Si alguien me hubiera dicho que mi vida amorosa se convertiría en un plan de marketing, lo habría acusado de ver demasiadas telenovelas. Pero ahí estaba yo, sentada frente a mi nuevo jefe -- alias "el señor perfecto" -- mientras él me explicaba con toda la seriedad del mundo cómo mi humillación viral podía convertirse en estrategia corporativa.
--La gente no se engancha con anuncios bonitos--. Me decía, caminando por su oficina como si diera una TED Talk--. Se engancha con emociones, con errores, con humanidad. Y tú, Rachel, eres el ejemplo puro de eso.
--¿Cómo? ¿Ejemplo...?-- pregunté, arqueando una ceja.
--Sí. Errores, tropiezos, mala suerte. Todo, lo que la gente ama ver porque se reconoce en eso.
Me quedé boquiabierta.
--¿Me estás diciendo que soy un... Producto? ¿Debería agradecerte o insultarte?
--No, no estoy diciendo eso.-- Hizo una pausa dramática y luego sonrió de lado.-- Eres una historia. Y como todos saben, las historias venden.
En ese momento, mi instinto fue lanzar mi taza de café sobre su perfecto traje, pero recordé que necesitaba el maldito trabajo. Así que solo asentí con la expresión de resignación grabada en el rostro, como de quien acepta que su vida se convirtió en contenido mediático patrocinado.
Por supuesto, lo primero que hice al salir de su oficina fue llamar a Eloise. Porque cada tragedia que me pasaba necesitaba de su espectadora número uno.
--¡Cariño, esto es lo mejor que te ha podido pasar! -- gritó, apenas terminé de contarle.
--¿Perdón? ¿Lo mejor? Estás loca, Elo.-- pregunté indignada--. ¡Mi jefe quiere usar mi fracasos amorosos como branding!
--¡Exacto! ¿No ves? Podrías ser "Carrie Bradshaw", Como Sex and the City, pero con memes.
--Elo, no necesito ser Carrie, necesito ser anónima.
Ella ignoró mi súplica y siguió fantaseando:
--Imagínate: tú das la cara, la agencia se hace famosa, de paso conoces al amor de tu vida.
--No, nunca voy a conocer al amor de mi vida en medio de powerpoint, humillación pública, cámaras, fracasos amorosos y videos virales, Elo.
--Ay cariño, nunca digas nunca.
✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨
Al día siguiente, mi jefe nos reunió a todos en la sala de juntas. Había armado un pitch entero con diapositivas brillantes, gráficos de colores, y mi cara en el centro de la pantalla.
El título decía:
"Caso de estudio: El Efecto Rachel"
Quise morirme.
--La idea es simple.-- explicó con la seguridad de quien acaba de inventar la bombilla--. Tomamos tu viralidad, la empaquetamos, y la usaremos para atraer más clientes.
--¿Y qué se supone que tengo que hacer yo?-- pregunté, temiendo su respuesta.
--Seguir saliendo en citas desastrosas.
Lo miré como si hubiera propuesto sacrificar un cachorro.
--¿Qué?
--Sí, citas reales y desastrosas, grabadas.-- aclaró--. Obviamente grabadas con tu consentimiento está vez. La gente ya está enganchada con tu historia, hay que darles una secuela.
Mi primera reacción fue soltar una carcajada histérica mientras todos me miraban como si estuviera loca. La segunda, estaba considerando seriamente en renunciar.
--Eso no va a pasar-- dije al fin, cruzándome de brazos.
--Claro que va a pasar-- respondió él, con una calma aterradora que me puso los pelos de punta--. Porque si no, vas a quedar siendo "la chica del video" para siempre. Y dime, ¿Quieres que te recuerden toda tu vida solo por eso?
Y en ese instante yo me sentí, tocada y hundida.
Las cosas empeoraron cuando Eloise se enteró.
--¡Esto es una señal del destino!-- exclamó, mientras devoraba un croissant en nuestra cafetería favorita--. Tienes que hacerlo, por favor.
--¿Te estás escuchando? ¿O si oíste lo que te dije? ¿No ves que quieren que yo me convierta en un circo mediático o peor aún en un reality show?
--Sí. ¡Y yo voy a ser tu representante!-- dijo, levantando la mano como si jurara en un juzgado.
Antes de que yo pudiera protestar, ya había sacado su celular.
--Mira, hagamos una lista de candidatos. Tengo amigos solteros, el primo del novio de mi prima Emma, un chico de Tinder que cocina muy bien...
--¡Elo, no!
--Cariño, confía en mí. Si la vida te da limones, haz limonada.
✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨✨
De regreso a la oficina, intenté convencer a mi jefe de que su plan era una locura.
--¿Sabe qué va a pasar si hago eso?-- le dije--. Voy a quedar como la payasa oficial del país.
--O como la mujer más auténtica y brillante del año.
Era imposible discutir con él. Siempre tenía la última palabra, siempre parecía ir diez pasos adelante. Y lo peor: siempre me miraba como si supiera exactamente cuánto me estaba sacando de quicio con todo lo que decía.
En un arranque de valentía, lo desafíe:
--Está bien, ¿Quiere que siga saliendo en esas citas horribles? Perfecto, pero usted va a venir conmigo a la primera.
Él arqueó una ceja, sonriendo divertido.
--¿Eso fue una invitación?
--Fue una trampa.
--Acepto.
Y ahí, justo en ese momento, entendí que estaba perdida. Porque el hombre aceptó como si estuviera comprando pan en la panadería de la esquina, sin inmutarse. Y yo, con mi boca floja, acababa de invitar a mi jefe a una cita.