Cuando solamente necesitaba dormir, aquella monstruosa persona estuvo allí para cubrirme con su tierna manta bordada con penas y estampada con bellas personas en caos. Todos los días puedo recordar su cara en su último momento, su cara, o mejor dicho, su cuerpo, estaba hecho silueta. Sus ojos irradiaban ese temor que siempre surgía en mí por temer al progreso, por temer a la obtención de voluntad y ser capaz de continuar. Mientras en sus ojos se veían tan tiernas cosas, con sus labios creaba una mueca de felicidad sarcástica, probablemente referida a mi felicidad momentanea y mi estado actual. Hace tiempo pensé que yo estaba varado en un tugurio dentro de un paisaje brillante pero que, a su vez, guardaba cierta desolación. Sin salida alguna, ciertas personas cuentan sus historias de cómo la sociedad les aterra y los obliga a insertarse en sí mismas, esta persona es diferente, pues, cuenta el momento exacto donde se destruye y se reconstruye.
Creer en monstruos suena estúpido teniendo décadas de vida, pero qué pasaría si te vieras hundido en la desesperación y la depresión dentro de ti mismo, ha de ser terrorífico. Pero, ¿Quien mejor que alguien que lo ha vivido como para contarlo? Esa persona era, a su manera, amable conmigo y con mi humilde entorno en aquel mar de sufrimiento dentro de las necesidades no cumplidas. Opinaba igual que yo en todos los temas, si yo decía que el spaghetti era rico, él iba a asegurar lo mismo, así como si yo aseguraba que estamos en una aburrida vida monótona donde aquellos que intentan irse de ella sin perder sus pertenencias son tratados como idiotas, él asientía y luego me miraba fijamente de manera penetradora directamente a los ojos.
No logro recordar cómo era esa palabra, ni tampoco como se cuenta una historia, lo único que me queda en este espacio lleno de oscuros grises y sombríos negros es intentar hallar una salida o perderme en esta estúpida parodia.