Me Arriesgué Demasiado

CAPITULO 13

Nos quedamos tumbados unos minutos más, recuperando el aliento. El aire aquí era diferente: más denso, cargado de una energía que hacía que se me erizara la piel. Las montañas se alzaban a nuestro alrededor como gigantes silenciosos, cubiertas de una niebla que parecía moverse.

Fue entonces cuando Nick hizo una mueca de dolor, llevándose la mano al costado exactamente donde yo tenía mi vieja herida.

—¿Brooke? —preguntó con voz tensa, incorporándose para mirarme—. ¿Te duele el costado?

Su pregunta me pilló desprevenida. Durante la adrenalina de la caída y la escalada, había ignorado el dolor punzante que se había intensificado al golpearme contra la pared de roca. Pero ahora que él lo mencionaba, la herida palpitaba con una intensidad que me costaba disimular.

—Estoy bien —mentí, pero la mueca involuntaria que hice me delató.

—No me mientas —insistió Nick, acercándose—. Lo siento. Cada punzada. ¿Se te ha abierto la herida?

Ruby, que había estado sacudiendo tierra de su ropa, se giró hacia nosotros con preocupación.

—Déjame ver —ordenó, acercándose con su botiquín.

Con cuidado, levantó mi camiseta lo suficiente para examinar la zona. La cicatriz estaba amoratada y ligeramente inflamada, pero no sangraba.

—No se ha abierto —anunció Ruby con alivio—. Pero está muy morada. El golpe contra la roca no le ha sentado nada bien.

Nick se relajó visiblemente, aunque pude sentir su culpabilidad a través de nuestro vínculo. Sabía que se reprochaba no haber podido protegerme.

—No es tu culpa —le susurré, tomando su mano—. Puedo seguir.

—Lo sé que puedes —respondió, besando mi frente—. Pero eso no significa que me guste verte sufrir.

Jake, que había estado observando el paisaje, se acercó con expresión sombría.

—Odio interrumpir el momento, pero creo que deberíamos movernos. Este lugar... no sé cómo explicarlo, pero da mal rollo.

Tenía razón. La sensación de estar siendo vigilados era abrumadora. Era como si miles de ojos invisibles siguieran cada uno de nuestros movimientos.

***

El ascenso por las montañas fue horrible. El sendero serpenteaba entre rocas traicioneras y precipicios que parecían diseñados para hacernos caer. Cada paso era un esfuerzo, y el aire se volvía más delgado con cada metro que ganábamos en altura.

La niebla se hacía más densa, jugando trucos con nuestros ojos. Varias veces creí ver gente moviéndose entre las rocas, pero cuando miraba directamente, no había nada.

—¿Cuánto falta? —preguntó Ruby, jadeando.

Consulté el mapa, aunque las marcas se habían vuelto menos claras en esta zona.

—Según esto, el templo donde debería estar la Hoja Esmeralda está justo en la cima —respondí, señalando hacia arriba—. Pero...

No terminé la frase. Pero todos vimos lo que yo veía. La cima de la montaña no estaba vacía. Una estructura antigua se alzaba contra el cielo gris: un templo de piedra negra con torres retorcidas que parecían arañar las nubes.

—Ahí está —murmuró Jake—. Ahí es donde nos espera.

El Guerrero Oscuro. Podía sentir su presencia como un bloque de hielo en mi alma.

—Entonces vamos a terminar esto —declaré, ajustando las correas de mi mochila.

El último tramo del ascenso se sintió eterno. Con cada paso, el aire se volvía más opresivo, más cargado de malicia. La tierra bajo nuestros pies parecía vibrar con una energía siniestra, y el viento que soplaba entre las torres del templo producía un sonido que se parecía demasiado a gritos humanos.

Cuando finalmente llegamos a la entrada del templo, nos detuvimos. Las puertas eran enormes, hechas de una madera tan negra que parecía absorber la luz. Runas extrañas estaban grabadas en su superficie.

—Una vez que entremos ahí —dijo Nick en voz baja—, no habrá vuelta atrás.

—Lo sabemos —respondió Jake, desenfundando sus espadas.

Ruby revisó una vez más su equipo médico, sus manos temblando ligeramente. Yo verifiqué mis armas: las tres pistolas cargadas, las dagas afiladas, y la daga dorada de Nick colgando de mi cinturón como un talismán.

—Pase lo que pase ahí dentro —comencé, mirando a cada uno de mis amigos—, quiero que sepáis que...

—No —me interrumpió Nick bruscamente, su voz cargada de una emoción que no había escuchado antes—. No vamos a hacer esto.

Me giré hacia él, confundida.

—¿Hacer qué?

—Despedidas —dijo, y había pánico en sus ojos—. No vamos a despedirnos. Porque eso implicaría que no vamos a salir de aquí. Y yo me niego a aceptar esa posibilidad.

—Nick...

—No, Brooke —insistió, acercándose a mí y tomando mi rostro entre sus manos—. He muerto una vez. He tenido que despedirme de ti una vez. Y fue el infierno. No voy a hacerlo otra vez. No voy a decirte adiós porque no va a ser un adiós.

Sus ojos estaban brillantes, y pude sentir su miedo a través de nuestro vínculo. No miedo a morir, sino miedo a perderme otra vez.

—Pero si algo sale mal...

—Nada va a salir mal —declaró con una determinación feroz—. Porque esta vez no te voy a dejar. Esta vez voy a estar ahí para protegerte. Esta vez vamos a ganar.

—Nick, tienes que ser realista...

—No —cortó—. La realidad es que hemos llegado hasta aquí juntos. La realidad es que somos más fuertes juntos de lo que él jamás hemos sido. Esa es la única realidad que acepto.

Me quedé sin palabras. Su negativa a aceptar la posibilidad de perderme otra vez era tan intensa que me robaba el aliento.

Jake carraspeó suavemente.

—Eh, Nick tiene razón —dijo, con una sonrisa forzada pero genuina—. Nada de despedidas. Solo un "hasta ahora" y un "nos vemos en cinco minutos cuando hayamos jodido a ese cabrón".

Ruby asintió, aunque tenía lágrimas en los ojos.

—Exacto. Nos vemos en cinco minutos, cuando salgamos de aquí.

Me giré hacia Nick, viendo la determinación absoluta en sus ojos. Su negativa a rendirse, su negativa a aceptar que podríamos no sobrevivir, era tanto aterradora como alentadora.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.