La mañana siguiente me sentí como si hubiera firmado un contrato con el mismísimo diablo. ¿Cómo había pasado de ser la chica del video accidentalmente a convertirme en la protagonista de una "Cita experimental" con el estúpido de mi jefe?
Intenté converceme de que todo era una broma, de que él se había olvidado de tan desastroso plan. Pero no, apenas crucé la puerta de la agencia, ahí estaba él: impecable como siempre, camisa azul marino planchada, traje perfectamente ajustado, corbata muy bien alineada, y esa sonrisa leve que me irritaba y me tenía con unas ganas tentadoras de lanzarle una grapadora.
--¿Lista para esta noche?-- Preguntó cómo si hubiéramos quedado en ir a comprar leche en el supermercado.
--¿Está noche?-- casi me atragantó con mi saliva.
--Claro. Dijiste que yo debía acompañarte a una cita, específicamente a la primera. Considera esto... cómo trabajo de campo.
--¿Trabajo de campo?, Así llama a la idea que usted tiene de arruinar mi vida social.
--Sí, y no vamos a arruinar tu vida social. Solo vamos a ponerle un poco de diversión-- respondió y con las mismas ingreso a su oficina.
Vaya idea de diversión tenía ese tipejo, pensé mientras entraba a mi cubículo para idear la próxima campaña publicitaria sin que me vida social estuviera incluida en eso.
Obviamente más tarde en mi hora de almuerzo corrí a contarle a Eloise, que casi le da un infarto de la emoción.
--¡Esto es oro puro! ¡Rach, una cita con tu jefe guapo, exitoso y odioso! ¿Sabes lo que eso significa?
--Si, que voy a perder mi empleo y mi dignidad en una sola noche .
--¡No! Que vas a protagonizar un fanfic en la vida real.
Me tapé la cara.
--Eloise, esto no es una cita romántica... Es algo laboral.
--Ajá, claro. Y yo soy la reina de Inglaterra.
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Llegó el momento de vestirme. Mi closet parecía un campo de batalla entre dos bandos: el de "voy a una cita romántica" y el de "esto es 100% profesional, no te emociones".
Probé cinco vestidos, tres blusas, dos jeans, y terminé sentada en la cama con mi gato mirándome como si yo hubiera perdido la cordura.
--¿Qué me pongo?-- le pregunté a Eloise por videollamada, mostrando un vestido negro elegante.
--Eso.
--¿Y si piensa que me estoy esforzando demasiado?
--Eso es lo que queremos. Es una cita. ¡Que sufra!
Finalmente opte por un vestido midi, sencillo pero decente, con chaqueta de cuero para no parecer demasiado formal. Quería transmitir el mensaje: "Si, soy atractiva, pero no vine a impresionarte, vine a sobrevivir ".
Nos encontramos en un restaurante de moda, uno de esos dónde sirven porciones diminutas en platos gigantes. Apenas llegué, él ya estaba ahí, sentado, revisando algo en su celular.
--Rachel--dijo levantándose, como si estuviéramos en una novela de Jane Austen--. Te ves... distinta.
--Eso suena a insulto educado--respondí, tomando asiento.
Él sonrió, divertido.
--Es un cumplido.
El mesero llegó con el menú, que parecía escrito en un idioma alienígena. Yo quería una pizza, pero la opción más cercana era "flatbread con reducción de balsámico y queso artesanal". Traducción: pizza cara.
--¿Qué vas a pedir?-- me preguntó él.
--Lo más barato.-- Sonreí con ironía.
--Yo invito.
Casi me atragantó.
--¿Qué?
--Es una cita, ¿no?-- respondió con toda la naturalidad del mundo.
Lo que no esperaba era ver, en una esquina del restaurante, a un camarógrafo de la agencia. Sí, un camarógrafo. Con cámara, trípode y todo un equipo grabandonos.
--¿Qué es eso?--le susurré, horrorizada.
--Documentación.--dijo él, dándole un sorbo a su copa de vino.
--¡¿Documentación?! ¡Estamos en una cita!
--Precisamente. Queremos material para analizar después.
Quise salir corriendo. ¿Cómo había permitido esto?¿Cómo había caído en la trampa más obvia de la historia?
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La cita empezó de forma decente. Hablamos de trabajo, de música, de viajes. Yo descubrí que mi jefe no era un robot programado para dar órdenes: sabía de vinos, tenía un sentido del humor sarcástico y hasta confesó que no sabía bailar salsa (lo cual me dió un extraño placer).
Pero claro, como todo en mi vida no es calma, el desastre llegó cuando el mesero trajo el plato, intenté cortar un pedazo de "flatbread" con el cuchillo... y la corteza se resistió. Tiré, empujé, y de repente el cuchillo salió disparado, golpeando la copa de vino. El vino cayó directo sobre la camisa impecable de mi jefe.
Silencio absoluto en el restaurante.
El camarógrafo grabando cada segundo y yo, con cara de "trágame, tierra".
Él se miró la camisa, luego me miró a mí... y se echó a reír. Reír. En serio. Con carcajadas que se escuchaban en cada rincón del restaurante, me atrevería a decir que hasta en la cocina.
--Esto... definitivamente va a ser viral--dijo, limpiándose con una servilleta.
Cuando salimos del restaurante, yo estaba convencida de que me iban a despedir. Pero en lugar de sermonearme, él caminó a mi lado con las manos en los bolsillos, relajado.
--¿Sabes qué es lo más interesante de todo esto?--preguntó.
--Que acabo de arruinar tu camisa de diseñador.
--Que contigo nunca hay nada predecible.
Me detuve en seco.
--¿Eso fue un cumplido?
--Eso fue un hecho.-- Sonrió y me abrió la puerta del taxi.
Mientras el carro arrancaba, yo solo pensaba: "Esto no es solo un experimento, esto es un desastre y lo peor... es que quizás no quiero que termine ".