Máscaras

Máscaras

Había esperado por este momento mucho tiempo. Meses y meses de ahorros para por fin decir que el techo sobre nuestras cabezas nos pertenecía.

La casa era de dos pisos y lo suficientemente grande para dos personas. No era lo que al comienzo teníamos en mente. Tuvimos que dejar varios sueños de lado, aunque por el momento nos alcanzaba. Habíamos charlado demasiado antes de tomar la decisión que, debido nuestra economía, esta casa era lo que podríamos pagar. Más adelante, en algunos años, nos mudaríamos a un lugar más amplio.

Federico estaba de acuerdo con el plan de vida que le había presentado, nunca mostró ninguna objeción y yo estaba contenta porque comenzaba el resto de mi vida con la persona que más quería en este mundo.

Y aquella noche, se la presentaríamos a nuestros amigos y familiares.

Por suerte, Sol se ofreció a ayudarme. Federico trabajaba hasta tarde, como lo hacía desde semanas. Cubría horas extras y, por ende, ganaba más dinero para compensar los gastos actuales.

Sol llegó alrededor de las cuatro de la tarde cuando acababa de limpiar la cocina. La invité a pasar y le mostré la casa. Pasamos por el cuarto y por el baño. Una de mis condiciones para nuestro próximo hogar era tener dos habitaciones. La segunda para, si Dios lo permitía, nuestro futuro hijo.

Después le mostré el primer piso, el comedor, el living y la cocina. A Sol le agradó la casa, aunque le resultó extraño que Federico no estaba para ayudarme con los preparativos. Tuve que explicarle un poco de nuestra situación económica. No mucho porque a Federico no le agradaba que hablara de más. Tenía razón. Nuestros problemas eran solo nuestros.

Fui hasta la vinoteca y noté que la máscara roja y dorada que había encontrado dos días antes en uno de los cajones vacíos del modular estaba junto a las botellas. Federico me había dicho que no le pertenecía, y por su expresión le creí. No la había visto nunca, por lo que supuse que los inquilinos anteriores se la habían olvidado. De todas formas, desconocía cómo había acabado este objeto junto a las botellas de vino.

Agarré una botella que estaba llena. Ignoré la que ya estaba abierta porque era la favorita de Federico.

Sol fue muy amable, me ayudó preparando los aperitivos mientras nos poníamos al día con nuestras vidas.

Horas más tarde, nuestros amigos comenzaron a llegar y yo estaba para recibirlos. Llegó mi familia y después la de Federico, quienes no preguntaron por su ausencia.

Cuando el ambiente estaba cálido, Federico llegó del trabajo y saludó a los presentes uno por uno. Al ser mi turno, me dio un beso y me preguntó cómo había estado mi día. Le conté lo que habíamos hecho con Sol y me planteé contarle sobre la máscara, pero decidí callar. Arruinar la velada no estaba en mis planes.

La familia de Federico lucía contenta por la casa que habíamos adquirido, no dejaban de felicitarlo por tal adquisición. Mientras que la mía me cuestionaba si estaba todo bien. Desconocía por qué tal nivel de preocupación, por supuesto que estaba cansada. No había dejado de hacer cosas desde que me había despertado. Limpiar, ordenar, cocinar. Y esa máscara, esa estúpida máscara que ahora descansaba sin vida en el esquinero donde todavía estaba la cartera de trabajo de Federico.

—¿No la vas a llevar al cuarto?

Obedecí. Interrumpí la conversación con mi hermana para llevar la cartera al cuarto. Estaba estorbando en el living.

La velada salió como quería. Nuestros familiares y amigos congeniaron. No era la primera vez que se reunían. Éramos una familia unida, los eventos se celebraban entre todos. Siempre había sido así, una vez que se creaban lazos era difícil romperlos. Por eso, cuando a mi familia les presenté a Federico, lo hice ya segura de que quería pasar el resto de mi vida con él. Separarme no sería una opción.

Sol fue la última en irse. Mientras el resto se despedía con rapidez, Sol se quedó de pie en el living junto al esquinero, observando a Federico que estaba sentado en el sillón con la mirada puesta en la película de Terminator con una copa vacía en la mano.

Tuve que insistir que estaba bien y que podía irse. Federico estaba exhausto y, aunque al día siguiente fuera sábado, debía descansar después de un arduo día de trabajo.

Mi amiga me dijo que, de necesitarlo, no dudara en llamarla.

Cuando se fue, Federico me pidió que le sirviera otra copa de vino, pero el que a él le gustaba porque lo que le había dado hasta ahora era una mierda. Era la misma que bebía todas las noches.

—¿Vos agarraste la máscara?

—¿De qué hablás?

Se durmió antes de que Terminator terminara.

Me preparé para irme a dormir sola. Ingresé al cuarto sola.

Y la máscara se encontraba en la cama. La tomé entre mis manos temblorosas y la arrojé al pasillo, harta de estas intrusiones. No me inquietó el ruido; sería imposible que Federico se despertara e incluso si lo hiciera, no podría subir las escaleras en ese estado.

Cerré la puerta. Debía dejarme en paz.

Me preparé para irme a dormir. Ingresé al cuarto.
Me acosté en la cama. Cerré los ojos, y estaba sola.
Pero en algún momento de la madrugada algo cambió.




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