Máscaras

El final del baile

Nathaniel despertó sobresaltado y notó que estaba solo. Se incorporó con rapidez y al descubrirse el torso; vio que las heridas habían sanado y apenas si sentía dolor. Llamó a Eva una y otra vez, pero fue en vano, Evelín se la había llevado. Se abalanzó contra la puerta con todas sus fuerzas, y sirvió de nada. Sin embargo, estaba decidido a escapar. Sacó su brazo por los barrotes para alcanzar la armadura, pero apenas la rozaba. Mientras forcejeaba, notó con la punta de su pie la abertura por la que pasaban la bandeja de comida y se llenó de entusiasmo. 

Se sentó, sacó la pierna y de inmediato hizo caer la armadura de una patada. Por fortuna, la lanza quedó lo bastante cerca para arrastrarla con su pie. Forzó la cerradura y abrió la puerta con un sonido chirriante, por lo que agradeció estar solo. Caminó hasta las escaleras que llevaban al salón de adiestramiento del ejército. Un extenso patio lleno de estructuras de madera, que los soldados usaban para entrenar, por lo que no era común ver el patio completamente solo, pero agradeció que así fuese. 

Corrió a la salida que llevaba a uno de los jardines laterales del palacio y pudo ver la edificación en la distancia. Aún no caía la noche, por lo que debía caminar con cuidado. No podía confiar en nadie y dejarse ver era sin duda una tontería. No obstante, algo estaba mal. Caminó ocultándose entre los arbustos, y descubrió que no nadie estaba cerca de allí. Recordó entonces los desprotegidos linderos del castillo de Eduardo y pensó, que el exceso de poder venía de la mano de la imprudencia, en algunas ocasiones. 

No tardó en llegar al edificio y se ocultó entre las paredes y los arbustos. Continuó hasta dar con uno de los pasadizos que conocía y empujando un relieve, activó el mecanismo para abrir. Entró y empujó otra figura cerrando una vez más. Al llegar a la salida, descubrió el motivo de la ausencia de guardias. Podía escuchar la música que provenía del salón del trono. Todos debían estar celebrando, mientras el resto del palacio, estaba desprotegido. Evelín parecía confiada de su poder, tanto como el rey Eduardo, quizás más. 

Nathaniel subió corriendo a su alcoba, con todo el camino libre. Se quitó la ropa y al lanzarla al suelo, escuchó un sonido tintineante. Revisó con cuidado y se llevó una gran sorpresa al ver el frasquito de pócima con una pequeña nota atada.

“Aún no descubro como revertir el efecto, pero estoy segura de que Evelín no tardará en volver por mí. Debes beber hasta la última gota y cuando recuperes tu espada y tu escudo mánchalos con tu sangre, de lo contrario no podrás dañarla. Sé que puedes salir de esta celda, príncipe, ella no es más poderosa que tú. Por eso te teme. No sé si estaré aquí cuando logres librarte de ella, pero me siento satisfecha de haberte sido de ayuda”

Evangeline.

Nataniel sintió que la furia lo invadía. Se vistió rápidamente, tomó una espada que guardaba en su alcoba y bajó. Llegó a las puertas del salón del trono, abrió el frasco y tomó hasta la última gota, antes de lanzarlo y hacerlo pedazos. Se sintió de inmediato invadido por una fuerza incontrolable y un frenesí avasallador. Abrió de una patada y de inmediato todo quedó en silencio, al menos por un instante. 

—No puedo creer que no me haya invitado a la celebración, su alteza —dijo en tono desafiante y burlón.

—¿Cómo has salido de la celda? —interrogó Evelin levantándose del trono de un salto—. ¿Cómo es que pudiste ponerte de pie?

—Eso ya no es importante —respondió con satisfacción—. Tengo una segunda oportunidad y esta vez no voy a fallar.

—No podrás acercarte a mí —expresó despreocupada, volviendo a sentarse—. Ellos me protegerán.     

Con un chasquido, todos los invitados, hombres en su mayoría, se abalanzarán contra Nathaniel. Sin embargo, comenzaron a caer uno tras otro mientras él avanzaba sin detenerse. Evelin, incrédula, se levantó una vez más. El príncipe era indiferente de quienes eran ellos, sin el menor atisbo de piedad, asesinaba a cualquiera que se pusiera en su camino. Enfurecida, Evelin hizo entrar a su guardián y quitando las cadenas que llevaba como castigo por desobedecerla. Sin embargo, se sintió aterrada, pues no importaba cuanto gritara, la bestia no se movía. 

No atacaba a Nathaniel, en su lugar, le devolvió voluntariamente sus armas y se apartó. 

—¿Cómo es esto posible? —interrogó Evelin dando un paso atrás.

—Ay, por favor —desdeñó Nathaniel incrédulo y enojado—. ¿De verdad no lo sabes?

—Esa mocosa malcriada —gritó furiosa dando un zapatazo—. ¿Cómo ha podido traicionarme?

—Te lo merecías —aseguró sin detener su avance.

—Estás equivocado si piensas que con eso basta para deshacerse de mí. 

Nathaniel continuaba luchando mientras se acercaba al trono, logró manchar con la sangre su espada y su escudo, como le indicó Evangeline en la nota. No obstante, Evelín conjuró las sombras de los invitados creando un ejército para protegerse y volvió a sentarse. Por más que Nathaniel luchaba, los soldados oscuros no podían ser asesinados como el resto y comenzaba a sentirse fastidiado. Suponía que por la pócima aún no sentía el cansancio, pero no podría continuar mucho tiempo a ese ritmo. 

—La pócima perderá su efecto y entonces estarás a mi merced —aseguró Evelin inmutable.

—De ser así, más vale que me mates, bruja —anunció sin detenerse—. De lo contrario lo intentaré de nuevo.



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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