Matthew

23

NOAH’S POV 
 

Mis ojos están pesados. Me siento como... como drogada. A pesar de no ver nada me siento mareada. Poco a poco comienzo a intentar abrir los ojos. Una luz encima mía me ciega por completo obligándome a cerrarlos de nuevo.


 


 

La vista se me acostumbra a la iluminación del lugar. Estoy amarrada a una silla metálica bajo un foco —Genial, esto parece de película —. La puerta — que también es de metal — es abierta de manera abrupta. Un hombre al que le calculo unos 35 años camina hasta mi y lo primero que siento es un golpe en la mejilla junto con una patada en la espinilla de la pierna derecha.


 


 

— ¡¿Qué te pasa imbecil?! — solté de la nada.


 


 

— Yo soy quien hace las preguntas aquí — habla de manera dura — ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?


 


 

Toma mi rostro obligándome a mirarle.


 


 

— Mi nombre es Gertrudis y créeme que yo tengo la misma maldita pregunta.


 


 

— Escúchame bien Gertrudis. ¿Cómo diste con nuestra ubicación? ¡Dímelo! ¡Ya!


 


 

— ¡Te lo diría si al menos supiera donde estoy, tarado!


 


 

— ¡No me alces la voz niña estúpida!


 


 

— ¡Tu no me la alces a mi! ¡No soy yo quien llega como Juan por su casa y comienza a golpear a la gente sin razón!


 


 

Jala mi cabello hacia atrás y vuelve a golpearme a puño cerrado en el pómulo.


 


 

— Si no hablas voy a tener que verme obligado a usar el método Halstead — susurro muy pero muy cerca de mi rostro.


 


 

— ¿Método Hasled? — pregunte confundida.


 


 

— Es Halstead — corrigió.


 


 

— Pues metete el Método Hasltead o como se llame por... — me da otro golpe.


 


 

— No estás en posición para hablar de esa manera, así que será mejor que te calles y contestes lo que yo te pregunte. 


 


 

Una de sus manos va a parar a mi cuello y con la otra jalando mi cabello me veo obligada a echar la cabeza hacia atrás.


 


 

— Antonio contrólate — se escucha otra voz.


 


 

— La niñata no quiere colaborar, yo digo que utilice el método Halstead — el ahora nombrado Antonio voltea hacia la puerta donde está parado el recién llegado.


 


 

— Ese método ni siquiera es real. Y desátala ella viene con nosotros.


 


 

— ¿Desatarla? ¿Por qué? es una intrusa — me señala como si fuera yo la culpable de que estuviera aquí.


 


 

Bueno.


 


 

En parte es cierto.


 


 

Si no hubiera sido porque Matthew y yo andábamos de curiosos y jugando a los osados buscando el Área 51 no estaría aquí encerrada con estos dos.


 


 

Mierda Matt. ¿Donde estará? ¿Cómo pude ser tan descarada al olvidarme por un momento de él?


 


 

— Está de nuestro lado. Es la hija del  jefe, idiota. La quiere ver así que libérala. Ahora — ordena.


 


 

— Pero...


 


 

— Soy tu superior, obedece — así que sin más da la media vuelta y se sale del cuarto.


 


 

— ¿Ahora quien no está en posición de quejarse? — me burlé.


 


 

— Eso ya lo veremos.


 


 

Termina de liberarle y tomándome bruscamente del hombro me lleva hacia afuera.


 


 

— Espera, ¿dijiste hija? — le pregunté al sin nombre que dio la orden de liberarme.


 


 

— Si, dije hija — contestó sin expresión —. Te estuvimos buscando y cuando el bando contrario te capturó te rescatamos.


 


 

— ¿Y cómo están seguros de que soy su hija? — volví a preguntar.


 


 

— Se llama prueba de paternidad. Los resultados estuvieron hasta apenas unas horas. Pero eso ya el jefe te lo explicará más adelante.


 


 

— ¿Cuando ocurrió todo eso?


 


 

— Haces demasiadas preguntas. Ya cállate — escuche a Antonio quejarse.


 


 

— Le estoy hablando a él — señale al sin nombre — no a ti tarado.


 


 

— Una semana.


 


 

Me detengo de golpe al escuchar su respuesta. ¿Una semana? Ha pasado una maldita semana.


 


 

Demonios. Es demasiado tiempo. ¿Qué pensaran los chicos? ¿Qué pasó con Matt? ¿Se habrá dado por vencido al intentar buscarme? ¿O al menos habrá intentado hacerlo?


 


 

Esto está mal. Es demasiado.


 


 

Aunque la verdad, si Matt no me busca estaría mucho mejor para los dos. No se ni en que me estoy metiendo y no quiero arriesgarlo a él. Sería ridículo si lo hiciera. Lo quiero demasiado como para ponerlo bajo la mira infrarroja de esta gente.


 


 

Seguimos caminando y me encargo de detallar cada cosa de los pasillos, lo cual no fue muy difícil al ser todos blancos con una luminosidad exagerada y sin nada en las paredes. Damos vuelta hacia la derecha dos veces y al final hacia la izquierda.


 


 

Lo primero que captan mis ojos son dos puertas metálicas. El sin nombre las empuja y me invita a pasar con la mirada. Me adentro en la nueva sala con Antonio detrás mío. Es igual a todo lo demás, blanco, lleno de cristales. La sala defiende hacia el centro en escalones circulares, donde se sostienen islas en cada uno con cosas sobre ellos. Unas pantallas se proyectan en el aire encima de ellas y muestran cosas diferentes.




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