscaras

La caída de un reino

Al llegar la hora, los cien hombres que acompañaban al príncipe se abrieron camino entre los guardias del palacio de Eduardo. No dejaban cabos sin atar, cada uno de los soldados enemigos era quitado del medio y uno de los hombres del príncipe tomaba su lugar, asegurando cada posible zona de ataque, hasta llegar al salón del trono; donde se celebraba la ceremonia. Aún acompañaban a Nathaniel veinte hombres, para mediar con los que estarían rodeando al rey. 

En la sala, justo como se esperaba, estaban el rey, la princesa sentada a su lado con el rostro cubierto y unos cuantos soldados; además de los miembros de la corte. 

—¿Quién se atreve a irrumpir de esa manera en mi palacio? —interrogó Eduardo indignado poniéndose de pie.

Después de que sus soldados contuvieran a quienes los habían enfrentado; Nathaniel dio entonces un paso al frente y con expresión sería se dirigió al rey.

—Lo único que su majestad necesita saber, es que mi reino lo considera una amenaza y ha decidido deshacerse de usted.

—Por favor, muchacho —se burló prepotente—, eres muy atrevido al decir esas cosas. ¡Guardias, mátenlos a todos!

Ante la falta de respuesta, el confiado rey se sintió amedrentado tras descubrir que todos sus hombres habían caído y que los cortesanos, estaban prisioneros en un rincón, resguardados por algunos de los hombres del príncipe. Sin embargo, la confianza del rey regresó en un parpadeo. 

—Haré que tú mismo te mates —desdeño furioso—, muchacho insolente.

Nathaniel observó como el rey movía su mano en dirección a la princesa y ella, con solo ponerse de pie y pronunciar unas palabras, hechizo a todos sus hombres, para después ordenarles que lo asesinaran.  El príncipe se puso en guardia de inmediato, pero descubrió que por más que los soldados deseaban obedecer, no podían levantar sus manos contra él. Nathaniel soltó entonces la empuñadura de su espada y se acercó a un soldado, que aun con la espada en la mano no lograba alzarla para atacarlo.

—Tal parece que su magia no funciona, majestad —comentó con tranquilidad.

—¿Qué es esto? —interrogó Eduardo con la voz cargada de confusión.

Nathaniel comenzó a caminar en dirección al rey y la princesa, por órdenes de su padre, se quitó el velo y habló directamente con los guardias. Los hombres con esfuerzo lograron moverse y arrepentido de antemano por lo que haría, Nathaniel desenvainó su espada, pero los soldados continuaban sin poder atacarlo. Enfadada por lo que sucedía, Eva arrancó el brazalete de su mano y volvió a ordenarles a los guardias atacar a su comandante, sin éxito alguno. 

—Ellos, no pueden herirme —comentó Nathaniel al comprender lo que sucedía.

—De seguro pueden herirse entre ellos —dijo Eva desafiante llamando su atención.

—No te atrevas —amenazó furioso.

De inmediato, una sonrisa se dibujó sobre el rostro del rey, mientras la princesa hacía que cada hombre tomara una espada y atravesara a su compañero hasta matarlo. Unos pocos lograron resistirse a las órdenes de Eva, tras escuchar a Nathaniel pedirles que se detuvieran. Sin embargo, al no medir lo que ordenó, los cortesanos también tomaron las armas que caían a su alrededor y se mataron unos a otros. Nathaniel estaba invadido por la furia, se volvió a mirar a Eva con deseos de matarla, pero en lugar de eso se sonrió. 

—¿Está satisfecha, princesa? —interrogó con desdén—. Espero que lo haya disfrutado, porque yo reiré al final.

—¿Aún no estás muerto? —interrogó furiosa—. Quiero que te mates.

—Eso no pasará, madame —aseguró Nathaniel con firmeza—. No voy a obedecerte. Yo vine aquí a matar al rey y eso es lo que haré.

—¡No! ¡Padre!

Eduardo sacó su espada y enfrentó al príncipe, mientras Eva intentaba que Nathaniel la obedeciera. Se sintió aterrada al darse cuenta de que su padre estaba en desventaja, por lo que tomó una espada y se abalanzó contra Nathaniel. Al verla, el príncipe alzó su brazo izquierdo y el escudo se abrió, protegiéndolo de inmediato y lanzándola al suelo. Por más que Eva lo intentó una y otra vez, el resultado fue el mismo, no logró acercarse a Nathaniel. 

La última caída la dejó sin fuerzas para levantarse y se sentía angustiada sin saber que más hacer. Cuando Eduardo quedó en el suelo contra una pared tras perder su arma, Nathaniel alzó su espada para sacarlo de su camino. 

—¡¿Por qué vas a matarme a mí?! —interrogó aterrado.

—¿Qué clase de pregunta es esa? —inquirió Nathaniel indignado—. ¿Acaso no has matado tú a decenas de reyes para tomar sus reinos?

—Si lo que quieres es que deje de ser una amenaza para tu reino, ¿por qué no la matas a ella? —sugirió nervioso señalando a la princesa.

—Eso es caer muy bajo, majestad —comentó con lástima.

—¡Ella es el verdadero monstruo! —gritó Eduardo angustiado—. ¡Es perversa! ¡Es ella quien debe morir! ¡Es una abominación! ¡Te daré la mitad de mi reino, si la matas en mi lugar! —tomó entonces un respiro y con la voz temblorosa añadió—. Si ella no está, no hay nada que debas temer. Tus ojos pudieron ver de lo que es capaz con solo pronunciar una palabra

—Quizás, pero yo no vine a negociar —dijo Nathaniel con frialdad.



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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