Capítulo 14
Aurora Flecher
Mi padre me tomó del brazo suavemente y, cuando le dije que estaba lista, empujó una puerta marrón, dándonos paso a ver la cantidad de personas que asistían a la boda.
Alexander, sus ojos azules, su saco y pantalón fino, acompañado de unos relucientes zapatos negros.
Me sentía en un cuento de hadas; todo parecía perfecto, pero ¿realmente lo era?
Al llegar al final del pasillo, mi padre entregó mi mano a Alexander, quien la recibió cuidadosamente. Ambos nos pusimos de frente al padre, el cual nos miraba sonriente. Este empezó a decir algunas cosas, unas me hacían reír y otras me provocaban ternura. Hasta que vinieron aquellas preguntas tan esperadas.
—Alexander Walton Heister, ¿aceptas a Aurora Dana Flecher como tu legítima esposa, para amarla y respetarla, acompañarla en la prosperidad y en lo adverso, hasta que la muerte los separe? —le preguntó a Alexander.
—Acepto. —Su voz se escuchó segura y firme.
¡Qué gran actor!
—Aurora Dana Flecher, ¿aceptas a Alexander Walton Heister como tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo, acompañarlo en la prosperidad y en lo adverso, hasta que la muerte los separe? —preguntó.
Tomé aire y respondí:
—Acepto.
¡Dios!
—Si alguien ha de considerar que estas vidas no han de unirse, que hable ahora o calle para siempre —volvió a hablar el padre.
No pude captar más que silencio en la sala.
—Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre —dijo para después decir—: El novio puede besar a la novia.
¡Ay, por Dios! Alexander se dirigió hacia mí y luego tomó mi rostro entre sus manos para después unir sus labios con los míos. Sus labios y los míos parecían bailar un mismo vals; encajaban perfectamente. Mientras él parecía ser todo un maestro en el arte de besar, yo quería convertirme en avestruz, pues había besado muy poco. Tras la falta de aire y mi locura con el beso, tuvimos que alejarnos.
Mientras yo lidiaba con el sonrojo a causa del beso, los invitados aplaudían. Mis ojos no podían dirigirse a los de Alexander o probablemente moriría de alguna enfermedad inventada por mí.
Bailamos, comimos pastel. Por primera vez vi los blancos dientes de Alexander, lo cual me hizo gritar: ¡nuevo logro!
En lo que hablaba de algunas cosas con mis padres, vi que una chica se le acercaba a Alexander, lo cual hizo que mi madre me dijera:
—Ve a cuidar a tu esposo, cariño.
No me acostumbraré tan rápido a esa palabra... Me acerqué a Alexander y pude observar bien a la joven que hablaba con él.
—Entonces ella es tu esposa —dijo observándome.
Alexander estaba visiblemente enojado.
—No pensé que esta —prosiguió la chica, apuntándome con el dedo— fuera de tu gusto. Todavía me sigo preguntando por qué no me pusiste esa sortija —miraba el anillo que tenía colocado en mi dedo— a mí.
¿Quién es esta mujer?
—Margaret, no eres una mujer de casa y mucho menos una a la que se le pueda confiar una piedra como esa —dijo Alexander, mirándola enojado.
—No imaginas lo que te pierdes.
¿Qué?
—Me importa dos dólares y una moneda, ¡lárgate ya! —rugió Alexander, molesto.
La chica se alejó de nosotros seria.
—¿Quién era ella Alexander? —pregunté extrañada.
—Alguien que no valía ni valdrá la pena —respondió.
Tras unos minutos, tuve que ir a cambiar mi vestido blanco por algo más fresco y elegante. Luego Alexander me presentó a algunas personas para después despedirnos. A fuera de la iglesia nos esperaba un Ferrari completamente negro, ¡el señor, que no deja los lujos!
Alexander me ayudó a entrar y, en menos de lo que pestañeé, el auto ya había arrancado. Próxima parada, luna de miel, creo.
——Supongo que iremos al hotel The Langham —Dije mirándolo
——¿Tú quieres ir? — Preguntó
Negué con la cabeza.
—Pues entonces no iremos — Me dice
Fruncí el ceño.
—Pero los invitados nos estarán esperando — Dije mirando sus ojos.
—Los novios somos nosotros, eso no es importante — Respondió y yo sonreí
Sonreí al escuchar lo que me dijo. Luego de media hora, nos detuvimos en un lugar a comer algo, en cual descubrí que al señor no le gustan las hamburguesas. ¿Con qué clase de alienígena me he casado? ¡No le gustan las hamburguesas! ¿Cómo es posible? Yo solo comía y Alexander me miraba. ¿Cómo se suponía que iba a comer así? ¿Y si tenía algo en la cara? ¿Y si la salsa me salpicaba? En fin, no sabía cómo comer.
—¿No tienes trabajo que hacer o qué? —pregunté mirándolo.
Supuse que no tenía nada que hacer, porque como se la ha pasado mirándome desde que se terminó su ensalada, pues...
—¿Me quieres poner trabajo? —preguntó mordiéndose el labio inferior.
¡Dios! No puedo con la actitud de este hombre.
—Admítelo ya, soy hermoso. —Una sonrisa arrogante podía verse en su rostro.
¡Él no es tan hermoso!... ¿A quién quiero engañar? El hombre de ojos azulados, pestañas largas y cejas negras como la noche, con labios rojos como la sangre, es hermoso; pareciera esculpido por el mismísimo Dios.
—Claro —sonreí— que no. —Dejé de sonreír.
Él rio de forma escandalosa.
—Créetelo —dijo taladrándome con sus bellos ojos.
Preferí no responder; sabía que, si lo hacía, esto terminaría en una guerra sin final. Por un momento muy largo lo estuve observando. Su camisa blanca se le ceñía al cuerpo, justo en los lugares correspondientes.
—¿Dejarás la hamburguesa para venir y comerme a mí?
¡Me pilló! ¡Trágame tierra, sabe que lo estaba mirando!
—No eres mi tipo —dije dándole un mordisco a mi hamburguesa.
—¿Ah, sí? Eso no era lo que parecía cuando te besé en la iglesia. —Sonreía de forma arrogante.
¡Dios! ¿Cómo hicieron a este hombre?
Editado: 04.08.2023