El amanecer del último día llegó con una brisa fría que parecía susurrar advertencias. Mañana partiríamos hacia las Montañas del Norte, y el peso de esa realidad se asentaba sobre todos nosotros. Pero había algo que necesitaba resolver antes de que fuera demasiado tarde.
Jake estaba sentado en el porche trasero de la cabaña, con una taza de café humeante entre las manos. La marca rojiza en su pecho había sanado casi del todo, pero sabía que el recuerdo de lo que había pasado seguía fresco en su mente. Me acerqué despacio, con el corazón latiendo más fuerte de lo que me gustaría admitir.
—¿Puedo sentarme? —pregunté, señalando el espacio vacío a su lado.
Él me miró de reojo y asintió, apartándose ligeramente. El gesto dolió, pero lo entendía.
—Jake, sobre lo que pasó...
—No —me interrumpió, levantando una mano—. Déjame hablar primero. —Suspiró, dejando la taza en el suelo—. Lo que te dije... fue una mierda. Todo. No tenía derecho a decirte esas cosas, y menos de esa manera. Estaba cabreado pero no debí pagarlo contigo.
—Tenías derecho a estar enfadado —repliqué—. Todos estamos bajo mucha presión.
—No. —Su voz era firme—. El enfado no justifica la crueldad. Te llamé cobarde, Brooke. A ti. La persona que más veces me ha salvado el culo. Que perdió a Nick y siguió luchando. Que se levanta cada día dispuesta a protegernos... —Se frotó la cara con ambas manos—. Soy un imbécil.
El nudo en mi garganta se aflojó un poco. —Jake...
—Y lo peor es que lo hice porque tengo miedo —continuó—. Tengo miedo de perderos a todos. A Ruby, a ti, incluso a Nick otra vez. Y cuando vi lo que te había pasado, cómo te habías debilitado por él... me entró pánico. Pensé que, si te hacía enfadar, si te obligaba a ser la Brooke de antes, todo saldría bien.
Me giré para mirarlo de frente. Sus ojos estaban rojos, cansados.
—La Brooke de antes no era mejor que la de ahora —le dije—. Era más dura, sí. Pero también más sola. Nick no me ha debilitado, Jake. Me ha hecho más fuerte porque ahora tengo algo por lo que luchar que va más allá de la venganza.
Él asintió lentamente. —Lo sé. Y por eso me odio más.
—Yo no te odio —confesé—. Nunca podría. Pero me duele que pienses que soy frágil.
—No eres frágil. Eres humana. Y yo fui un cabrón por lo que te hice.
Nos quedamos en silencio un momento, observando cómo el sol se alzaba entre los árboles. La tensión entre nosotros se iba disolviendo.
—¿Qué es eso que sale de tus manos? —preguntó finalmente—. Ese fuego verde.
Suspiré, aún sin entenderlo del todo. —Nick cree que tiene que ver con nuestro vínculo. Con la conexión que tenemos. Cuando siento emociones muy intensas, especialmente ira o miedo. Es como... como un método de defensa.
—¿Te duele?
—No. Pero asusta. Mucho.
Jake se giró hacia mí, y por primera vez en días, su sonrisa era genuina.
—¿Sabes qué? Prefiero una Brooke que lance fuego verde cuando está cabreada que una que no sienta nada. Al menos así sé que sigues siendo tú.
Una sonrisa se abrió paso en mis labios. —Idiota.
—Idiota arrepentido —corrigió—. ¿Amigos?
Extendió su mano hacia mí. Por un momento, dudé. El recuerdo de lo que había pasado la última vez que perdí el control me helaba la sangre. Pero Jake no retiró la mano. Esperó, paciente, confiado.
Respiré hondo y me lance sobre el abrazándole, le echaba de menos. No hubo chispas, no hubo fuego. Solo el apretón firme de un amigo.
—Amigos —confirmé.
***
El resto del día transcurrió en preparativos finales. Ruby revisaba el equipo médico por enésima vez, Jake afilaba sus espadas con una meticulosidad obsesiva, y yo... yo intentaba no pensar en que podría ser la última vez que veía ese lugar mientras comprobaba los cargadores de mis tres pistolas.
Nick apareció a mi lado mientras guardaba mis dagas en las fundad de mi cinturón.
—¿Lista para un último entrenamiento? —preguntó, pero había algo travieso en su voz que me puso en alerta.
—¿Entrenamiento? —arqueé una ceja—. Pensé que ya habíamos terminado.
—Nunca se termina de entrenar, aceitunita. —Su sonrisa era traviesa —. Además, quiero asegurarme de que puedes controlar ese nuevo talento tuyo bajo... diferentes circunstancias.
Había algo en su tono que hizo que un calor familiar se extendiera por mi vientre. —¿Qué tipo de circunstancias?
—Ven y lo verás.
Me llevó al claro donde habíamos estado entrenando, pero esta vez no había armas esperándonos. Solo él, yo, y la luz dorada del atardecer filtrándose entre las hojas.
—¿Y bien? —pregunté, cruzándome de brazos—. ¿En qué consiste este entrenamiento?
Nick se acercó despacio, con esa manera suya de moverse que siempre lograba que mi respiración se acelerara. Se detuvo justo frente a mí, tan cerca que podía sentir su calor.
—Concentración bajo presión —murmuró, sus ojos fijos en los míos—. A ver qué tal mantienes el control cuando no puedes pensar con claridad.
Antes de que pudiera preguntar qué quería decir, sus manos se deslizaron por mi cintura, atrayéndome hacia él. Sus labios rozaron mi cuello, justo debajo de la oreja, y un estremecimiento me recorrió entera.
—Nick... —susurré, pero mi voz sonó más a súplica que a protesta.
—Shhh —murmuró contra mi piel—. Ahora dispara.
Su boca encontró ese punto sensible donde mi cuello se unía con el hombro, y mordió suavemente. Las rodillas me temblaron, y tuve que agarrarme a sus hombros para no caerme.
—Tienes que mantener la concentración —susurró, aunque su voz también sonaba afectada—. Pase lo que pase.
Intente sacar la pistola de la cinturilla de mi pantalón, pero de pronto sus manos subieron por mi espalda, una caricia lenta que me arrancó un gemido ahogado. Podía sentir el calor familiar hormigueando bajo mi piel, pero no era el fuego verde de la ira.
—¿Esto es realmente entrenamiento? —logré preguntar entre jadeos. — no puedo si sujetar el arma.