Máscaras

Una carta para el rey 

Cuando la princesa Eva dejó el palacio, el visir, entusiasmado, buscó al príncipe para conversar acerca del paseo y lo encontró de nuevo en la biblioteca.

—¿Otra vez aquí? —interrogó disgustado.

—Qué bueno que viniste —expresó Nathaniel con tranquilidad sin sacar la mirada de su libro—. Necesito que mandes una carta. A la Señorita Paulina Taurini.

—¿Una disculpa? —interrogó el visir cauteloso mirando el tono grisáceo de la máscara de Nathaniel.

—Y una aceptación de compromiso —dijo Nathaniel con desgano.

—¿Qué ha dicho? —Aquella pregunta salió en un tono de indignación bastante sonoro—. Pero si Taurini no podrá jamás con la presión del anatema real. Sería más sensato que eligiera a la princesa Eva.

—Tal vez —reconoció apesadumbrado—. Sin embargo, yo desaté una guerra y debo corregirlo.

—Pero su alteza…

—Eso hará feliz a mi padre —interrumpió con rapidez—. Con algo de suerte, Taurini me rompe el rostro con todo y máscara, como dijo que haría.

—Enviaré la carta después de hablar con su padre… —dijo el visir zapateando—. Esto es una estupidez.

Dejó la biblioteca refunfuñando y buscó al rey por todo palacio. Se sintió invadido de fortaleza al verlo sentado junto a la reina, en uno de los jardines interiores. Estaba convencido de que la madre de Nathaniel, no estaría de acuerdo con el compromiso y con su apoyo, el rey no tendría más remedio que retractarse.

—Majestad necesitamos hablar —dijo abordando al soberano sin titubeos.

—¿La princesa Eva ya se ha ido? —interrogó el rey cauteloso.

—Así es, no hace mucho que se fue —respondió descolocado ante la pregunta.

—¿Declarará la guerra? —interrogó preocupado. 

—De ninguna manera —respondió Abraham con disgusto, recordando el motivo de su intromisión—. En lugar de eso, me ha dicho que deberíamos prestar más atención al estado de ánimo del príncipe. Dijo que él no está bien, que no tarda en colapsarse.

—Ella… ¿Ha dicho todo eso? —interrogó la reina sorprendida.

—Así es, mi señora —respondió Abraham con firmeza—. Y estaba preocupada.

—Quizás deba hablar con él —expresó la dama angustiada.

—Dudo mucho que hable con alguien, mi amor —interrumpió el rey apesadumbrado—. Nuestro hijo realmente tiene algo, pero no lo dirá. Y creo que, por esta vez, la máscara no nos ayudará tampoco.

—¿Qué quieres decir? —preguntó preocupada.

—Cuando lo vi en la biblioteca, su expresión estaba tan triste que no se mostraba nada más —respondió el rey apesadumbrado—. Por lo general es sencillo percibir muchas emociones en su rostro, entre las facciones y los colores, pero esta vez era solo una profunda expresión de tristeza e indiferencia. Como si hubiese perdido todo entusiasmo, hay que motivarlo de alguna manera.

—Y a usted, majestad, le pareció buena idea motivarlo, obligándolo a aceptar el compromiso con la señorita Taurini —afirmó Abraham con disgusto mirando al rey.

—Yo no lo obligué a nada —exclamó el rey sorprendido—. No le dije que no lo hiciera, pero tampoco le dije que era obligatorio. Me habría bastado con que se disculpara, no tiene que aceptar el compromiso.

—Pues me pidió que enviara una carta aceptando el compromiso —explicó disgustado.

—¿Y lo hiciste? —interrogó en tono sorprendido el rey.

—Por supuesto que no —respondió dando un fuerte zapatazo.

—Deberías enviar una —dijo la dama con una sonrisa.

—Mi reina. ¿A qué se refiere? —interrogó Abraham confundido.

—Quizás la princesa Eva sea la mejor candidata para ese compromiso —sugirió la reina con una sonrisa—. Ella parece poder soportar el cambio de ánimo de Nathaniel.

—Y está interesada en la máscara del príncipe —anunció Abraham con una sonrisa—. De eso estuvieron conversando mucho rato.

—¿Lo ves, mi rey? —exclamó ella emocionada—. Nada parece más claro.

—Supongo que tienes razón —reconoció el rey pensativo—. De cualquier forma, la guerra puede evitarse con un tratado.

—¿Quiere que mande la carta? —interrogó Abraham emocionado.

—Sí —respondió con firmeza y con rapidez añadió—, pero mándala al rey Eduardo. Así habrá algo más de tiempo para detener una guerra innecesaria.

—De inmediato, majestad.

Abraham regresó al despacho, pero antes de llegar pasó por la biblioteca para hablar con Nathaniel, sin embargo, no lo encontró. El visir continuó, pues sabía que lo vería más tarde, y debía darse prisa para enviar la carta. El príncipe, que estaba cansado de leer; se encontraba sentado entre los consejeros más viejos del palacio, preguntándoles de nuevo la historia de la primera reina y escuchando atentamente una leyenda que ya conocía al pie de la letra. Buscando algo que sabía que no encontraría allí. 

Los ancianos pacientes respondían todas sus preguntas, las mismas que hacía siempre, pero esa vez estaban preocupados, por el color de su máscara y la falta de expresión en ella. Por lo general les molestaba que el príncipe llegara a preguntar lo mismo, e interrumpirlos en sus quehaceres, pero en esa ocasión, los seis ancianos respondieron con paciencia, pues les angustiaba que aun los ojos azules de Nathaniel parecían haber perdido su brillo. Se veían oscuros e incluso algo atemorizantes. 



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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