Capítulo 3
Aurora Flecher
Había transcurrido una hora desde que mis padres me dijeron que el señor Soy el Dueño del Mundo cambió la hora de la cena. Así que, desde entonces, no hubo tiempo para tener otro sentimiento que no sea «preocupación» en mi sistema.
Después de darme una rápida ducha, ponerme la vestimenta que había elegido, cepillarme el pelo y dejármelo totalmente suelto, cayendo a mis caderas en forma de cascada, tomé mi bolso de color rojo y luego bajé al primer piso, donde me encontré con mis padres.
—Estás hermosa, hija —dijo mi madre con una sonrisa.
—Lo mismo digo —le dio la razón mi padre, quien me miraba tiernamente.
—Muchas gracias. Ustedes no se quedan atrás, están guapísimos —dije observándolos.
Mi padre llevaba su esmoquin favorito de color gris y mi madre un vestido de tubo negro.
Como mi padre había dicho una hora atrás, dos Jeep Grand Cherokee de color negro se detuvieron en el frente de mi casa. Un par de hombres salieron, vestidos totalmente de negro, nos saludaron, se presentaron y lo próximo que hicieron fue permitirnos entrar al primer vehículo; en el cual, inmediatamente entramos, nos encontramos con el conductor y un hombre en el asiento del copiloto, mientras que era cuestión de suponer que en el segundo iban más escoltas. El camino fue bastante silencioso y estresante, pero llegamos sanos y salvos, que era lo que realmente importaba.
Me sorprendí bastante al llegar a aquel lugar, debido a que me encontré con el enorme nombre que se encontraba en lo alto del edificio, Madison Pee Park, el restaurante más costoso y reconocido de Nueva York.
Inmediatamente hicimos aparición en la entrada de aquel lugar, el host nos acercó a la mesa que nos correspondía. El lugar tenía un ambiente cómodo y elegante; los tonos que predominaban eran el negro y el dorado, colores que hacían juego con los múltiples ventanales que daban acceso a una vista única de la ciudad.
Alexander Walton nos esperaba en la mesa. Y sí, había cambiado: la última y primera vez que lo vi, él y yo éramos solo unos niños; yo con dieciséis y el con dieciocho años.
Sus ojos azules despedazaban mi alma, querían mutilarla. En persona, lo intimidante y amenazante no salían de su aura. Él era algo más que perfecto. Él era óptimo, irreprochablemente hermoso.
Podía observar que vestía unos pantalones negros de tela fina y un traje del mismo color y debajo una camisa negra. «El chico de negro».
Mis padres y yo nos sentamos en la mesa y, por un largo segundo, hubo silencio hasta que mi padre habló:
—Aquí nos tienes Walton, tal y como pediste. —A mi padre no le agradaba esto.
Los ojos de Alexander se mantenían encima de los míos, pero unos segundos después de que mi padre hablase, él dirigió la vista hasta donde se encontraba mi progenitor. Mentalmente di gracias a Dios por haber permitido que aquel hombre hubiese quitado su vista de mí, porque, la verdad, era verdaderamente difícil sostenerle la mirada. Su mirada era lo suficientemente intensa como para hacer que mi mente empezara a creer cosas que no eran.
—Eres hermosa, Aurora Fleche —Alexander había abierto la boca por primera vez y consiguió que a mí casi me diera un ataque al corazón.
Su voz era más grave de lo que recordaba, cosa que logró sorprenderme y a la vez ponerme los pelos de punta. Su acento alemán estaba ahí, no se había ido.
—Muchas gracias —me animé a responder.
Alexander volvió a darme una ojeada y luego dijo:
—¿Ya te han hablado de mi propuesta? —preguntó.
—Así es. —Los nervios estaban por fallarme.
—Permíteme saber qué has decidido.
—Necesito pensarlo. No es una decisión que se tome a la ligera —respondí un poco molesta.
—Si contraes matrimonio conmigo, todos tus problemas y los de tu familia se esfumarán, tendrán todo lo que han querido y mucho más de lo que alguna vez han pedido o soñado. Sus empresas pasarán a ser una extensión de la mía, pero seguirán al mando de ellas. —Sonrió—. Conmigo a cargo, claro está. Tendrás el respaldo de los Walton y los Heister. Serás la mujer más cotizada de este y muchos otros países, meine Geliebte —Solo él entendió lo que dijo al final.
—Si llegáramos a casarnos, ¿cuándo nos divorciaríamos? —pregunté ansiosa por su respuesta.
—Nunca, amor mío. —Fruncí el ceño mirando a mis padres—. En primer lugar, haríamos una ceremonia privada por el civil y luego nos casaríamos por la Iglesia. Como entenderás, mi familia no cree en los divorcios.
Estaría atada a él de por vida. Esto debía de ser una broma. Esto era un precio demasiado alto.
—La boda se llevará a cabo en dos meses. Tienes aproximadamente un mes para pensar en todo lo que desees. Si te conviene o no, aunque esto es un negocio redondo. Aquí nadie está hablando de amor, simplemente conveniencia, un trato que nos beneficia a ambos. La decisión está en tus manos. Todo corre por tu cuenta —finalizó.
Observó cómo nos servían vino, de la mejor calidad claramente. Luego vi que una mujer de unos veinte y tantos posicionó una hoja con escritos y un bolígrafo en la mesa, justo donde me encontraba yo, y luego de hacerlo se retiró.
—¿Para qué esto? —pregunté—. No creo que deba firmar nada si aún no he tomado una decisión —expliqué.
—A pesar de que aún no has tomado una decisión, como bien lo dijiste, necesito asegurarme de que de tus labios no saldrá absolutamente nada acerca de lo que aquí se ha hablado.
Halé el documento hasta donde me encontraba y empecé a leerlo para mis adentros y, mientras más leía, más me daba cuenta de que era parecido al documento que había leído anteriormente en mi casa, solo que este era de confidencialidad y hablaba de los millones que no tenía y que debía pagarle si abría la boca.
Editado: 04.08.2023