Esa noche tuve que esperar algunas horas afuera de ese bar para de esa manera poder tener una oportunidad de hablar con, la que para mí, era la mujer más hermosa que jamás había conocido en mi vida. A pesar de su cicatriz de cesárea, sus ojos sumamente dilatados, su ropa vulgarmente corta y esos tatuajes en casi todo su cuerpo, yo no podía dejar de ver belleza en ella. Le invité una cena a la cuál no dudó en decir que si, aceptando mi propuesta de manera casi inmediata sin siquiera conocerme.
En esa ocasión hice un esfuerzo gigantesco por llevarla a un lujoso restaurante en dónde me gasté hasta el dinero que no tenía, puesto que sobre giré mi tarjeta de crédito, pero al menos, para mí, valió la pena. Perla comía directamente del plato usando sus manos dejando residuos de comida alrededor de su boca, ignorando completamente los cubiertos perfectamente colocados sobre la mesa. El resto de las personas en las demás mesas la miraban y comenzaban a burlarse claramente de ella, ganándose así una mirada de desprecio proveniente de mi persona. Porque sin darme cuenta me había enamorado a primera vista, todas sus acciones me parecían bastantes tiernas, y no iba a permitir que nadie se burlara de la mujer que amaba.
— La luz de las velas hace resaltar el ostentoso brillo de esos ojos que rebosan osadamente entre bella y esplendor quemando mi mortal existencia con su fulgor infinito cuan fuerza se puede comparar solamente con el poder de mil soles — había estado pensado ese poema toda la noche y pensé que ese sería el momento preciso para decirlo, ganando así su corazón de manera definitiva.
Siendo sincero, esperaba como mínimo un suspiro, un "gracias", una sutil sonrisa que reflejara en ella algo de sonrojo por ese lindo poema que acababa de recitarle, sin embargo, la dulce dama exclamó lo siguiente luego de un par de carcajadas que dejaban ver la comida masticada dentro de su boca.
— No me hagas reír aquí, porque se me salen los pedos — y de esa manera siguió comiendo de manera muy "sutil" sin dejar de reír ocasionalmente, cada vez que recordaba el poema.
Pasó aproximadamente media hora y luego de comer todo lo que pudo, beber directamente de la botella, e insultar al mesero, estábamos listos para irnos. Esa pequeña cena me costó todo el dinero que tenía para sobrevivir un mes, pero yo me encontraba feliz de poder compartir tiempo de calidad con Perla. Nos tocó regresar caminado a casa, ella vivía en uno de los barrios más peligrosos de todo el estado, mientras que yo residía junto a mis padres en el sector de al lado, el cuál era un poco más calmado y menos peligroso.
Fue entonces cuando le propuse ir a mi casa la cuál era una vivienda humilde de colores azul y blanco con esas típicas tejas de un tono naranja sobre el techo, ya saben, ese tipo de propiedades de gente pobre, sin embargo por alguna extraña razón no podía dejar de pensar en que con mucha seguridad mi casa estaría en mejores condiciones que la de Perla. Sinceramente más allá de una intención sexual o alguna trampa masculina para llevarla a mi hogar, les debo confesar que estaba temblando de miedo por no caminar esa zona donde ella habitaba, y mucho menos a esas horas de la noche.
Finalmente aceptaría mi invitación sin mayor problema, algo que me hizo sentir muy bien puesto que lo tomé como una señal que me hacía entender que mi enamoramiento era completamente correspondido por esa hermosa mujer. Al llegar, conté con la suerte de encontrar a mis padres profundamente dormidos, eso facilitó la entrada de mi acompañante, fuimos hasta mi habitación, y allí pasé junto a ella una de las mejores noches de mi vida. Perla era realmente toda una profesional en lo que hacía, nunca imaginé que un ser humano pudiera tener tanta flexibilidad, pero esa noche descubrí otro mundo, en el cuál, quedé cautivo de esa piel morena de peluca barata que ocultaba su cabello reseco y exageradamente enredado.
Tal vez ella no lo notó, pero me enamoré perdidamente. Que se quedara dormida en mi pecho estando completamente desnuda fue toda una bendición para mí, quizás lo más hermoso que había pasado en mi vida hasta ese momento. Sin importar sus ronquidos, sus gases, y ese potente olor a cigarrillos y alcohol, yo cerré mis ojos esa noche con una gigantesca sonrisa en mi rostro cargada de felicidad. Al abrir nuevamente mis ojos lo primero que vería sería a la dulce Perla parada frente a mi cama, vestida para irse, y revisando mi cartera con una expresión de molestia en su rostro. Yo obviamente no entendía lo que pasaba así que le pregunté.
— ¿Qué haces amor? — me levanté un poco para quedar sentado sobre la cama mientras bostezaba y limpiaba un poco mis ojos para lograr ver mejor — ¡vuelve a la cama!
— ¿Dónde está el dinero? — preguntó mirándome con cierta expresión de molestia en su rostro.
— ¿De qué dinero hablas? — respondí extrañado mirándola también fijamente — ¡ésto no fue por dinero!
— ¿Estás diciendo que no me vas a pagar? — fue una total sorpresa cuando repentinamente sacaría una filosa navaja de su cartera con la que comenzó a amenazarme — ya hice mi trabajo, así que quiero mi paga.
— ¡No, Perla, espera! — grité muy asustado temiendo que me hiciera daño — ¡¡yo te amo!!
— ¡¿Que tú me qué?! — Perla se detuvo instantáneamente sosteniendo esa navaja en su mano de forma amenazante.
— Te... Te amo, Perla — tartamudeaba mientras me protegía con mis manos temblando de miedo.
— ¡No entiendo que quieres decir con eso! — Perla se veía confundida mucho más que sorprendida, parecía ser que jamás le habían dicho algo así.
— ¿Nunca nadie te ha amado antes? — comencé a acercarme lentamente, como si me estuviera aproximando a una fiera salvaje y peligrosa, traté de tener mucho cuidado — ¿ni siquiera tu mamá?
— No... Nadie — ella comenzó a bajar la guardia, ahora ya no me amenazaba con su navaja, lo que realmente fue un gran alivio para mí — no entiendo que debo hacer.