Matrimonio por Venganza

Capítulo 4

La lluvia regresó a la ciudad, golpeando los cristales del ático de Leónidas con la misma insistencia lúgubre de la noche en que todo había comenzado. Pero dentro, el ambiente era de victoria silenciosa. El imperio Rossi sangraba por mil heridas, y Leónidas podía saborear la ceniza de su triunfo. Sin embargo, no era suficiente. La ruina financiera era solo el preludio. El acto final requería una humillación más íntima, más profunda.

En el despacho de Donato, el aire olía a derrota y whisky barato. Las persianas estaban cerradas, sumiendo la habitación en una penumbra verdosa. Donato, con la corbata deshecha y la mirada perdida en un punto fijo en la pared, había recibido la llamada que sabía inevitable. La voz de León, serena y cortante como el filo de un cuchillo, resonó en el auricular.

—Has tenido tiempo de considerar mi oferta, Donato.

—Puedes quedarte con la empresa —rugió Donato, con la voz ronca—. Puedes quedarte con todo, maldita sea. Pero no te acerques más a mi hija.

—Tu empresa —replicó Leónidas, con calma— ya no vale lo que crees. La oferta ha cambiado.

Un silencio pesado se extendió por la línea. Donato podía oír el latido de su propio corazón, un tambor fúnebre en sus oídos.

—¿Qué quieres? —preguntó, casi sin aliento.

—Una alianza —dijo Leónidas, y la palabra sonó obscena en el contexto—. Una fusión. No de empresas, sino de familias.

Donato se irguió en la silla, un escalofrío de horror recorriéndole la espalda.

—¿Qué estás insinuando?

—Que retiro mi oferta de compra. Inyectaré el capital necesario para salvar Rossi Construcciones de la bancarrota. Pagaré todas tus deudas. Incluso devolveré 'Sedas Argentum' a tu patrimonio, como un... regalo de bodas.

Cada palabra era un clavo en el ataúd de su dignidad.

—A cambio —continuó Leónidas, y su voz bajó a un susurro letal—, obtengo a Shiara. Se convertirá en mi esposa.

El mundo se detuvo para Donato. La habitación giró. Era una proposición tan retorcida, tan diabólica, que por un momento creyó estar teniendo una pesadilla.

—Estás loco —logró articular—. Jamás. Prefiero verla muerta antes que en tus manos.

—Esa es una opción —asintió Leónidas, con una frialdad que heló la sangre en las venas de Donato—. La otra es verla vivir en la calle, con tu apellido manchado para siempre, convertida en la hija del hombre que arruinó a cientos de familias. ¿Crees que alguien la miraría? ¿Crees que ese novio ideal que tienes en mente, el de los holdings en Asia, se acercaría a la hija de un quebrado? Yo le ofrezco un futuro. Un futuro dorado, incluso si es una jaula.

La lógica perversa de la propuesta se abrió paso en la mente de Donato, envenenando cada resistencia. Leónidas no solo le ofrecía salvar su empresa; le ofrecía salvar el futuro de Shiara, o al menos, la ilusión de uno. Era un chantaje emocional perfecto.

—Ella nunca aceptará —susurró Donato, buscando un último rescoldo de esperanza.

—Eso —dijo Leónidas —es asunto mío. Tú solo tienes que dar tu bendición. O, para ser más exactos, no oponerte. Le dirás que es la única manera. Que es por el bien de todos. Que es su deber para salvar el legado de su familia.

Donato sintió náuseas. Estaba siendo forzado a convertir a su propia hija en un peón, a venderla para salvar los restos de su orgullo. Pero la alternativa... la imagen de Shiara arruinada, despreciada, sin un centavo... era insoportable.

—Necesito... necesito tiempo —balbuceó.

—Tienes hasta mañana al mediodía —cortó Leónidas—. Mi abogado traerá el preacuerdo matrimonial. Firma, y la pesadilla financiera termina. Te devuelvo el control. Niega, y mañana a esta hora, no te quedará ni el escritorio desde el que me hablas.

La llamada se cortó. Donato dejó caer el teléfono y enterró su rostro en sus manos. Había luchado contra competidores despiadados, contra crisis económicas, contra todo. Pero nunca se había enfrentado a un enemigo que no quería su dinero, sino su alma. Y la de su hija.

---

Shiara pasó la noche en vela, atormentada por la conversación con su padre y la llamada de Leónidas. A la mañana siguiente, encontró a Donato en el comedor, demacrado y con los ojos inyectados en sangre. Parecía un fantasma del hombre que era solo unos días antes.

—Padre... —comenzó ella, pero él alzó una mano para silenciarla.

—He tomado una decisión —dijo, con una voz que no era la suya—. La única que nos queda.

Le explicó la "oferta" de Leónidas. No con los términos fríos y manipuladores que había usado Ktasaros, sino adornándola como un sacrificio necesario, un matrimonio de conveniencia para salvar a la familia y a todos los que dependían de ellos. Habló de deber, de honor, de proteger el apellido.

Shiara lo escuchó, y con cada palabra, sentía cómo el suelo se abría bajo sus pies. Era una pesadilla. Era medieval. Era inhumano.

—¿Estás... diciendo que me vendas? —preguntó, con un hilo de voz, la incredulidad ahogando el grito que llevaba dentro.

—¡No es una venta! —se defendió Donato, desesperado—. Es... es una salida estratégica. Él te proveerá de todo. Tendrás una vida de lujos. Y la empresa se salvará. La fundación se salvará. Todos ganan.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.