Nick me miró durante un largo momento, procesando todo lo que acababa de confesar. Sus ojos se llenaron de una mezcla de dolor, comprensión y algo que no pude identificar completamente.
—Brooke... —comenzó, su voz ronca por la tensión del momento.
Entonces explotó.
—¡Joder! —gritó, levantándose bruscamente del sofá—. ¡No puedes seguir castigándote por eso!
Su voz resonó en la habitación con una intensidad que hizo que todos nos sobresaltáramos. Ruby y Jake se tensaron, claramente sorprendidos por la explosión emocional.
—¿Te das cuenta de lo que acabas de decir? —continuó, paseando de un lado a otro—. Te estás castigando mentalmente por haber tenido una reacción humana completamente normal ante la muerte de alguien.
Se giró hacia mí, sus ojos brillando con una mezcla de dolor y furia.
—¡Brooke, yo morí! ¡Morí en tus brazos, con un tiro en el estómago! ¡Por supuesto que te derrumbaste! ¡Cualquier persona normal se habría derrumbado! El hecho de que siguieras respirando, de que siguieras levantándote cada día, ya era un milagro.
—Pero no pude hacer nada... —empecé a protestar.
—¡No tenías que hacerlo! —me interrumpió—. Tenías dieciocho años y habías visto morir al hombre que amabas. ¡No tenías que ser fuerte para nadie más en ese momento!
Se acercó y se arrodilló frente a mí, tomando mis manos entre las suyas temblorosas.
—Escúchame bien, Brooklyn Anderson. Que te rompieras cuando yo morí no te convierte en débil. Te convierte en persona. Te convierte en alguien que ama tan profundamente que la pérdida de esa persona la destruye completamente.
Las lágrimas corrían por su rostro ahora también.
—Y el hecho de que tuvieras miedo de tocar tus armas después de todo... joder, Brooke, eso no es cobardía. Eso es tu mente tratando de protegerte del dolor asociado con esos objetos.
Ruby se había acercado también, lágrimas en sus propios ojos.
—Nick tiene razón —dijo suavemente—. Nosotros también nos derrumbamos, Brooke. Y no supimos estar ahí para ti.
Jake asintió, su voz apenas un susurro.
—La diferencia es que tú fuiste quien más perdió. Tú fuiste quien vio todo, quien intentó salvarlo, quien se quedó cubierta de su sangre. Y aun así, finalmente nos reuniste. Nos diste esperanza. Nos diste un propósito.
Nick me agarró de la cara con ambas manos, obligándome a mirarlo a los ojos.
—¿Y sabes qué es lo que más me duele de todo lo que acabas de decir?
Negué con la cabeza, incapaz de hablar.
—Qué crees que tener miedo de perderme otra vez es una debilidad. Que cada día te levantas con una sonrisa forzada fingiendo que todo está bien, bloqueando tu propio dolor para que yo no pueda sentirlo. Pero la realidad es que yo lo noto.
Su voz se quebró. Y fue la primera vez que le vi llorar desde que le conozco. Ya no pudo contenerse más y un sollozo salió de su garganta.
—Brooke, eso no es debilidad. Eso es la fuerza del amor que compartimos. Eso es lo que te hace luchar tan desesperadamente por protegernos. Eso es lo que te convierte en la guerrera más letal que he conocido jamás.
—Pero Josh dijo... —intenté decir.
—¡Que se joda Josh! —gritó Nick, poniéndose de pie otra vez con lágrimas corriendo por sus mejillas.—. Te lo dije anoche y te lo repito ahora: Josh no te conoce, no sabe por todo lo que has pasado, no sabe que te arrancaron de mi cadáver, no sabe que gritaste y lloraste hasta desmallarte, no sabe que te lavaste cincuenta veces las manos a pesar de no tener sangre en ellas. Por supuesto que no sabe cómo vaciaste tres cargadores en una crisis emocional y no sabe que te emborrachaste por su culpa. A Josh la dan por culo.
Se hizo un silencio absoluto en la habitación. Nick estaba de pie, respirando agitadamente, con lágrimas corriendo por sus mejillas y los puños apretados. Era la primera vez que lo había visto llorar de esa manera, y eso me dejó sin palabras.
El silencio que siguió a las palabras de Nick era pesado, cargado y de la verdad cruda que contenían. Sus lágrimas no eran de debilidad, sino de una furia impotente y un amor tan profundo que dolía físicamente. A través del vínculo, sentí la tormenta dentro de él: la rabia hacia Josh, hacia la situación, pero sobre todo hacia sí mismo por no haber visto la profundidad de mi agonía antes.
—Lo siento —susurró finalmente, su voz ronca y quebrada. Se pasó una mano por la cara, limpiándose las lágrimas con brusquedad, como si le avergonzaran—. No debería haber gritado.
—No —dije yo, levantándome lentamente—. Tenías razón. Toda la razón.
Me acerqué a él y lo abracé con fuerza, enterrando mi rostro en su pecho. Él me rodeó con sus brazos, y por primera vez en lo que parecía una eternidad, no sentí que tuviera que ser fuerte. Podía ser vulnerable. Podía ser la que necesitaba apoyo.
—Tienes que dejar de cargar con todo el peso, Brooke —murmuró contra mi pelo—. No estás sola. Nunca lo has estado.
Ruby se secó las lágrimas y se puso de pie con determinación.
—Nick tiene razón. Hemos sido unos ignorantes. Nos hemos apoyado en ti todo este tiempo sin preguntarnos cómo aguantabas la carga. Eso termina hoy.
Jake asintió. —Ha sido absolutamente estúpido por nuestra parte. Eres nuestra amiga. Nuestra familia. Deberíamos habernos asegurado de que también estuvieras bien.
—No es culpa vuestra —protesté débilmente.
—Sí que lo es —replicó Ruby con firmeza—. Y vamos a enmendarlo. A partir de ahora, sin secretos. Sin cargar solo con las cosas difíciles. Lo bueno y lo malo, lo compartimos. Los cuatro.
Nick asintió, separándose de nuestro abrazo pero manteniendo una mano en mi espalda.
—Eso incluye los miedos. Especialmente los miedos.
—Pero el Guerrero Oscuro... —empecé.
—El Guerrero Oscuro puede esperar cinco minutos —me interrumpió Jake—. Primero, arreglamos esto. Luego, salvamos el mundo. En ese orden.
Una sonrisa se dibujó en mis labios. El dolor de cabeza y las náuseas seguían allí, pero sentía como si un enorme peso me hubiera sido quitado de los hombros. El miedo no había desaparecido, pero ya no me ahogaba. Ahora estaba expuesto, compartido, y por lo tanto, manejable.