Matrimonio por Venganza

Capítulo 2

La semana siguiente al cóctel transcurrió con una normalidad que a Shiara le resultó inquietantemente falsa. Como si el universo hubiera contenido la respiración durante el encuentro con Leónidas Ktasaros y ahora, al exhalar, todo hubiera vuelto a su lugar con una precisión sospechosa. Pero algo se había quebrado. Una pequeña grieta en la burbuja de cristal en la que vivía.

Su padre, Donato, había incrementado su vigilancia. Las llamadas eran más frecuentes, las preguntas sobre sus planes más insistentes, las "sugerencias" de con quién debía salir, más directas. La sombra de Ktasaros, aunque nunca mencionado abiertamente, se cernía sobre ellos, un fantasma que había materializado todas las paranoias de Donato.

—No entiendo tu obsesión, papá —dijo Shiara una tarde, mientras paseaban por el invernadero de la mansión familiar, un jardín de orquídeas y helechos raros que Donato coleccionaba con la misma avaricia con la que acumulaba empresas—. Fue solo un hombre en una gala. Desagradable, como dijiste.

Donato se detuvo frente a una orquídea fantasma, una planta rara y costosa que se negaba a florecer.

—Los hombres como Ktasaros no aparecen en galas benéficas por amor al arte, Shiara. Tienen hambre. Y yo he visto ese hambre en sus ojos antes. Es el mismo que tuve yo —su voz se suavizó, extrañamente nostálgica—. Pero él no quiere construir. Quiere devorar.

Shiara observó el perfil de su padre. Por primera vez, vio no al titán de hierro, sino a un hombre con miedo. Y eso la asustó más que cualquier advertencia.

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Mientras tanto, en su oficina, Leónidas ejecutaba la segunda fase de su plan con la frialdad de un cirujano. La "curiosidad" que había sembrado en Donato ya estaba dando frutos. Su asistente, Elena, entró con una carpeta.

—Donato ha empezado a mover hilos —informó—. Está investigando sus holdings en el extranjero. Cree que es una táctica de distracción.

León esbozó una sonrisa fría.

—Bien. Que investigue. Los holdings son reales, legales y aburridos. Que gaste sus recursos buscando un fantasma. Mientras tanto, la verdadera bomba está a punto de estallar justo debajo de sus pies.

Abrió la carpeta. Dentro había dos documentos. El primero era un informe de una fundación de niños con cáncer. La misma a la que Shiara dedicaba la mayor parte de su tiempo libre. El segundo era una propuesta de adquisición de una pequeña pero simbólica empresa textil, "Sedas Argentum", de la que Donato era el principal accionista silencioso. Una empresa que había sido el primer triunfo comercial de su padre, décadas atrás.

—La fundación "Manos Solidarias" —murmuró León, deslizando un dedo sobre el logo—. Necesitan un donante principal para el nuevo ala de oncología pediátrica. Una lástima que la crisis haya afectado tanto sus finanzas.

Elena asintió, comprendiendo.

—He concertado una cita con la directora para el jueves. A las 3 pm. Justo después de la clase de ballet de la señorita Rossi, que suele pasar por allí para revisar los avances.

—Perfecto —León cerró la carpeta—. Y en cuanto a "Sedas Argentum"... que comience la oferta. Quiero que la noticia salte a los medios el viernes por la mañana. Justo después de mi... encuentro fortuito con Shiara en la fundación.

Era un jaque mate en dos movimientos. Acercarse a Shiara a través de su mayor pasión, mostrándose como un filántropo sensible, mientras simultáneamente asestaba el primer golpe directo y doloroso al patrimonio sentimental de su padre. La dualidad era deliberada. Un recordatorio de que podía ser la luz que atraía a la polilla y el fuego que la consumía.

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El jueves, Shiara salió del estudio de danza con la energía habitual que le dejaba la clase. Pero hoy, una inquietud se mezclaba con su cansancio físico. La fundación "Manos Solidarias" estaba pasando por un momento crítico. Los recortes de fondos amenazaban con cerrar el nuevo ala de oncología, un proyecto al que había dedicado meses de esfuerzo.

Al llegar, el ambiente en la fundación era diferente. Había una energía nerviosa, expectante. La directora, la Sra. Álamos, una mujer de rostro cansado pero sonrisa firme, salió a recibirla con los ojos brillantes.

—Shiara, ¡llegas en el momento justo! Tenemos noticias maravillosas. ¡Increíbles!

La llevó de la mano a su despacho. Dentro, sentado en la silla de visitas, con la espalda recta y la elegancia que parecía emanar de él incluso en reposo, estaba Leónidas Ktasaros.

Shiara se detuvo en seco. Llevaba ropa de calle, un suéter sencillo y jeans, y se sentió instantáneamente vulnerable, expuesta.

—Señor Ktasaros —logró decir, mientras su corazón daba un vuelco incómodo.

Él se levantó. Hoy no llevaba esmoquin, sino un traje de negocios de un gris oscuro que hacía resaltar el color de sus ojos.

—Shiara. La Sra. Álamos me estaba contando el increíble trabajo que haces aquí.

—El señor Ktasaros —intervino la directora, con la voz emocionada— ha accedido a ser nuestro donante principal. Una donación que no solo cubrirá el nuevo ala, sino que asegurará el funcionamiento de la fundación durante los próximos cinco años.

Las palabras impactaron en Shiara como una ola. La solución a todos sus problemas, a la angustia que había cargado durante semanas, estaba sentada frente a ella, con una calma desconcertante. La gratitud luchó contra la desconfianza que le había inculcado su padre.




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