Al día siguiente, amanecimos en un portal de noticias de entretenimiento. Titular en letras gigantes:
"#RachiBoss conquista corazones en lujosa cena italiana. ¿Romance confirmado?"
Mis compañeros de oficina no hablaban de otra cosa. Eloise me mandó capturas con corazones y emoticones de anillos. Mi mamá me dejó un audio de cinco minutos planeando la boda.
Y mi jefecito, por supuesto, lo tomó con humor, como si fuera una broma más.
--Lo bueno es que la prensa nos adora-- dijo mientras me mostraba el artículo.
--¡No es gracioso!
--Un poco sí.
El colmo fue que la dirección de la empresa decidió aprovechar la viralidad. "Humaniza la marca", dijeron. "La gente adora su historia", dijeron.
Así que, sin preguntarme, armaron una campaña digital llamada:
"Historias reales que inspiran".
¿Adivinen quiénes eran la cara de la campaña piloto? Correcto: Mi jefecito y yo, por supuesto.
Nos hicieron grabar un video "espontáneo" en la oficina, hablando de trabajo en equipo, pero el montaje final parecía un trailer de película romántica. Música de piano, miradas robadas, hasta un slow motion.
Quería desaparecer para siempre, literalmente.
Para colmo de males, un viernes el equipo organizó una salida a karaoke. Y ahí, entre cervezas y luces neón, alguien pidió a gritos que cantáramos un dueto.
Yo me negué rotundamente. Él, por supuesto, aceptó con una sonrisa.
--Vamos, Heaven. Solo una canción.
El público ( o sea, mis compañeros borrachos) coreaban: "¡RachBoss!¡RachBoss!¡RachBoss!"
Terminamos cantando Shallow. Mal, horrible, Yo desafinaba como gato atropellado, él tampoco era Pavarotti, pero la gente gritaba y aplaudía como si estuviéramos en la Voz.
Y sí, alguien grabó el momento. Y sí, fue tendencia al día siguiente.
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Después de tantas "Citas accidentales", me sentía al borde del colapso. ¿Cómo se suponía que podía trabajar, concentrarme y tener una vida normal si todo el país me veía como parte de una comedia romántica involuntaria?
Una noche, me encerré en mi apartamento, sin redes, sin celular, solo yo y mi desesperación. Pero sonó el timbre.
Era él, con pizza.
--Pensé que talvez necesitabas compañía no viral.
Lo dejé entrar, más por hambre que por otra cosa. Cenamos en silencio. Y entonces, en medio de todo, me dijo algo que me desarmó:
--Rachel, entre tanto ruido, lo único real es lo que pasa cuando estamos solos.
No supe qué responder. Así que solo mordí un pedazo de pizza para no contestar.
Esa noche, cuando se fue, me quedé pensando en lo absurdo de todo esto:
Me acosté con el corazón latiendo demasiado rápido y con una certeza peligrosa: Estaba perdiendo la batalla contra el shippeo.