Me Casaré Con El Magnate [1] (en físico)

Capítulo 15

 

Capítulo 15

Aurora Flecher

Alexander atisbaba mi rostro al decir aquellas palabras que no había entendido. ¿Qué habrá dicho?

—¿Eso fue actuación? —preguntó frunciendo el ceño—. No lo parecía.

¿Ahora cómo le explico? ¿Qué pretexto o excusa le digo?, ¿qué quería probar el sabor de sus labios? El cual, por cierto, era exquisito. Preferí no mencionar nada, no podía, no tenía una respuesta lógica.

—El jet nos espera —habló para luego levantarse de su lugar.

Me apresuré y salí del lugar junto a él. Seguimos un silencioso camino lleno de incómodas miradas y carraspeos.

Según me había enterado, viajábamos a París, la ciudad del amor, la luz y las ¿ratas? Luego de siete horas de vuelo y molestas turbulencias, llegamos a las 11:00 p. m. y nos quedamos en Shangri-La Hotel. Había estado leyendo un poco acerca de este lugar y, al parecer, era la morada del príncipe Roland Napoleón Bonaparte. Es un hotel cinco estrellas y uno de los más majestuosos.

En pocas palabras, París era sencillamente hermoso.

La habitación que Alexander había elegido para nosotros era la llamada suite Shangri-La, la cual brindaba una vista paradisíaca e inmarcesible de la Torre Eiffel. La noche sería agradable.

La mañana del 31 de julio desperté admirando el bello rostro a mi izquierda, Alexander. Sonreí al recordar la escena que tuvimos anoche:

Alexander, por el amor de Dios... le grité enojada.

Dormiremos juntos y del mismo maldito lado.

El hecho de que seamos «marido y mujer» hice comillas con mis dedos no te da el derecho de querer dormir conmigo. Enarqué una ceja mirándolo.

¿No quieres dormir conmigo? Perfecto. El piso y el sillón quedan a tu total disposición explicó para después acostarse en la cama y cubrirse con la cobija.

¡Dios! ¿Cómo puede ser tan descarado este hombre?

Mis ojos se fueron a los hermosos sillones blancos que se encontraban en la habitación; se veían cómodos, pero prefería la cama; nada podía ser más cómodo que aquella cama en la cual dormía un demonio de dos cabezas.

Alexander, ¿podrías dejar de ser tan molesto y darme la cama? Estaba cansada y, la verdad, quería dormir.

Acuéstate, preciosa susurró con su voz ronca y profunda. Él mantenía los ojos cerrados, pero estaba despierto.

¿Dormirás en el sillón? —pregunté teniendo la esperanza de que cediese.

¡Maldita sea! Sí que eres necia alzó la voz para luego halarme por un brazo y obligarme a acorrucarme junto a él.

Suéltame pedí.

No pidas cosas que no deseas. Me apretó más contra él.

Poco a poco fui cerrando los ojos, sintiendo el calor que desprendía Alexander...

—¿Qué te causa risa? —preguntó Alexander, sacándome de mis pensamientos.

Sus ojos azules me observaban en busca de una respuesta que no tendría.

—Buenos días —lo saludé sonriente.

—¡Responde!

Terco... Me levanté de la cama y rápidamente corrí al baño. Me deshice del pijama y la ropa interior, luego me adentré en la ducha, en la cual la tibia agua estuvo relajando mis músculos. Unas fuertes manos se posicionaron en mis caderas, haciendo que me tensara. Mi espalada chocaba con el pecho de Alexander y mis pies pisaban los suyos.

—¿Qué haces aquí? —pregunté volteándome para ver su rostro.

—Acompañando a mi esposa —respondió el descarado.

—Ella no necesita que la acompañes. —Mantuve mis ojos puestos en los suyos. Algo me decía que si miraba a alguna otra parte me arrepentiría.

—No saldré —se negó.

Sus ojos fueron a alguna parte de mi cuerpo y permaneció observándola por un largo momento, para después irse a su lado de la ducha. ¡Dios, este hombre me causa tanto estrés!

Decidí tomar un champú con olor a miel y frotármelo por todo el cuerpo, bajo la descarada mirada de Alexander. Tras unos minutos bajo el agua tibia, salí de la ducha y luego fui a vestirme. Elegí ponerme unos jeans ajustados de color negro, un suéter liso blanco y unos tenis.

A los pocos segundos de haberme vestido, Alexander salió del baño con una toalla envuelta en su cintura. Dirigí mi mirada hacia sus músculos desarrollados, contorneados y bien firmes. Veintisiete años de músculos bien formados, la maravilla hecha hombre.

—¿Prefieres que me vista o que me quite la toalla para que me admires mejor?

Maldito arrogante.

—Supongo que tenemos que ir a desayunar —continué observándolo—, y no creo que se te permita ir así —señalé la toalla con mi dedo— al restaurante —terminé, enarcando una ceja.

Alexander no respondió, solo me observó, sonrió, y luego comenzó a buscar su ropa; la cual consistió en una camiseta blanca acompañada de una chaqueta de cuero negra, un jeans skinny del mismo color que la chaqueta, unas botas negras de Hugo Boss y unas gafas Ray-Ban.

—Deja de acosarme; vámonos, a menos que no tengas hambre después de haberme comido con los ojos. —Sonrió para después acercarse a mí peligrosamente.

—Vamos a comer —susurré mirándolo de la cabeza hasta los pies.

Es hermoso. Terriblemente bello.

Salimos de la suite Shangri-La y entramos al maravilloso y elegante elevador. Este nos llevó al restaurante Shang Palace. Este lugar era, como muchos decían, una ventana a Asia en el pleno corazón de París, acompañado de platillos sabrosos y exóticos.

 

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En el texto hay: misterio, amor, odio

Editado: 04.08.2023

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