Me Arriesgué Demasiado

CAPITULO 8

El Guerrero Oscuro sonrió con una mueca que me heló la sangre. Mi daga dorada brilla en su mano como si hubiera encontrado su lugar, pero sé que no es así. Esa daga es mía, me pertenece, y voy a recuperarla, aunque sea lo último que haga.

—Muy bien —dice, girando la hoja entre sus dedos con una destreza que me pone los pelos de punta—. Las reglas son simples: tienes diez minutos para herirme con esta daga. Si lo consigues, todos vivís. Si no... —hace un gesto teatral hacia Nick— tu amado desaparecerá para siempre, y por consiguiente tú morirás con él.

—Brooke… —Nick me agarra del brazo, su toque desesperado.

Lo miro a los ojos, esos ojos que tanto he echado de menos, que tanto me han consolado desde que volvió, miro a Jake que esta alucinando debido a que Nick me haya tocado.

—Puedo hacerlo.

Jake se incorpora completamente, limpiándose la sangre del labio.

Ruby sigue atada a la silla, luchando contra las cuerdas.

—¡Brooke, no lo hagas! ¡Esto es lo que quiere!

—Lo sé —susurro, verificando el cargador de mi pistola—. Pero no tengo elección.

El Guerrero lanza mi daga al aire y la atrapa por la punta, apuntándola hacia mí.

—Diez minutos empiezan... ahora.

No lo pienso dos veces. Disparo directamente a su pecho, pero la bala rebota en su armadura como si fuera de cristal. Mierda. Sabía que no iba a ser tan fácil, pero tenía que intentarlo.

Me lanzo hacia un lado cuando él arroja la daga hacia mí. La hoja silba peligrosamente cerca de mi oído y se clava en la pared de madera detrás de mí.

—¡Primera oportunidad desperdiciada! —se burla, pero yo ya estoy corriendo hacia la pared.

Agarro la daga por el mango y la sensación familiar me recorre como una descarga eléctrica. Es como volver a casa.

—Te he echado de menos —le susurro al arma antes de girarme hacia él.

El Guerrero me espera con los brazos cruzados, como si esto fuera un juego.

—Vamos, pequeña. Enséñame de qué estás hecha.

Me lanzo hacia él con la daga por delante. Él se mueve con una agilidad sobrenatural, esquivando mi ataque y golpeándome en las costillas con el puño. El dolor me atraviesa, pero no me detengo. Giro sobre mí misma y trato de cortarle el cuello, pero él retrocede justo a tiempo.

—Cinco minutos —dice, mirando un reloj invisible—. El tiempo vuela cuando te diviertes.

—Cállate —gruño, atacando de nuevo.

Esta vez consigo rozarle el brazo con la punta de la daga. No es una herida profunda, pero un hilo de sangre negra brota de la pequeña herida. El Guerrero mira su brazo, genuinamente sorprendido.

—Interesante... —murmura—. Parece que tu pequeña daga sí puede hacerme daño.

Nick grita desde detrás de mí:

—¡Brooke, su armadura! ¡Busca las uniones!

Tiene razón. La armadura es sólida, pero debe tener puntos débiles. Estudio sus movimientos, buscando guecos, espacios entre las placas de metal.

El Guerrero parece leer mis pensamientos porque de repente invoca varias sombras que se materializan a su alrededor como perros guardianes.

—Dos minutos —anuncia—. Y ahora tienes más compañía.

Las sombras se lanzan hacia mí. Esquivo la primera, apuñalo la segunda —que se desvanece con un sonido extraño—, pero la tercera consigue arañarme el costado. Siento cómo sus garras me desgarran la camiseta y me cortan la piel.

—¡Brooke! —grita Nick, desesperado al ver la sangre empapando mi ropa.

Pero el dolor solo me da más furia. Uso esa rabia. Giro en círculo, cortando las sombras restantes hasta que solo quedamos el Guerrero y yo.

—Un minuto —dice, pero por primera vez detecto un atisbo de nerviosismo en su voz.

Es ahora o nunca. Corro directamente hacia él, fingiendo apuntar a su pecho. En el último segundo, me deslizo por el suelo y dirijo la daga hacia arriba.

La hoja se hunde en su hombro con un sonido húmedo y desgarrador.

El Guerrero Oscuro abre los ojos como platos, mirando la daga clavada en su hombro derecho. Sangre negra brota de la herida, manchando mi mano y el suelo.

—Imposible... —susurra.

—Nada es imposible cuando luchas por las personas que quieres —le digo, girando la daga para hundirla más profundo.

Su grito resuena en toda la cabaña. Las velas se encienden de golpe, iluminando la escena con una luz dorada.

Pero entonces, el Guerrero me agarra por el cuello y me levanta del suelo.

—Esto no acaba aquí —dice con la voz distorsionada por el dolor

Sus dedos se cierran alrededor de mi garganta. No puedo respirar. Las manchas negras empiezan a aparecer en mi visión.

—¡SUÉLTALA! —grita Nick, y esta vez su voz sonaba completamente sólida, real, viva.

De repente, siento cómo Nick me toca la espalda, pero esta vez es diferente. Con una fuerza que no sabía que tenía, agarro la daga que sigue clavada en el hombro del Guerrero y la retuerzo con todas mis fuerzas. El grito que sale de él no es humano.

Me suelta y caigo al suelo, tosiendo y luchando por recuperar el aire. El Guerrero se tambalea hacia atrás.

—Esto... no... ha... terminado... —jadea, pero su voz se está desvaneciendo. Luego chasquea los dedos y desaparece. Dejando mi daga dorada en el suelo.

Cuando el humo se desvanece, estamos solos. Jake, Ruby, Nick y yo. La cabaña ha vuelto a ser solo una cabaña abandonada, sin rastro de oscuridad ni magia.

—¿Está muerto? —pregunta Ruby, acercándose cautelosamente.

—No…no lo está. —dogo, limpiando la sangre negra de mi daga con mi camiseta.

Nick me abraza, y puedo sentirlo completamente.

—¿Cómo...? —empieza a preguntar Ruby.

—No lo sé —admito, sonriendo por primera vez en mucho tiempo.

Jake nos mira a ambos, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

—¿Alguien me puede explicar qué coño acaba de pasar aquí?

Ruby ríe, una risa ligera y aliviada.

—Creo que acabamos de presenciar un milagro.

Salimos de la cabaña juntos, hacia la luz del amanecer que empieza a filtrarse entre los árboles.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.