Matrimonio Infernal

Capítulo 33

Creí que después de conocer Italia regresaríamos de inmediato a Estados Unidos, sin embargo no fue así. Liam nos llevó a Francia y visitamos infinidad de lugares turísticos. Nunca tuvimos una luna de miel y ese viaje se sentía como una.

Su actitud cambió por completo. Me preguntaba mi opinión a cada instante y me trataba con dulzura y gentileza. Siempre creí que nuestra relación no iba a funcionar por ser polos opuestos, pero estaba muy equivocada. Ambos hacíamos un gran equipo y nunca nos aburríamos de estar juntos.

Cambiamos de hotel varias veces y él nunca me obligó a compartir habitación con él. No sé creía con derecho sobre mi cuerpo a como yo pensaba, pero para entonces ya estaba muy enamorada y decidí compartir habitación con él por voluntad propia. Mi esposo era el mejor amante del mundo, me llenaba de besos y caricias y no tenía ninguna prisa en el preludio. Me volví adicta al toque de sus manos y poco a poco me fui convirtiendo en una empalagosa.

 Nuestra cercanía llegó a tal punto que podíamos comunicarnos incluso con la mirada. Yo estaba caminando en las nubes hasta que ocurrió algo inesperado.

Liam, Rubí y yo regresamos al hotel después de visitar un famoso restaurante francés y nos dirigimos al ascensor.

Mi sonrisa se desvaneció cuando vi a un hombre frente a la recepción. Estaba de espaldas a mí, pero era imposible que no pudiera reconocerlo. Era Mateo. Liam y Rubí siguieron avanzando sin darse cuenta de que me detuve. Me acerqué a la recepción y fui a su encuentro.

–Hola, que sorpresa –diciendo eso lo abracé mientras sonreía.

–Eres una persona muy difícil de contactar ¿Lo sabías?

–¿Qué ocurre?

–Tengo novedades –afirmó viendo por encima de mi hombro.

Liam se acercó a mí y pude ver que no estaba muy feliz de ver a Mateo. Aún no lograba olvidar lo sucedido.

–Mateo que gusto verte aquí –afirmó él mientras rodeaba mi cintura posesivamente.

–Pensé que estaban en Italia –respondió Mateo.

–Venimos de allí. No quería tener a mi esposa encerrada.

Mateo levantó una ceja y supe en mi interior que no sé había tragado la palabra esposa.

–Quiero hablar con Spencer a solas.

Liam me miró en busca de una respuesta.

–Ya basta de misterios Mateo. Dime lo que me quieras decir ahora –respondí.

–Se trata de Camilo –susurró él.

¿Por qué traía el tema a colación justo cuando estaba a punto de superar aquel trago amargo?

–Los investigadores encontraron…

–Lo sé –lo interrumpí– Sé que está muerto. No debí albergar ningún tipo de esperanza desde el principio, ya estoy lista para aceptarlo y dejarlo ir.

–No es eso Spencer. Está vivo, lo encontraron.

Liam dejó caer su mano y lo vio sorprendido mientras yo estaba en shock.

–No puede ser –susurré.

¿Logró sobrevivir después de todo lo que había pasado?

–Vine hasta acá para decírtelo en persona.

–¿En dónde está él? –pregunté con el corazón acelerado.

–En España.

–Tengo que ir, debo verlo.

Mateo miró su reloj.

–Estamos a tiempo para agarrar el último vuelo –anunció.

–Tenemos que ir –dije decidida.

Ambos comenzamos a avanzar hacia la salida y Liam pretendía seguirnos cuando Mateo lo detuvo inesperadamente.

–No, tú te quedas –dijo Mateo con seriedad.

–Eso no lo decides tú –respondió Liam con obvia molestia antes de voltear a verme– Puedo llevarte si lo deseas.

Ni siquiera yo sabía lo que iba a encontrarme.

–Estaré bien, quédate con Rubí.

Liam asintió con la cabeza y Mateo y yo abandonamos el hotel. Ya estaba atardeciendo y nos iba a tocar viajar de noche. Mateo empezó a conducir a toda velocidad y esquivó un montón de autos en el camino.

–¿Estás seguro de que es él? ¿No sé equivocaron? –cuestioné dudosa.

–No me arriesgaría a decírtelo si no estuviera seguro.

–¿Sigue secuestrado? ¿Tenemos que liberarlo?

–Ay, por favor no somos del FBI para exponernos a un tiroteo. Él está libre, vivito y coleando.

–¿Lo tienen vigilado?

–Mis hombres dicen que no.

–¿Entonces no habrá lluvia de balas?

–Esperemos que no. Valery jamás me perdonaría si muriera antes de la boda.

No pude contener una sonrisa.

–Tienes razón.

Ambos llegamos al aeropuerto y entramos corriendo para abordar el último vuelo. Estaba pasando, al fin estaba pasando. El avión no tardó en despegar y yo me puse cómoda en mi asiento para comenzar mi interrogatorio. Tenía demasiadas preguntas y dudas.




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