Me despierto de golpe, con el sonido de mi propia respiración cortando el silencio de la habitación. La piel se me eriza, y tardo unos segundos en recordar dónde estoy.
Cierro los ojos con fuerza, como si con eso pudiera bloquear la imagen de su rostro pálido, inmóvil, sin vida. Pero está ahí. Siempre está ahí.
Me levanto sin hacer ruido. Envidio a mis amigos pues a juzgar por el silencio, ellos están dormidos.
Salgo de la casa sin hacer ruido. La luna brilla detrás de las nubes, dejando al pueblo envuelto en una sombra fría y gris. Respiro hondo, intentando calmar el temblor en mis manos.
—Brooke — Mi corazón se detiene. Esa voz… me resulta familiar.
Me giro bruscamente, buscando por todos los lados con la respiración entrecortada. Pero no hay nadie. El viento sopla entre las casas derruidas. Un susurro suave, casi como un murmullo.
Cierro los ojos. No puede ser real. No puede ser él. Pero cuando abro los ojos lo veo de nuevo, veo una silueta a lo lejos.
Alta, delgada, con el cabello revuelto y los ojos oscuros como la noche. Es él.
Nick.
Siento que el suelo se rompe bajo mis pies. No es posible. No puede estar aquí. Y, sin embargo, está ahí. De pie en medio del pueblo, observándome con una expresión vacía.
—Nick… —susurro, sin atreverme a moverme.
Él no responde. Solo me mira. Y luego, lentamente, se acerca a mí, con pasos largos hasta quedar frente a mí. Alza una mano acariciándome la mejilla.
De pronto escucho el crujido de algo detrás de mí y me doy la vuelta de golpe. No hay nada. Solo el camino vacío, la casa detrás de mí, el viento, pero nada más.
Cuando vuelvo la vista al frente…
Nick ha desaparecido. Mi piel se eriza, y el miedo me paraliza. Algo me está pasando. Algo que no entiendo.
Porque, sí, Nick está muerto.
El viento sopla con más fuerza. Me quedo allí, quieta, con la piel de gallina y el corazón latiendo descontrolado contra mis costillas. Sabía que lo que acababa de ver no era posible.
No me atrevo a moverme. Ni siquiera a respirar con fuerza. Mi mente se tambalea entre la realidad y la posibilidad de que me esté volviendo loca. Nick está muerto. No paro de repetirlo una y otra vez, pero aún no me lo creo.
Y, aun así, sus ojos negros me miraban hace un momento. Su mano tocó mi mejilla.
Algo frío recorre mi espalda. Doy un paso hacia atrás y otro más, hasta que mis piernas golpean contra un viejo barril tirado en medio de la calle. No puedo quedarme aquí. No quiero quedarme aquí.
Doy media vuelta y camino de regreso a casa donde Jake y Ruby duermen. Cuando llego, me detengo frente a la puerta entreabierta y respiro hondo, intentando calmarme. Todo esto debe haber sido una ilusión. Una trampa de mi mente jugándome malas pasadas.
Pero, entonces, escucho algo.
Alguien ya no está dormido y me encuentro a Ruby en el sofá del salón, con los brazos rodeando sus piernas y la cabeza apoyada en el respaldo.
—Hola... —su voz es un hilo de aire, un susurro asustado.
Me acerco de inmediato y me arrodillo frente a ella.
—¿Qué pasa? —pregunto cautelosa.
Ruby alza el rostro, y veo que tiene los ojos enrojecidos, la respiración entrecortada. Mueve la cabeza de un lado a otro, negando.
—Esto me supera —murmura—. La situación es… agotadora.
Un escalofrío me recorre. No necesito preguntarle a qué se refiere. No necesito que diga su nombre. Porque lo sé.
—Lo se…yo me estoy volviendo loca.
El silencio se extiende entre nosotras. Me obligo a tragar saliva y a contener las lágrimas que ya empiezan a salir de mis ojos. Ruby tiembla. La cubro con una manta, aunque dudo que pueda darle algún consuelo. No después de cómo me siento yo.
Nick era amigo de todos, pero de una forma u otra su muerte me ha afectado a la que más.
—Somos invencibles ¿verdad? —susurra.
No sé qué responder. Si le digo que si… ¿le estaría mintiendo? Pero me niego a decirle que no, porque entonces significa que nos estamos desmoronando.
Así que no digo nada.
Me limito a abrazar mis piernas y fijar la vista en la puerta entreabierta.
“Es tu culpa” “Murió para protegerte Brooke” esa voz que no deja de atormentarme vuelve de nuevo. Mis labios se abren, pero no sale ningún sonido. Las palabras se atascan en mi garganta.
Harta de aguantármelo todo le di un largo abrazo a Ruby y me levanté del sofá, le dije que necesitaba descansar y que si le ocurría algo me llamara.
Cuando cerré la puerta de mi habitación y de pronto me vinieron a la cabeza la cantidad de cosas que ya no podríamos hacer juntos y las lágrimas se derramaron por mis mejillas. Ya no me despertaría cada mañana con Nick sonriendo a mi lado. Ya no le enseñaría a disparar los jueves por la mañana. Ya no hablaríamos durante horas. Y claro que ya no podría besarle cada vez que me apeteciera.
Empecé a sentir que el peso de la situación me comprimía el pecho dejándome sin respiración. No podía dejar de llorar y empezaba a ahogarme de verdad.
Me senté en el suelo con la espalda apoyada en la pared, pero el aire seguía sin llegar a mis pulmones, me estaba mareando y me iba a desmallar. pero las lágrimas no dejaban de salir.
—Ruby... Ayúdame ... Por favor— conseguí decir lo más alto que pude, pero dudo que me hubiera escuchado.
Cuando estaba a punto de perder el conocimiento lo vi, vi a Nick, delante de mí, mirándome con esos ojos oscuros y profundos que tanto había mirado hace pocos días. Seguía teniendo el pelo alborotado y había algo en su expresión algo que me pedía que luchara, que aguantara porque él lo necesitaba.
Ruby por fin entró en la habitación alarmada por mi grito ahogado casi sin aliento.
—¡¡Brooke!! — Ruby se tiró en el suelo al lado mío y me abrazó apoyándome en su pecho. Llamó a Jake lo más alto que pudo y el apareció en poco tiempo.
—¿Qué está pasando? — Jake no necesito una respuesta y de inmediato se sentó con nosotras y me cogió la mano indicándome que respirará.