Capítulo 22
Aurora Flecher
El agua tibia calmaba los estragos causados a lo largo del día en mi cuerpo. El asunto con Alexander y su familia, las cosas que había encontrado en la casa de su amigo Christopher Lombardi... La verdad, todo es muy extraño, pero decidí no meterme en esas cosas.
Pensé que el champú relajante surtiría efecto y serviría para algo, pero lo único para lo que sirvió fue para hacerme perder el tiempo. Busqué una toalla blanca y luego me envolví en ella. Fui a ponerme la ropa interior y un pijama, luego miré el reloj, que marcaba las 4:36 p. m. No dormiré, solo me tiraré en la cama y buscaré algo que ver en la televisión, en Netflix tal vez.
No esperé y me subí a la cama, tomé las sábanas blancas y con ellas me cubrí, encendí el televisor y busqué la pestaña de Netflix. Ahí empecé a ver una película de ciencia ficción.
Entre ver y ver escena tras escena me empezó a dar hambre. Tomé el teléfono, el cual se encontraba a un lado de donde estaba, justo en una pequeña mesa. Marqué servicio al cuarto y pedí todo lo que deseaba.
Al cabo de unos minutos recibí a la comida de mi habitación, unos deliciosos mántou fritos; una comida que consiste en bollos al vapor, generalmente en forma de un malvavisco grande que se puede disfrutar con alimentos salados o dulces. A menudo se fríe y se sirve con leche condensada. Mi tarde me sentaba de maravilla, relajante y demasiado tranquila.
Rápidamente el rostro de Sanya Acevedo cruza por mi mente. Realmente no sé por qué me molesta tanto pensar en ella. Probablemente sea por lo sucedido con Alexander, aunque de cierta forma no debería de importarme, pues la relación de Alexander y yo es total y únicamente una farsa, algo creado para el bien de ambos. Él necesitaba una esposa para no sé qué cosa y yo necesitaba de su fortuna para ayudar a mi familia.
A pesar de que todo está más que claro, sigo sin poder entender el porqué de la molestia. De cualquier forma, no aceptaré a Sanya como mi «asesora». No. No lo haré.
Al terminar de comer, puse el pequeño plato a un lado, tomé un poco de agua y luego proseguí a seguir con la película.
Llevaba varios minutos luchando con el sueño; me rehusaba a dormirme, apenas eran las 5:25 p. m. Bueno, ¿qué más da? Apagué la televisión, me acomodé en la cama, cambié algunas almohadas de lugar, me cubrí un poco más con la sábana, me dejé llevar y terminé por dormirme.
Entre sueños, moví mis manos, encontrándome con algo sólido. Con pesar abrí los ojos. El robusto cuerpo de Alexander, que estaba frente a mí. En menos de lo que pude darme cuenta, me encontraba admirando su asaz belleza.
Sus brazos se dirigieron a mis caderas, impidiendo que pueda salir de la cama. Estaba dormido y no podía hacer más nada que despertarlo. Llevé mi mano derecha a su rostro y acaricié su suave piel.
Pero se veía tan cómodo y angelical, me contuve y terminé por quedarme dormida a su lado.
Días después
Aurora Flecher
Librería «Italian and French Bookshop»
8 de septiembre. 9:35 a. m.
Miraba las calles de París a través del gran ventanal de la librería. El día de hoy me había despertado feliz y con ganas de venir a comprar algunos libros, así que le dije a Alexander que iría sola. Necesitaba un respiro de ese hombre mientras él resolvía algunas cosas.
La noche anterior Alexander y yo estuvimos hablando y sucedieron algunas otras cosas, sonreí mientras me acordaba:
—Me dejas ir al baño y luego vengo —le propuse.
—No tardes o yo mismo te busco.
¡Ay, por Dios! ¿Y a este que mosco le picó?
Alexander soltó su agarre y yo corrí al baño. Cuando iba a regresar, pensé en tardarme unos segundos más; quería comprobar si lo que Alexander dijo era cierto, quería ver si vendría a buscarme. El grito de Alexander no se hizo esperar:
—¡Aurora! —gritó molesto, mientras yo reía silenciosamente—. ¡Ven aquí, maldita sea!
Mis ganas de reír eran inaguantables. Se me hacía un tanto difícil de creer que estaba molesto porque me estaba tardando en llegar a la cama; él, que siempre se mantenía en su lado de la cama sin mover ninguna parte de su cuerpo para ni siquiera tocarme.
—¡Mierda! —gritó por tercera vez.
Me puse las manos en la boca para así poder reír sin que se me saliera alguna carcajada.
—Entonces me haces levantarme de la cama.
Por alguna razón, la voz profunda de Alexander provocó que yo quitara mi mano de la boca y comenzara a reír como una loca a las 2:00 a. m., según marcaba el reloj que se encontraba en la pared.
Alexander se frente a mí, recordándome su gran altura.
—Lo siento. —Una carcajada—. Solo me estaba divirtiendo —terminé de decir entre risas.
Los ojos azules de Alexander me miraban y algo me decía que planeaba algo. De repente, una ola de cosquillas llega a mí. Alexander me hacía cosquillas desenfrenadamente.
—¡Aah, por favor, detente! —dije como pude, entre risas, a la vez que una lágrima se derramaba por mi mejilla. Lloraba cada que me reía de tal manera.
Alexander me alzó para luego cargarme como si fuese una niña. Caminó conmigo en brazos hasta la cama y luego susurró:
—Eres hermosa, Flecher.
¿Qué?
—Tú también lo eres, Walton —respondí usando su apellido, al igual que lo hizo él conmigo.
Mi «esposo», con comillas y todo, me recostó en la cama de forma delicada para luego hacerlo él. Permanecimos un par de minutos observándonos hasta que decidí romper el silencio.
Editado: 04.08.2023