El primer problema con el que encontré para viajar eran las maletas. No tenía ningún tipo de esas cosas, o bolso que pudiera usar como contenedor de mi equipaje. Me ví en la obligación de engañar a una adorable vecina diciéndole que volvería en menos de una semana. De esa manera no tendría excusas para prestarme alguna de sus maletas. Era una verdadera lástima saber que no volvería ver su preciada maleta, ni mucho menos a mí. Esa tarde que salí de mi casa rumbo al aeropuerto, me prometí interiormente que nunca más regresaría al barrio dónde pasé tantas penurias. Juré convertirme en alguien muy importante con dinero suficiente para sacar a mis padres de la miseria. No me importaría el precio que tuviera que pagar, el sacrificio que tuviera que hacer, o Las mentiras que hubiera que decir. Yo iba a aquel país con toda la intención de transformarme en el ser prospero y adinerado que jamás podría ser en esta nación llena crisis, y decadencia económica. Mi trato con Karol era sencillo. No debía decirle a nadie me en el barrio que me casaría con ella. Ni una sola palabra a mis padres, amigos, vecinos, y especialmente a sus primos. Mientras menos personas supieran la locura que estábamos a punto de cometer, menor sería la vergüenza que ella debería pasar. Por mi parte, tampoco se puede decir que estaba orgulloso de casarme con ella. No estaba enamorado, ni mucho menos atraído físicamente. Para mí, Karol seguía siendo aquella nerd sabelotodo que tanto defendí en la escuela de los bravucones que querían robarle su dinero del almuerzo. Quedaba bastante claro que el interés mutuo de arreglar un matrimonio fingido pasaba por dos factores conveniente en cada lado respectivo. Para mí era una cuestión netamente económica mientras que para ella era una cuestión de trámite para cumplir con los requisitos, y condiciones de su padre. También acordamos que solamente nos besaríamos en público solamente de ser necesario. Obviamente no habría nada de intimidad entre nosotros, de hecho dormiríamos en habitaciones separadas. Lo que para mí sinceramente era un verdadero alivio. Otra cosa que acordamos es que cada uno podría tener relaciones extramatrimoniales siempre y cuando fuera de manera clandestina. Nadie podía enterarse de nuestra supuestas infidelidades. El último punto que se estableció para llegar a un consenso, fue que el matrimonio solamente duraría lo suficiente para adoptar un pequeño niño que era el paso final de aquel alocado plan. Luego de eso nos divorciaríanos inmediatamente concluyendo con nuestro trato. ¡Sencillo! ¿No es así?
Al llegar al aeropuerto recordé rápidamente aquel trabajo de mala muerte deñ cuál me ví obligado a salir corriendo. Oculté un poco mi rostro con el abrigo que llevaba puesto por miedo de toparme con el anciano Jack, y este fuera a reconocerme. Por primera vez en mí vida ingresaba a un aeropuerto de pasajeros por la puerta principal. Todo era tan hermoso, tan amplio, tan limpio, tan ordenado. Exactamente como en mis sueños, y las películas. Caminé hasta la zona de abordaje e inmediatamente uno de los sujetos de seguridad me detuvo colocando su mano en mi pecho para evitar que siguiera avanzando.
— ¡Lo siento no se admiten indigentes! — enorme fue la expresión de vergüenza en su rostro al darse cuenta tardíamente que se había equivocado al dejarse llevar por mi vestimenta harapienta — ¡Lo siento mucho! Por favor pase usted — dijo dejándome pasar. Sin embargo hizo una seña a sus compañeros para que estuvieran al pendiente de mi equipaje.
De esa forma continúe mi camino totalmente maravillado con todo lo que había en ese gigantesco lugar. Las personas que se formaban esperando ser revisados parecían siempre estar molestos. Las expresiones en sus rostros era de pocos amigos. Como si odiaran estar en ese lugar. Los guardias de seguridad no dejaban de observarme en ningún momento. Todos mis movimientos estaban monitoriados por ellos. Finalmente llegó mi turno de abordar. Fuí llamando por mi nombre, y apellido. Debía pasar por la requisa reglamentaria antes de ingresar al avión. Las cosas comenzaban a ser sacadas de mi maleta una a una directo hasta una bandeja de plástico para ellos constatar las cosas que llevaba dentro de mi equipaje. Todo iba excelentemente bien hasta que una pequeña bolsa de plástico que contenía un poco de polvo blanco bastante sospechoso hizo que todos esos fornidos sujetos saltaran inmediatamente sobre mí para contenerme. Sin entender lo que pasaba, ahora me hallaba forcejeando contra cinco guardias de seguridad, y mi rostro se exprimía contra el piso del aeropuerto. Eso me impedía emitir palabra alguna mientras que una de esas chicas tomaba la bolsa con el extraño contenido blanco en su interior para abrirlo usando una navaja.
— ¡Señor Ander Blanco! Usted queda arrestado bajo el cargo de posición de ....— la mujer de seguridad tomaba un poco de esa extraña sustancia para probarla ella misma usando la punta de su navaja. Sin embargo casi vomita a darse cuenta de lo que realmente se trataba — ¿talco para los pies? — gritó esa mujer completamente asqueada sin poder dejar se escupir — ¡Ya dejenlo ir! — ordenaba mientras tomaba algo para quitar ese horrendo sabor de su boca.
— ¡Es lo que estoy tratando de decirles! — expresé en voz alta un poco molesto por el trato qué había recibido desde que ingresé a ese lugar.
— ¿Es primera vez que usted vuela? ¿No es así? — preguntó la misma mujer a cargo de la seguridad — ¿qué clase de persona viaja con talco almacenado de esa manera?
Me ví obligado a dejar mi talco protector de pies decomisado en ese punto de control para poder avanzar con el viaje. Nunca pensé que abandonar mi país fuera tan difícil. Después de eso el trayecto fue bastante sencillo. El vuelo fue toda una experiencia divina. No sabía lo que estuve perdiéndome toda mi vida. Ver las luces nocturnas de los edificios parecerse luciérnagas estando a miles de pies sobre ellos era todo un espectáculo visual. Por un momento llegué a desear que aquel paseo no terminara jamás. Sin embargo todo lo que comienza debe finalizar. Luego de diez horas de vuelo, y un par de paradas. Llegamos al destino pensando. Aquel aeropuerto era mucho más grande, mucho más lujoso, mucho más moderno, incluso mucho más limpio que el de mi país. Por alguna extraña razón, en ese lugar fuí tratado de manera completamente normal por el personal de seguridad. Ellos no me juzgaron en ningún momento por mi vestimenta, o forma de caminar. Eso fue un verdadero alivio para mí.