Máscaras

Encierro

De nuevo lo llevaron con el verdugo, lo ataron al mesón y una vez más, sintió su piel quemarse bajo la punta de la barra al rojo vivo; mientras el verdugo escribía sin piedad, otra oración junto a la primera. Los gritos del príncipe llenaban la celda y llegaban a escucharse al final del corredor. Nathaniel no podía ver el rostro de la persona, pero con cada segundo de intenso dolor, deseaba poder hacerle lo mismo. Solo pudo retorcerse y forcejear, tratando de soltarse, mientras el dolor empeoraba. Hasta que nuevamente el hombre terminó. 

Nathaniel sudaba y temblaba de la cabeza a los pies cuando los guardias lo regresaron a su celda. Trató de ponerse de pie, aun sin estar en condiciones. Necesitaba salir de allí. No existía nadie que pudiera ayudarlo. Incluso si deseaba morir, debía hacerlo por su cuenta. Estaba claro que la magia de Evelín no permitía que muriese, así que debía buscar otra manera. Se acercó despacio hasta la puerta y se asomó por los barrotes. Junto a su celda estaba una vieja armadura vacía, con su lanza. 

No eran más que decoraciones, para hacer pensar a los prisioneros que los vigilaban. Pasó su brazo izquierdo por entre los barrotes, pero no pudo alcanzarla, sus dedos apenas la rozaban. Se deslizó recostado de la puerta hasta quedar sentado en el suelo y miró desde allí su celda. Aún entraban por un viejo tragaluz, unos tenues rayos de sol; suficientes para que pudiera ver, pero nada que pudiese usar estaba a la vista. Volvió a ponerse de pie y sacó de nuevo su brazo por los barrotes, pero nuevamente solo sintió el metal de la armadura rozar la punta de sus dedos. 

Insistió hasta el cansancio, pero no sirvió de nada. Comenzó a sentir que la fiebre regresaba, estaba mareado y casi no podía respirar. Volvió a sentarse y se quedó dormido, con la esperanza de que la fiebre lo matara. Despertó poco después, sobresaltado por una pesadilla. Se arrastró hasta un rincón y de nuevo trató de dormir. Un frío intenso le invadió el cuerpo y, aun así, no dejaba de sudar. No supo cuando volvió a dormirse, pero despertó al sentir el dolor de su brazo incrementarse de repente. 

Abrió los ojos y se percató de que los guardias lo llevaban de nuevo con el verdugo, pero esta vez, Evelín bajó y aún cansado, Nathaniel notó a otro prisionero que traía el rostro oculto, aunque era evidente que se trataba de una dama. Aun así, Nathaniel estaba demasiado sumido en sus propios problemas para meditar al respecto. 

—Estoy decepcionada de ambos —expresó furiosa—. Son muy necios para entender que no pueden contra mí. Prefieren quebrarse que doblarse. Pero, sobre todo, estoy decepcionado de ti, Eva. Pensé que al menos tú entenderías mis razones para hacer lo que he hecho. Y tú, Nathaniel, bien podrías dejar de ser tan estúpido y obedecer de una buena vez.

—Tú también podrías dejar de ser tan estúpida y matarme de una vez —expresó Nathaniel con desgano.

—No eres de acero, Nathaniel —desdeñó con fastidio—. Tarde o temprano tendrás que ceder y hoy me encargaré de que así sea.

—Tendrías que matarme —se burló dolorido.

—Ya lo veremos.

Evelín chasqueó los dedos y el verdugo de antes entró en la celda, pero su rostro estaba descubierto. El corazón de Nathaniel se desmoronó al ver que se trataba de Aldenys, sin duda, bajo el hechizo de Evelín. Nathaniel se habría resentido, pero ya no tenía fuerzas ni para eso. Evelín tomó la máscara del verdugo, la uso para amordazar a Nathaniel y se sentó a mirar, lo que para ella resultaba un espectáculo. Nathaniel cerró los ojos cuando vio el hierro caliente acercarse de nuevo a su brazo. 

Dejó escapar un grito ahogado cuando lo sintió lacerarle la carne otra vez, mientras Aldenys volvía a escribir otra sucesión de palabras, indicadas por Evelín. Por más que la mordaza lograba aplacarlos, los gritos de Nathaniel llenaban la habitación. Una tras otra, las palabras quedaban grabadas en su piel. No obstante, en medio del dolor y la desesperación, Nathaniel vio que el rostro de Aldenys estaba marcado por las lágrimas. 

Aquella expresión inclemente, aquellos movimientos despiadados, aquella mano que lo sostenía con violencia, estaban ocultando el alma del escribano, quien estaba más que consiente, de que lo que hacía estaba mal, pero no podía desobedecer a Evelín. Por más que su mente luchaba y luchaba, su cuerpo no le obedecía. Se odiaba a sí mismo y odiaba a la bruja que lo sometía a semejante martirio, pero debía obedecer y herir a su príncipe. Cuando por fin terminó, dejaron a Nathaniel de rodillas a los pies de Evelín.   

—Estás lastimando a los que te rodean, Nathaniel —dijo Evelin mirándolo con molestia.

—¡No más que tú! —espetó con un hilo de voz—. Deja ya la terquedad, miserable arpía y mátame de una vez. 

—Si tienes tantos deseos de morir —dijo burlona—. ¿Por qué no tomas el castigo de Eva también? Me pregunto, si ella soportara tanto dolor como tú.

—No hay forma —expresó indignado—. Ni siquiera tú eres tan sucia, para marcarla.

—Claro que no —aseguró despreocupada—. Hacerlo en el brazo sería muy evidente, sería mejor en la espalda. Es más extensa y puede ocultarlo bajo sus vestidos. También pensé en sus piernas —admitió burlona—. Son un poco más cortas, aunque, las faldas también lo ocultarían todo. En cualquier caso, no creo que haya diferencia, sin embargo, mejor podrías disfrutar el espectáculo, de rodillas junto a mí.

Evelín chasqueó los dedos y los guardias llevaron a Eva hasta el mesón. Nathaniel sentía el estómago revolvérsele y no era por el hecho de que su brazo derecho aún ardía; sino por ver que el verdugo era distinto. En lugar de Aldenys, era el monstruo de Evelín. En un instante, las imágenes de la muerte de Abraham regresaron a su mente y por mucho que deseara que fuese así, su corazón no era tan frío como el de la hechicera. Pero hizo un esfuerzo sobre humano para fingir indiferencia al dirigirse a ella. 



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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