Capítulo 8
Aurora Flecher
Intenté hablar con mis padres, darles una respuesta razonable de lo que sucedía, pero mi mente se encontraba totalmente en blanco.
—¿Soy yo o ustedes están empezando a llevarse mejor? —preguntó mi madre sonriendo tontamente.
—Eres tú —susurré.
—Hacemos nuestro esfuerzo —respondió Alexander, mirándome aún—. Queremos llevarnos bien, pero hay puntos que debemos mejorar. – Sonrió maliciosamente.
—Me alegra saber que se estén esforzando, es buena señal. —Mi madre siguió hasta la sala de estar, mientras mi padre se encontraba atravesando la puerta, con un rostro que no mostraba más que confusión.
—Hola pa... —Sonreí nerviosa—. ¿Te quieres ir? —Miré a Alexander. ¡Que diga que sí, por favor, que diga que sí!
—No —expresó totalmente serio—. ¿Tienen whisky aquí? —preguntó para luego irse a sentar en uno de los muebles que se encontraban en la sala.
Mi padre prefirió irse detrás de mi madre, mientras yo me dispuse a buscar lo que Alexander me había pedido. Fui hasta el minibar que tenía mi padre, tomé un mediano vaso de vidrio y serví el trago, para después volver a la sala y entregárselo.
—¿No tienes más nada que hacer? —Alcé una de mis cejas—. Lárgate a tu casa a tomar.
—Ajá.
—¿Ajá? —Fruncí el ceño—. ¿Qué significa eso? —Me estaba estresando, conseguía molestarme tan fácilmente—. Además, ¿qué haces aquí a esta hora? —Me estaba dando la ignorada del siglo. Él simplemente tomaba sorbos del vaso de vidrio.
—Hija, déjanos solos, por favor. Ve a tu cuarto, debes estar cansada. —Mi padre se presentó en la sala con nada más y nada menos que un polo blanco y una bermuda oscura.
Miré a Alexander y este simplemente me picó el ojo. ¡Descarado! Desganadamente fui a mi cuarto, me tiré en la cama, miré un momento mi celular, encontré alguna que otra cosa con la que distraerme y ahí me quedé.
Conforme pasaban los minutos, la curiosidad por saber de qué hablaban los dos señores que se encontraban en la sala de estar de mi casa se incrementaba. Así que no, no pude ganar contra esa terrible ansiedad. Me levanté de la cama, tranquilamente me acerqué a la puerta, despacio abrí la puerta, pero el maldito rechinido me iba a delatar. Cuando por fin logré abrir a la desgraciada, bajé las escaleras como un gato, pero cuando pude llegar a esconderme detrás de una pared, la decepción me mató. Hablaban de las empresas, de inversiones, empleados, inversionistas y blablablá.
De devolví a mi habitación, me quedé tirada en mi cama, encendí el televisor y, por segunda vez, resignada ahí me tuve que quedar. Me encontraba tan concentrada en lo que veía que no me di cuenta cuándo la puerta de mi habitación se había abierto.
—Levántate de la cama —Casi tiré un grito.
—¿Qué te pasa? —Lo miré—. ¿Qué haces en mi habitación?
—¡Salte de la maldita cama, Aurora!
¿Este hombre sufrirá de algún trastorno o qué? Tomé aire y luego lo expulsé. Alexander me volvería loca. Me levanté de la cama, fui a buscar un vestido rojo y unos tacones negros, me coloqué algo de maquillaje sencillo para después hacerme una alta coleta, dejando así mi cuello totalmente expuesto. Fue fácil para mí vestirme, debido a que Alexander había salido de mi habitación; algo que, por supuesto, agradecí.
—¿Ya?, ¿podemos largarnos? —Entró a mi habitación como Pedro por su casa.
—¿Cuál es la maldita insistencia? ¿Qué diablo es?
Sus ojos azules parecían devorarme.
—Vámonos —ordenó secamente.
¿Por lo menos puede decir algo bonito?, ¿cómo «hermosa» o qué sé yo?
Me despedí solamente de mi madre, debido a que mi padre se encontraba en una videollamada por trabajo. Una videollamada de trabajo a las 11:30 p. m., ¡increíble!
La curiosidad me estaba matando, ansiaba saber el lugar donde iría; era casi medianoche. Salimos de casa, enfrentándonos así a la brisa de la fría noche. Nos adentramos en el interior de su auto, lo cual fue bastante reconfortante.
Como siempre, el viaje fue silencioso, pero aproveché para observar al conductor del auto, Alexander Walton. No lo conocía mucho, pero sabía pequeñas cosas de él, como que no debería involucrarme sentimentalmente con él, pero también sé que, por más que luche en no sentir nada, todo terminará siendo en vano.
En menos de quince minutos nos encontrábamos detenidos en el ¿Empire State Building? ¿Qué hacíamos aquí?
—Bájate, amor. —Me lo quedé mirando como si estuviese loco.
Alexander había salido del auto y yo, como toda masoquista experta, lo seguí.
La vista que el Empire State Building brindaba era simplemente mágica, tener frente a tus ojos aquel maravilloso paisaje... Con palabras no podía ser explicado y si se llegaba a explicar, no sería suficiente. Tener a tus pies la ciudad que nunca duerme era magnífico, perfecto, espléndido. Ver los rascacielos, las luces, el viento (que también hacía su parte en el panorama), la luna encima e iluminando la ciudad... Todo, absolutamente todo me obligaba a abrir la boca y sacar mis ojos de sus órbitas. No podía con tanta felicidad y, sí, terminé llorando.
—No te traje aquí para que te pusieras a llorar, joder. —Alexander se encontraba detrás de mí y a lo mejor rodando los ojos.
—Perdón —me disculpé mientras limpiaba mis lágrimas.
Alexander se acercó a mí, acarició mi mejilla sonrojada y, muy despacio, se fue acercando a mí, hasta que sus labios se unieron con los míos.
—Te tengo otra sorpresa —susurró.
—¿Me harás llorar de felicidad otra vez? —pregunté sonriendo.
—Tal vez. —Tomó mi mano para conducirnos juntos a la salida.
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Editado: 04.08.2023