Me Casaré Con El Magnate [1] (en físico)

Capítulo 21

Capítulo 21

Aurora Flecher

Hace unos minutos, Alexander me había presentado a su amigo y buscado algo para tomar, pero luego de eso comenzó a hablar con el señor Christopher en su idioma natal, el alemán. No podía entender nada de la conversación y encima ya me estaba aburriendo. Había tomado mi celular en busca de algo que me entretuviese, pero terminé como inicié, aburrida.

—Si quieres, puedes ir a explorar la casa. Si gustas, puedes hacerlo. —La suave voz del señor Christopher vino a salvarme.

Me levanté del mueble con una enorme sonrisa.

—Muchas gracias, señor —agradecí para luego irme por pasillo.

A pesar de que era una casa elegante, también mantenía un toque antiguo. En el pasillo en el cual me encontraba, podía ver varios cuadros, floreros, candelabros y algunos objetos cuyos nombres no sabía. Visité la cocina, el área de la piscina y el jardín, y cuando estuve lo suficientemente cansada de andar por toda la casa decidí volver a la sala, pero en el camino dejé caer mi celular. Maldije por lo bajo, para luego inclinarme a tomarlo. Metí la cabeza debajo de una pequeña mesa, extendí mi mano derecha y lo tomé. Justo cuando me levanté, no medí la fuerza y mi cabeza terminó impactándose con la mesa.

—¡Carajo! —exclamé sin levantar la voz.

Escuché el chillido de una puerta, terminé de salir de debajo de la mesa para luego quedarme con la boca abierta por mi hallazgo. Detrás de la mesa marrón había una puerta del mismo color que, para cualquiera menos para mí, podría pasar desapercibida. Rápidamente miré a todos lados y, al ver que no había nadie, me acerqué un poco más a la mesa y la retiré cuidadosamente; toqué la puerta y sí, era real. La empujé, dándome la oportunidad de encontrarme con una habitación totalmente diferente; el lugar que veía era totalmente claro, brillante, con mucha luz.

Es increíble, pero pensé que sería como en las películas, un lugar, sucio, sombrío y oscuro, pero está más que claro que me equivoqué.

Me adentré en el lugar cerrando la puerta detrás de mí. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué he entrado en un lugar desconocido? Hice caso omiso a las preguntas que circulaban en mi cabeza y seguí explorando el lugar.

Había un escritorio y un par de sillones, pero lo que más llamó mi atención fue ver que el nombre «Alexander» estaba escrito en una pared en un color rojo fuerte. Me acerqué lo suficiente como para poder ver recortes de periódicos viejos:

20 de noviembre de 1986: Nace el primer hijo de los Walton.

El nacimiento de Alexander

15 de enero de 1987: Los Walton reciben el año con mudanza.

Damián y Amelia Walton deciden hacer cambio de residencia por supuestos «problemas».

Volteé la cabeza hacia otra parte de la pared y vi algo que no creí real.

13 de diciembre 1990: La familia más glamurosa y acaudalada del mundo envuelta en acusación de asesinato.

¡Ay, por Dios! Era cierto.

17 de abril de 1991: María Jackson hospitalizada en un psiquiátrico por sufrir de mitomanía.

¿Qué es todo esto? ¿Qué significan estas hojas de periódicos viejos?

Escuché unos murmullos, sentí algo de temor, no quería que me encontraran aquí. Corrí tan rápido como pude hasta la puerta, di gracias a Dios que no estaba pesada, al contrario, estaba ligera, la abrí y saqué la cabeza; no había nadie. Salí corriendo y luego la cerré despacio, tratando de que no rechinara. Luego de que cerré la puerta, coloqué la mesa y me quedé estática observando el lugar.

¿Cómo no vi esa puerta cuando crucé al principio? Arriba de la mesa, en la pared, había un cuadro rústico, y en la mesa unas llaves. La puerta estaba perfectamente camuflada.

La voz ronca de Alexander me trajo a la realidad.

—Nos vamos, amor.

—Ah. —Sonreí—. Está bien. —Quería lucir lo más calmada posible.

Fui con Alexander y no sé por qué, pero llevé mi cabeza a su sólido y fornido pecho, permitiéndome así poder aspirar su masculino perfume.

—Vamos. —Me tomó suavemente por la muñeca y nos dirigimos al exterior de la vivienda.

—Es muy bonita la casa. —Adentré el tema.

—¿Ah, sí? —dijo abriéndome la puerta del auto para que yo entrara, y así lo hice, para luego ver cómo entraba él por la otra puerta y después poner el auto en marcha.

—Uhum —le respondí. Alexander solo me miró y luego prosiguió a poner sus ojos en la carretera.

Por un momento miré por el espejo retrovisor y fruncí el ceño al ver unas camionetas negras siguiéndonos.

—Alexander, ¿por qué nos siguen esas camionetas? —pregunté, aún con mi fruncido ceño.

—Son nuestros escoltas —respondió sin despegar la vista del camino.

Se me hace un poco extraño que no haya visto a los supuestos escoltas en el tiempo que Alexander y yo tenemos en París, y que la única vez que los haya visto sea esta vez.

—Pero ¿por qué los estoy viendo ahora si cuando subí al auto no los había visto? —pregunté extrañada.

—Ellos siempre están con nosotros, que tú no los hayas visto es otra cosa —volvió a hablar.

Las puertas del Shangri-La se mostraron ante mis ojos. No esperé que Alexander saliera del auto y me bajé, crucé las puertas del hotel, luego la recepción hasta que llegué al elevador. En este, marqué el número privado de la habitación.

Necesito saber qué es lo que sucede con los Walton.

Y aquí estaba, detrás de un computador investigando cosas sobre Alexander y su familia. En internet se encontraban muchas cosas alrededor del emblemático caso, pero sentía que faltaba algo más, una pieza en el rompecabezas que se había perdido. Era todo tan extraño...

—Sabía que tarde o temprano sabrías sobre eso.

Mis oídos zumbaban y mi corazón palpitaba desenfrenadamente.

Alexander estaba aquí.



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En el texto hay: misterio, amor, odio

Editado: 04.08.2023

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