Me levanté con un dolor que me cortaba el aire. La herida del costado palpitaba con cada movimiento, y el brazo vendado me recordaba constantemente lo que habíamos pasado. Nick se despertó al instante, como si hubiera estado esperando cualquier signo de movimiento de mi parte.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, incorporándose con cuidado para no tocarme las heridas.
—Como si me hubiera atropellado un camión —murmuré, intentando sonreír—. Pero viva.
—Eso es lo único que importa.
Conseguimos bajar a la cocina, donde Jake y Ruby ya estaban despiertos, preparando café con expresiones sombrías. La realidad de la noche anterior pesaba sobre todos nosotros.
—Buenos días, bella durmiente —saludó Jake, aunque su sonrisa usual estaba forzada—. ¿Cómo están las heridas?
—Duelen —respondí, aceptando la taza de café que Ruby me tendía—. ¿Y vosotros? ¿Estáis bien?
—Nosotros no somos los que necesitamos preocupación —replicó Ruby, pero pude ver las ojeras bajo sus ojos—. Jake apenas durmió, revisando constantemente si se acercaba algo. Y yo... bueno, digamos que no es fácil olvidar lo que vimos allí arriba.
Un silencio incómodo se instaló entre nosotros. Todos sabíamos que había algo que no se había dicho, algo importante que flotaba en el aire como una sombra.
Fue Jake quien finalmente lo expresó.
—La daga —dijo en voz baja, mirando su café—. La perdimos, ¿verdad?
Mi corazón se detuvo por un segundo. Ruby palideció, llevándose una mano a la boca.
—Dios mío —susurró—. Con todo el caos de las heridas de Brooke, el regreso... no pensé... ¿dónde está la Hoja Esmeralda?
Nick se giró hacia mí, sus ojos llenos de la misma pregunta. Los tres me miraban con una mezcla de horror y desesperación. Habíamos arriesgado nuestras vidas, habíamos llegado hasta las Montañas del Norte, habíamos luchado contra las sombras del Guerrero Oscuro... ¿y todo para nada?
—Tiene que estar en algún sitio —murmuró Jake, levantándose de un salto—. Revisemos las mochilas, la ropa que llevábamos...
—Jake —lo interrumpí suavemente.
—Tiene que estar —continuó, ignorándome, entrando en pánico—. No podemos haberla perdido. No después de todo esto. Ruby, ayúdame a buscar.
—Jake —repetí, más fuerte esta vez.
—¡No puede haber sido todo en vano! —gritó, girándose hacia mí con los ojos brillantes—. ¡No puedes haberte herido así por nada! ¡Tenemos que encontrarla!
—Jake —dije por tercera vez casi gritándole, aunque esta vez con una sonrisa jugando en mis labios.
Algo en mi tono hizo que se detuviera. Ruby y Nick también me miraron, notando mi expresión tranquila.
Con cuidado, metí la mano en el bolsillo delantero de mi pantalón. Mis dedos se encontraron con la superficie fría y lisa que había estado ahí todo el tiempo, esperando pacientemente.
Saqué la Hoja Esmeralda.
La daga brilló con esa luz verdosa característica, las runas de su empuñadura pulsando suavemente como un corazón. La había mantenido conmigo todo el tiempo, incluso durante la sutura, incluso mientras dormía. Era demasiado valiosa, demasiado importante como para perderla de vista.
El silencio en la cocina era absoluto.
Jake se dejó caer en su silla como si le hubieran cortado los hilos que lo mantenían en pie. Ruby se llevó ambas manos al corazón, suspirando profundamente. Nick se frotó la cara con las manos.
—Que cabrona —murmuró Jake, pero estaba sonriendo—. Pensé que había perdido diez años de vida.
—Lo siento —me disculpé, aunque no pude evitar reírme—. No quería asustaros, pero tampoco iba a dejarla por ahí tirada. No después de lo que costó conseguirla.
—¿La llevaste todo el tiempo? —preguntó Ruby, incrédula—. ¿Incluso mientras te curábamos?
—Especialmente mientras me curabais —confirmé—. No sabía si era seguro soltarla. Y resulta que tenía razón en preocuparme.
Nick negó con la cabeza, pero su sonrisa era evidente.
—Solo tú podrías mantener un secreto así mientras te estaban cosiendo —dijo—. Increíble.
—Entonces... ¿lo conseguimos? —preguntó Jake, mirando la daga con una mezcla de asombro y alivio—. ¿De verdad lo conseguimos?
Miré la Hoja Esmeralda, sintiendo su poder latir suavemente contra mi palma. Habíamos sobrevivido al viaje, habíamos enfrentado a las sombras, habíamos conseguido el arma que podría marcar la diferencia en la guerra que se avecinaba.
—Sí —respondí, sintiendo por primera vez en días una verdadera sensación de triunfo—. Aunque este no es el final.
La sonrisa que compartimos en ese momento, a pesar del dolor, a pesar del agotamiento, a pesar de todo lo que habíamos perdido para llegar hasta aquí, fue la más real que había sentido en mucho tiempo.
Teníamos la daga. Teníamos una oportunidad. Y lo más importante, nos teníamos los unos a los otros.
El futuro seguía siendo incierto, pero también parecía esperanzador.
***
Los días siguientes pasaron en una rutina extrañamente doméstica. Mis heridas no mejoraban mucho, pero podía aguantar, Nick se había convertido en una sombra protectora que apenas se separaba de mí. Jake había asumido las tareas más pesadas de la casa, mientras que Ruby se había transformado en una enfermera obsesiva que revisaba mis vendas cada pocas horas.
Era agradable, esta sensación de normalidad. Casi podía fingir que éramos simplemente cuatro amigos compartiendo una casa en el campo, sin dagas mágicas ni guerreros oscuros acechando en nuestro futuro.
—Voy a ver cómo está Ruby —anuncié una tarde, después de pasar la mayor parte del día leyendo en el sofá del salón—. No la he visto desde el desayuno.
—¿Estás segura de que puedes subir las escaleras? —preguntó Nick, levantando la vista de su libro de poesía con esa preocupación constante que había desarrollado desde mi regreso herida.
—Nick, son solo unos escalones, no el Everest —respondí, poniéndome en pie cuidadosamente—. Pero gracias.