Matrimonio por Venganza

Capítulo 1

El sol de primavera se colaba por los ventanales del estudio de danza, iluminando las partículas de polvo que flotaban en el aire como diminutas bailarinas. Shiara Rossi ajustó la cinta del zapato de ballet, su rostro iluminado por una concentración plácida. La música de El Lago de los Cisnes llenaba la habitación, y cada uno de sus movimientos era una extensión natural de la melodía. Aquí, entre barras y espejos, era donde se sentía más ella misma. Lejos del apellido omnipresente, lejos del peso de ser la hija de Donato Rossi.

—¡Shiara! —la voz de Sofía, su mejor amiga y compañera de danza desde la infancia, cortó el hechizo—. Tu teléfono no para de vibrar. Debe de ser tu padre... otra vez.

Shiara terminó la posición con un suspiro elegante. Se acercó a la bolsa y miró la pantalla. Tres llamadas perdidas de "Papá". Una sonrisa tolerante se dibujó en sus labios.

—Solo quiere confirmar que iré a la cena de esta noche. Cree que sin su supervisión constante, me olvidaré de cómo usar los cubiertos.

Sofía se recostó en la barra, observándola con una mezcla de cariño y lástima.

—El famoso cóctel en el Museo de Arte Moderno. Todo el mundo habla de ello. Tu padre sabe cómo hacer que una donación benéfica parezca el evento del año.

—Es para la fundación de niños con cáncer —replicó Shiara, secándose el sudor de la frente con una toalla—. El fin es loable, incluso si los medios solo se fijan en el vestido que llevaré.

—Y en el hombre que te acompañará —añadió Sofía con una ceja arqueada—. ¿Sigues soltera, verdad? Tu padre debe de tener una lista de herederos aprobados esperando turno.

Shiara hizo una mueca. El eterno tema. A sus veinticuatro años, cada evento social se convertía en un potencial campo de caza matrimonial organizado por su padre. Donato Rossi había construido un imperio desde la nada y quería un yerno que estuviera a la altura de su legado. Un legado que, aunque ella admiraba, a veces sentía como una cadena dorada.

—Estoy soltera y, con un poco de suerte, invisible entre la multitud esta noche.

Pero incluso mientras lo decía, sabía que era una esperanza vana. Era Shiara Rossi, y en su mundo, eso significaba estar siempre en el centro de la diana.

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Esa misma tarde, en un despacho ubicado en el piso más alto del edificio más nuevo y moderno de la ciudad, Leónidas Ktasaros observaba una fotografía en su tablet. Era una imagen de Shiara captada ese mismo día al salir de su clase de danza. Llevaba sudadera y el pelo recogido en un moño desordenado, y se reía con naturalidad, sin la pose estudiada de las fotos de sociedad.

"Inocente", pensó León y la palabra le sabía a traición.

Hacía cuatro años que había comenzado a tejer la red meticulosamente. No había sido solo acumular capital, aunque lo había hecho, multiplicando su fortuna en inversiones de alto riesgo y adquiriendo empresas con una agresividad que había sorprendido al mundo financiero. "El Fénix", lo llamaban ahora en los círculos de negocios, por su capacidad de resurgir de sus propias cenizas con más fuerza.

Pero la verdadera preparación había sido más sutil. Había estudiado cada movimiento de Donato Rossi. Sus patrones de negocio, sus debilidades, sus ambiciones. Y, sobre todo, había estudiado a Shiara. Sabía que los jueves tomaba clases de ballet. Que los sábados por la mañana voluntariaba en un refugio de animales. Que le gustaba el chocolate negro con un 85% de cacao y que detestaba la falsedad por encima de todo.

Era una parodia cruel. Él, la encarnación de la falsedad, conociendo cada verdad íntima de su futura víctima.

—¿Está listo, señor Ktasaros —La voz de Elena, su eficiente y discreta asistente, lo sacó de sus pensamientos.

León apagó la tablet.

—Sí. Confirme mi asistencia al cóctel de esta noche. Y asegúrese de que la prensa sepa que asistiré.

Elena asintió, comprendiendo sin necesidad de más explicaciones. Cada movimiento de León era estratégico. Su reaparición pública no podía ser casual. Debía ser un espectáculo calculado.

—La donación anónima a la fundación ya ha sido procesada —añadió Elena—. La cantidad es lo suficientemente sustancial como para que Donato sienta curiosidad, pero no tanto como para levantar sospechas.

—Perfecto —murmuró Luciano, levantándose y acercándose a la ventana—. Que sienta curiosidad. Es el primer paso para meter la cabeza en la trampa.

Desde su atalaya, la ciudad se extendía a sus pies. El mismo paisaje que había contemplado la noche en que todo se había derrumbado. Pero ahora, él estaba arriba. Fuerte. Implacable.

Se vistió para la gala con la misma meticulosidad con la que planificaba una adquisición hostil. El esmoquin era de un negro azabache, cortado a la medida de sus hombros, ahora más anchos y firmes. Su rostro, que antes tenía la suavidad de la juventud, estaba ahora marcado por líneas de determinación y una serenidad que era más intimidante que cualquier muestra de enfado. Sus ojos, de un gris tormentoso, eran la única ventana a la tormenta que nunca cesaba en su interior.

Esta noche no era solo una reaparición. Era el primer movimiento de jaque. Y su reina en el tablero, sin saberlo, era Shiara Rossi.

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