Máscaras

Espejo roto

Apenas un día después de usar el amuleto por segunda vez, Eva fue despertada por el alboroto de Nathaniel en el piso de abajo. No dudaba de que ya estaba al tanto de la ausencia del espejo. Eva se cambió y bajó para confirmar su presentimiento. Las puertas del cuarto del príncipe estaban abiertas por completo y se podía ver a Abraham caminando detrás de él, tratando de calmarlo. 

Eva intentó regresar sin hacer ruido, pero el movimiento en el pasillo hizo a Nathaniel volver la cabeza con rapidez y cuando sus ojos, teñidos de ámbar por la ira, se fijaron en Eva, descubrió lo sucedido. 

—¡Tú! —gritó señalándola enfurecido—. ¡Lo robaste de mi cama! ¡Regrésamelo!

—¿Por qué debes destruirlo? —interrogó dando un paso atrás—. ¿Quién dice que tú tienes la razón?

—¡Eres una criatura estúpida! —dijo al borde la enajenación.

—Ya descubrí porque no tengo efecto sobre ti o tu familia —dijo desafiante—. ¡¿Crees que ahora que lo sé simplemente voy a devolverte el amuleto?! ¡De ninguna manera!

—¡¿De qué diantres estás hablando?! —interrogó mientras caminaba hacia ella.

—El padre de la reina Aurora uso el amuleto cinco veces, mientras que mi padre solo lo uso en mí en dos oportunidades —explicó retrocediendo—. El poder de tu familia aún ahora es más que él mío.

—¡¿Eres tan tonta como para querer alcanzar eso, Eva?! —interrogó indignado—. ¡¿Dejarás que nos consuma?!

—Quizás a tu familia —desdeñó desinteresada—. Lo que suceda después de mí, poco me importa. Quiero recuperar el poder de mi padre.

—No me dejas alternativa —dijo casi como un gruñido—. De verdad quería confiar en ti.

Abraham se aferró a Nathaniel de un salto, para intentar detenerlo, pero acabó en el suelo. Le gritó a la princesa que escapara, pues sabía que no podría contenerlo. Eva subió a toda prisa a su alcoba con Nathaniel rozándola con los dedos y cerró la puerta con tal fuerza que alcanzó a lastimarle la cara. De nuevo la voz del príncipe se escuchaba como un gruñido, mientras arremetía contra la puerta, exigiendo que la abriese. Dentro de la habitación, Eva luchaba desesperadamente por romper el sello del amuleto, mientras las puertas comenzaban a ceder. 

Eva podía escuchar a los guardias tratando de detener a Nathaniel, pero ya resultaba inútil. Se transformó en una bestia que no alcanzaba a decir nada comprensible. Nathaniel logró eliminar el obstáculo que se interponía en su camino y se dirigía hacia Eva, quien aún con soberbia ocultó el amuleto tras de sí, pero esto no sirvió de nada. En un movimiento la criatura, que alguna vez fue el príncipe Nathaniel, se abalanzó sobre ella y de un fuerte empujón la hizo soltar el amuleto y lo levantó del suelo. 

Sin embargo, antes de que él pudiera irse, Eva se puso de pie y se aferró al talismán con intención de recuperarlo. Ese toque, era lo único que faltaba para que el espejo se hiciese añicos; liberando de inmediato la magia en su interior. Eva quedó espantada al ver una sombra color borgoña salir de los fragmentos y envolver a la criatura qué no dejaba de luchar para liberarse. Aún estaba tratando de comprender lo que sucedía, cuando la voz de Evelín pareció sacarla de su ensimismamiento. 

—¡Por fin se ha roto! —gritó con tanto entusiasmo que Eva se sintió desconcertada—. No seré nunca más una prisionera, podré tener todo el poder que deseo.

La vista de Eva volvió entonces hacia Nathaniel y miró como la bestia con el aspecto de una quimera se separaba del cuerpo del príncipe, dejándolo en el suelo. La criatura miró a su alrededor antes de caminar altanera en dirección a Evelín y sentarse a su lado. 

—¿Qué es lo que has hecho? —interrogó Eva confundida y asustada.

—¿Acaso no lo ves? —preguntó con burlona incredulidad—. La verdad pensé que tardarían un poco más, pero tal vez tu terquedad aceleró el proceso.

—No comprendo —tartamudeó.

—Lo entenderás en su debido momento —aseguró indiferente—. ¡Guardias, arréstenlos a ambos! —ordenó petulante y orgullosa—. También al rey, a la reina y al visir. No voy a correr ningún riesgo.

—¡Basta! —gritó Eva intentando que los guardias se alejaran de ella.

—Antes de qué te humilles haciendo una tontería, pequeña —interrumpió Evelin mirándola con desprecio—. Al romperse el amuleto, perdiste todo tu poder. Así que no te molestes en intentar nada. Enciérrenla en su cuarto y lleven a los prisioneros abajo.

Cuando Nathaniel recobró la consciencia, estaba atado en el piso del salón del trono. Sentía un intenso dolor en todo su cuerpo que hacía que incluso respirar fuese hiriente. Se sintió desconcertado al ver a Evelín sentada en el trono, miró a su alrededor y vio que sus padres atados junto a él, permanecían de rodilla y amordazados. No lejos de allí, estaba Abraham en las mismas condiciones, pero la princesa Eva no estaba al alcance de su vista. Bastó con que Nathaniel intentará levantarse para que captara la atención de Evelín. 

—Bienvenido, Nathaniel —dijo entusiasmada—. Es hora de la fiesta de despedida.

—¿Qué? —interrogó levantando la cabeza para mirarla—. ¿Qué fue lo que sucedió?

—Han roto el amuleto, mi querido príncipe —respondió con alegría.



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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