Me Casaré Con El Magnate [1] (en físico)

Capítulo 2

 

Capítulo 2

Aurora Flecher

Los rayos del sol se infiltraban a través de la ventana que estaba frente a mi cama, causando así que abriera mis ojos, a la vez que me pasaba el dorso de la mano por los ojos para despertarme completamente.

Lancé un suspiro. El gruñido de mi estómago hizo que me diera cuenta de que la noche anterior no había cenado. Con todas las noticias que ayer recibí, no me culpo de haber olvidado cenar.

Dejé a mi estómago de lado y me levanté de la cama. Una vez que lo hice, me acerqué al balcón que se encontraba a unos pasos de mi cama. Puse las manos en la barandilla de acero y, pensativa, miré la bella vista que tenía de la ciudad. Hoy era la cena.

Más que una cena, sería la noche en la que parte de mi futuro se determinaría. Casarme con un hombre al que no amo no era lo que yo soñaba, ni lo que quería, pero debía hacerlo. Era lo que mi familia necesitaba. Apreté los dientes y suspiré. Me retiré del balcón para luego ir a deshacerme de la ropa que tenía y después entrar a la ducha.

El agua tibia recorriendo mi piel era lo que necesitaba para calmar mis nervios y detener mis pensamientos, aunque sea por unos benditos minutos.

Ojos azules como el océano, labios rojos como la leve sangre. «Alexander Walton, solo nos hemos visto un par de veces y siento que mi corazón se desborda de nerviosismo solo de ver tu rostro en una simple y sencilla pantalla».

Tras unos minutos, me encontraba observando la vestimenta que usaría en la cena de hoy. Después de buscar y buscar en mi armario, decidí elegir unos pantalones anchos de color blanco, un top crop negro, acompañado de unos tacones altos de plataforma rojos. Si hubiera sido por mí, usaría pantalones y tenis, pero eso le causaría un colapso a mi madre.

Al terminar de elegir lo que vestiría en la dichosa cena, me dirigí a la cocina y ahí me dispuse a hacer mi desayuno, el cual consistió en unos panqueques y tocino. Delicioso.

Mis padres habían salido temprano, se fueron a la empresa. A pesar de que todo se caía, nosotros nos manteníamos en pie porque nosotros, y solamente nosotros, debíamos encontrar una solución.

Hace unos días mis padres despidieron a las personas del servicio, debido a razones que ya saben. El dinero que nos quedaba debía ser usado en cosas realmente necesarias, como la comida y el aseo.

Según recuerdo, mi padre me había explicado que se espera que el matrimonio se dé dentro de dos meses. No era suficiente tiempo, al igual que no había dinero para pagarles a los empleados de las instalaciones Flecher y esto había estado provocando quejas por parte de estos.

Había recibido un par de mensajes de mi padre, donde me explicaba que en su despacho se encontraba un documento en el cual estaba redactado lo que sucedería una vez yo me casara con aquel sujeto.

Tras unos minutos de haber terminado de leer los mensajes de mi padre y acabar de realizar y comerme mi desayuno, fui corriendo hasta su despacho y, sí, efectivamente el documento estaba en su escritorio. Lo tomé en mis manos y me fui a la sala de estar y me senté en uno de los muebles, acompañada de una taza de leche.

El documento constaba de tres hojas y seis páginas, en el cual se resaltaban excelentemente bien los siguientes puntos:

(1) Una vez se haya firmado el acta matrimonial, las empresas Flecher pasarán a ser propiedad exclusiva de los Walton.

(2) La futura Sra. Walton dormirá o compartirá cama o alcoba con el Sr. Walton solo si es estrictamente necesario.

(3) Durante el tiempo de casados, ninguno de los jóvenes mantendrá alguna relación con el poder de afectar dicho matrimonio.

(4) Antes de cualquier acción matrimonial, deberá firmarse, por parte de la implicada apellidada «Flecher», un documento de confidencialidad en el que asegurará que de sus labios no saldrá nada que tenga que ver con el Sr. Walton. De romperse lo establecido en dicho documento, se tomarán medidas.

Los términos estaban muy claros; demasiados claros, diría yo.

El resto del día me lo pasé haciendo diligencias que eran requeridas para hacer la pasantía en el hospital Presbyterian de Nueva York. Ya tenía todos los documentos necesarios, solo me faltaba depositarlos en la oficina principal, pero cuando estaba a punto de hacerlo fue cuando la palabra «Padre» brillaba en la pantalla del iPhone.

Tomé la llamada y solo puede escuchar su ronca voz susurrar:

—Sé que estás ocupada haciendo las gestiones en el hospital, pero es necesario que pospongas esa actividad y te vengas para la casa. Alexander acaba de adelantar la hora de la cena y, viendo la hora que es, estamos desfavorecidos.

Esta era la cerecita que le hacía falta al pastel. Aparte de arrogante, creído, también mandón. ¿Qué más le agregaré a la lista de peculiaridades de Alexander Walton?

Salí del lugar, tomé un taxi y solo rezaba por llegar a tiempo a casa. El tráfico estaba horrible y perder el tiempo era un lujo que no podíamos darnos.

Al llegar a casa me encontré con mis progenitores y unas caras horrendas, así que rápido pregunté:

—¿Cuánto tiempo nos queda?

—Mucho tiempo no nos queda. La cena era a las ocho de la noche, pero fue adelantada para las siete. Pero nos recogerán unos minutos antes —dijo mi padre con un mal humor visible.

¿A quién en su sano juicio se le ocurre adelantar una cena que ya estaba prevista para cierta hora?

Si, a Alexander Walton. 

 

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Muchas gracias por leer 



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En el texto hay: misterio, amor, odio

Editado: 04.08.2023

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