Matthew

3


 

Subimos por el ascensor y las puertas se abren en un angosto pasillo con únicamente tres puertas. Caleb camina delante de mi y se dirige a la que esta al final.


 

La puerta es de madera color chocolate. Y es grande. Al momento de abrirla me voy cuenta de que es más gruesa de lo normal.


 

Nos adentramos ambos al departamento y el hombre de a mi lado enciende las luces. Todo luce tan refinado y moderno.


 

En la entrada se encuentra un espejo colgado. Camino un poco más, una pared de cristal se levanta el final del penthouse y a mi izquierda me topo con lo que es la sala de estar y unas escaleras. Los sillones son bajos y de color gris, en el centro de la sala una pequeña mesa de vidrio descansa sobre una alfombra blanca. El piso es de madera oscura, del mismo tono que la puerta. A mi lado derecha encuentro una mesa-comedor de cristal y sillas blancas para ocho personas. Un poco más allá, una isla de cocina de piedra con tonalidades negras, grises y blancas se levanta y pegado a la pared una barra con la estufa y demás electrodomésticos. Una puerta blanca y de madera se alza en la pared de al fondo y junto a ella se encuentra el refrigerador.


 

Caleb sin decir adiós y sin observar con detenimiento el departamento corre escaleras arriba y yo después le sigo.


 

En el pasillo hay varias puertas y tomo la primera.


 

Me quedo sin palabras. De las cuatro paredes que rodean mi espacio dos de ellas son de cristal, y puedo observar la ciudad en su total esplendor de noche. Las luces encendidas de todo San Francisco me enamoran.


 

Me dirijo hacia la cama se sabanas y edredón blanco. Entre ella se encuentran dos mesitas de noche blancas con una lámpara cada una. Bajo la cama reposa de igual manera un tapete peludo color gris. Unos sillones celestes con rosa se encuentran en dirección a lo que son los ventanales.


 

Dejo la maleta sobre mi cama y la abro para tomar mis cosas y caminar hacia una de las puertas de la habitación. La primera puerta que abro es el baño. Uno muy grande. Tiene una ducha normal de granito gris y una cortina transparente. El lavabo es de un color beige muy claro. A lado de lo antes ya mencionado se encuentran unas repisas para colocar las pertenencias higiénicas.


 

Un poco más tras del baño se encuentra un jacuzzi para baño y un espejo de cuerpo completo. La pared frente al jacuzzi también es de cristal. Dios mío que tiene obsesión tiene esta gente con el cristal como pared. Aunque debo admitir que todo luce genial.


 

Regreso a la parte frontal del baño y comienzo a quitarme la ropa para cambiarme. Ya en la mañana me ducharé y acomodare las cosas.


 

Me observo. Observo mi cuerpo con detenimiento. Me es imposible ver con una mueca todo de mi. Mis cicatrices por el incendio de ya casi hace tres años. Marcas rojas por todo mi tórax y un moretón en la espalda y en mis piernas.


 

Rápidamente me coloco mi ropa de dormir y negando con la cabeza por todo lo que ha pasado este último tiempo, salgo del baño y me dirijo a mi nueva cama.


 

Bajo la maleta y abro las colchas para meterme en la cama. Al sentarme siendo de inmediato su perfecto balance entre suave y un colchón no aguado. Me termino de meter en la cama y el cansancio del viaje me pega. A pesar de dormir casi todo el trayecto, no es lo mismo dormir en una cama a sentada en el asiento de un auto.


 

Casi por inmediato me voy quedando dormida, hasta caer en los brazos de Morfeo.


 

•••


 


 

— ¡Noah! — Grita él.


 

— ¡Ya te dije que perdón! ¿Qué es lo que quieres? Me estoy quedando sola por tu culpa — le suelto con la voz temblorosa y cargada de rabia.


 

— No es mi culpa, todo es y fue por ti. Lo que te paso, esta pasando y pasará, todo fue tu culpa.


 

— ¡No es verdad! No entiendo por qué dices eso. Tu sabes cómo ocurrieron las cosas.


 

— Todo es tu culpa. No preguntes el porqué, porque jamás vas a saber. Nunca lo entenderías...— dice bajando cada vez más su tono de voz.


 

— ¡Te odio! ¡Jamás debí confiar en ti!


 


 

Me despierto de golpe. Mi respiración esta acelerada, estoy sudando y mi boca está seca.


 

Esa es una de las tantas cosas que siempre se repiten en mi cabeza. No son sueños, son recuerdos, recuerdos que quisiera borrar para siempre de mi cabeza.


 

Apoyo los codos en el colchón y procedo a levantarme y salir de la habitación por un vaso de agua. Bajo por las escaleras y atravieso todo el lugar para llegar a la cocina.


 

Enciendo las luces y me acerco para empezar a abrir los gabinetes en busca de un vaso. La primera que abro son los platos. Chicos, medianos y grandes, junto a ellos reposan unas copas de cristal.


 

La segunda que abro son cosas como sartenes, ollas y demás. La última que abro a su lado son los vasos. Me pongo de puntitas para poder alcanzar uno y me acerco a la llave del agua para llenar el objeto de vidrio.


 

Con calma tomo el líquido transparente y enjuago el vaso para volver a colocarlo donde debe ir.


 

Apago todo y regreso por donde vine. Vuelvo a recostarme en la cama e intento volver a conciliar el sueño.


 


 

La siguiente vez que despierto son las 11:18am según mi héroe en el celular. Bajo las escaleras y me paseo por el living del penthouse.


 

Me acerco a los ventanales frente a la sala y me tomo mi tiempo de observar la ciudad despierta. Todo es increíble, pero definitivamente luce mejor de noche.




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