Me Arriesgué Demasiado

CAPITULO 5

La mañana llegó con un cielo gris, lleno de nubes que amenazaban lluvia. El aire estaba cargado de humedad, y un poco de viento se colaba por las rendijas de la ventana. Me desperté sintiendo el peso de la noche anterior aún en mis huesos. Nick estaba a mi lado con un rostro tranquilo y una respiración monótona.

Me levante con cuidado intentando no hacer mucho ruido, pero solté un gruñido bastante fuerte cuando noté el dolor en mi espalda. Me llevé la mano a la espalda, sintiendo la cicatriz que ardía como si aún estuviera abierta. Sabía que esto iba a ser un problema durante el día.

Mientras me vestía, Nick abrió los ojos y me miró con una sonrisa cansada.

—Buenos días, aceitunita —dijo en tono divertido, aunque sus ojos reflejaban preocupación al verme herida y sentir el mismo dolor que estoy sintiendo yo ahora mismo.

—Buenos días —respondí, intentando sonar tranquila— ¿has dormido bien?

—Me temo que yo no puedo dormir —bromeó— pero estoy bien. Aunque puedo sentir lo mal que estas. ¿te duele verdad?

Asentí. No valía la pena mentirle, no cuando nuestras emociones estaban entrelazadas. Nick suspiró y yo me dirigí al armario y saqué unos pantalones oscuros y una camiseta ajustada negra.

Me vestí con rapidez, deslicé las dagas en las fundas del cinturón y de los muslos. Tomé mis dos pistolas del cajón y las acomodé en la cinturilla del pantalón. Mi mano tembló al rozar la de Nick, a punto de llevármela conmigo, pero al final cerré el cajón de un golpe seco.

Nick se sentó en la cama un instante más, luego se incorporó y se acercó a mí con una sonrisa tranquila.

Nick se quedó mirándome en silencio unos segundos, hasta que sus ojos se desviaron al cajón que había cerrado de golpe.
—Esa… —dijo con un tono grave—. ¿Por qué nunca usas mi pistola, Brooke?

Me tensé de inmediato, como si me hubieran descubierto en un acto prohibido. No fui capaz de mirarlo a los ojos.
—Porque… —mi voz apenas salió como un susurro— no puedo.

Nick frunció el ceño, dando un paso hacia mí.
—¿No puedes… o no quieres?

Apreté los puños, sintiendo cómo la cicatriz en mi espalda ardía al mismo tiempo que los recuerdos me atravesaban.
—No quiero —admití al fin, tragando saliva con fuerza—. Cada vez que veo esa pistola, me recuerda a ti… me recuerda a la última vez que te vi con vida. No puedo soportarlo. Es como si llevara conmigo el eco de tu muerte.

Sentí que las lágrimas querían salir, pero las contuve, mordiéndome el labio con fuerza.
—No quiero olvidarte, Nick… pero tampoco quiero cargar con ese peso cada vez que la sostengo.

Él se acercó un poco más, su silueta etérea temblando con la luz gris de la mañana.
—Entonces no la cargues sola. Úsala por mí, conmigo. No para recordar mi final, sino para recordarte que aún estoy aquí, a tu lado.

Nick no apartaba la mirada de mí. Entonces su voz sonó suave, pero con una seguridad que me atravesó por completo:
—Brooke… siento lo mismo que tú, siento tus ganas de llorar.

Me quedé helada. Sabía que compartíamos emociones, pero escucharlo en sus labios lo hacía más real, más imposible de esconder.
—Yo… estoy bien —mentí, aunque mi voz se quebró en el intento.

Nick negó con la cabeza, su silueta vibrando con un ligero destello.
—No, no lo estás. Y no pasa nada. No tienes que ser fuerte todo el tiempo. Puedes llorar conmigo, no voy a juzgarte.

Las palabras me desgarraron. El nudo en mi garganta se hizo insoportable y las lágrimas comenzaron a brotar, silenciosas primero, hasta convertirse en un torrente. Me cubrí el rostro con las manos, incapaz de contenerlo más.

Nick dio un paso hacia mí, como si quisiera abrazarme, aunque su cuerpo etéreo nunca pudiera tocarme.
—Déjalo salir, aceitunita. No tienes que guardártelo todo aquí dentro. Estoy contigo.

Solté un sollozo que me sacudió entera, y por primera vez en mucho tiempo no intenté reprimirlo. Sentía que Nick también lo vivía conmigo, que compartía cada lágrima como si fueran suyas.

—Tengo tanto miedo de perderte otra vez… —confesé entre lágrimas.
—Y yo de perderte a ti —admitió él con la voz temblorosa—. Pero si algo nos une, Brooke, es que siempre encontramos la forma de volver el uno al otro.

Nick extendió la mano hacia mí. Instintivamente hice lo mismo, convencida de que no sentiría nada… pero cuando nuestras manos se encontraron, un calor extraño me recorrió de arriba abajo, lo estaba tocando.

Abrí los ojos sorprendida.
—¿Lo… lo has sentido? —pregunté con un hilo de voz.
Nick parecía tan desconcertado como yo, aunque su sonrisa lo llenó todo de luz.

Nick se quedó congelado, mirando su propia mano como si no creyera lo que acababa de pasar.
—Sí… joder, Brooke, sí lo he sentido. —su expresión era una mezcla de incredulidad y emoción contenida—. Pensaba que no podía tocar nada. A nadie.

Retrocedí un paso, temblando, mientras mi mano sorprendida. Mi corazón golpeaba con fuerza contra el pecho, una mezcla de miedo y alivio que no lograba comprender del todo.

—No… —susurré, como si decir su nombre rompiera algo dentro de los dos—. No puedes…se supone que no puedes.

Pero Nick me miró con esa intensidad que siempre lograba que el mundo se detuviera a nuestro alrededor. Sus ojos, llenos de incredulidad y algo más profundo que no sabía nombrar, no me dejaban apartar la mirada. Lentamente, levantó la otra mano y la posó cerca de la mía, pero sin tocarla aún.

—Brooke… —susurró, casi temblando—. Si esto es real… si realmente podemos…

No pude contener un escalofrío. La cercanía de su mano, el calor que aún parecía emanar de su silueta, me hacía dudar de todo lo que creía imposible. Mi respiración se aceleró, y sentí cómo un nudo se formaba en mi estómago.

—No… no entiendo cómo… —murmuré, incapaz de quitar los ojos de los suyos—. Esto no debería ser posible.

—Yo tampoco lo entiendo —admitió él, con una sonrisa temblorosa—. Pero lo siento, Brooke. Lo siento de verdad.




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