Una noche antes de la boda Walton – Flecher
29 de julio.
Nueva York, Estados Unidos.
Alexander Walton
El cálido líquido dorado quemaba mi garganta como si el mañana no me esperara, y yo ni me inmutaba.
—¡Otro! — le dije al señor barbudo que atendía la barra.
—¿Siempre le ha gustado el Macallan? — preguntó buscando una buena conversación. Cosa que desde luego no iba a conseguir.
Miré al hombre y creo que con eso fue suficiente para que se alejara después de haberme servido el trago. Puse mis manos en el vaso de cristal y antes de llevarlo a mis labios me quedé observando el reloj que se apoderaba de mi muñeca, según él eran las 8:59 p.m. pero mi cerebro me indicaba que aún había sol, y que podía quedarme, sin embargo, las punzadas en el pecho eran un claro recuerdo de que mañana era un día más que importante, por lo cual, debía descansar.
Llevé el vaso con Whiskey a mi boca, y nuevamente me enfrenté a las ganas de llamar a una interesante mujer de ojos marrones.
—Ella no te contestará, es tarde — dijo mi cerebro.
—Tal vez lo haga, inténtalo, no pierdes nada— escuché decir a mi corazón.
—Sí que pierdes, no lo hagas—suspiré y seguí tomándome el contenido del vaso.
Eché un vistazo a mi alrededor y dejé escapar algo de aire al ver las pocas personas que me acompañaban en el no tan espacioso bar. Debía irme, para así descansar, y tener el mejor rostro mañana. Dejé el vaso en la barra y contuve las ganas de pedir un trago más, el bartender me miró y yo negué con la cabeza.
—Quien te viera diría que no quieres casarte— cerré lo ojos por un segundo.
—¿Qué haces aquí? — pregunté mientras sacaba mi billetera para dejar unos billetes en la barra.
—Tu madre me dijo que estabas aquí — contestó.
—Ajá — dije.
Eso no respondió mi pregunta.
Hice a un lado el banquillo y salí del bar, dejando atrás a la mujer que según mis padres es la predestinada para mí; Sanya Acevedo.
—¿Te gustaría volver y tomarte algo conmigo? — sonreí sin ganas.
—No— puse las manos en la puerta de mi vehículo.
No tengo ninguna duda de que mis escoltas tuvieron algo que ver con que mi madre supiera donde estoy.
—Tu boda es mañana, yo podría encargarme de hacerte una noche de soltero en segundos, es solo cuestión de que me lo pidas — rodeé los ojos.
—No — volví a negar.
—Espero que seas muy feliz — susurró.
—Ambos sabemos que no esperas eso — Abrí la puerta del carro, entré en él, y luego me fui.
Un frío aire acompañaba a la oscura noche y también, me daba algo de paz sentirlo infiltrarse en mi auto.
Las calles de Nueva York hoy estaban atestadas de personas, y eso no me agradaba para nada. Mientras más personas en las calles, más tardaré para llegar casa. Un largo suspiro se me escapó en lo que esperaba la luz verde.
Giré la cabeza buscando no sé qué en la calle, cuando alcé una ceja al ver un puesto de revistas, periódicos y uno que otro papel sin importancia. El rostro de Aurora y el mío estaban en la portada junto a lo que parecía ser una iglesia, cuyo nombre de esta resonaba en mi cabeza.
Me mordí el labio al darme cuenta de que haría algo que nunca había hecho; comprar cosas en la calle. Me aclaré la garganta y bajé el vidrio de la puerta que estaba junto a mí. Tomé aire y negué lentamente con la cabeza, esto era increíble. ¿Cómo llamo a la señora? No quiero ni me imagino vociferándole a la vendedora del puesto de revistas.
—¡Alexander! — gritó una joven con un celular en las manos, el cual era muy evidente que estaba grabando. ¡Lo que faltaba!
Sonreí incomodo, y volteé la vista hacia el semáforo, todavía quedaba tiempo.
—¿Puedes pasarme esas revistas de allá? — pregunté de la mejor manera.
La chica a la que no le preguntaría su nombre, se giró hacia el puesto de revistas y abrió la boca exageradamente haciéndome rodar los ojos.
—Aurora y tú se ven muy bien — expresó sonriente— Me sorprendió mucho la noticia de su casamiento— en lo que ella hablaba yo saqué un billete de mi cartera y lo puse en sus manos.
—Le pagas a la señora, y me traes todas las revistas — le dediqué una sonrisa de labios cerrados — Por favor — concluí.
—¿Esas revistas? — arrugó las cejas — Ah, las revistas — cerré los ojos para no dejar escapar algún sentimiento negativo a través de ellos.
La mujer con una pañoleta marrón fue hasta al puesto, tomó todas las revistas, y rápido regresó a mí, me pasó la gran cantidad de revistas, y después unos billetes y monedas.
¿Qué iba yo a hacer con monedas?
Carraspeé e hice una mueca.
—Muchas gracias, pero puedes quedarte con eso — dije refiriéndome a los billetes y a las monedas.
—Es mucho dinero — afirmó mirando su mano.
—Ni tanto— el semáforo estaba por hacer su cambio.
—Sí, es mucho, tómalo — entró la mano por la ventana del auto.
Ya me estaba desesperando.
—Déjalo así, por favor— pedí.
—Muchas gracias, entonces— me sonrió — ¿Puedes sonreír para mi cámara? — inquirió.
¡Oh, Dios!
Me lamí los labios, respiré profundo, y luego saqué mi mejor sonrisa para la cámara del celular, el cual no reconocía la marca, y tampoco la razón del porqué el lente era tan pequeño.
—Hola, a mis nuevos y viejos seguidores, esta noche tuve el placer de conocer a... —pronto dejé de prestarle atención a sus palabras.
El esperado color verde llegó, haciéndome sentir la más grande de las paces.
—Fue un placer — dije sin volver a mirar la cámara del celular.
Pisé el acelerador, y dejé todo atrás.
Miré las revistas que reposaban en el asiento de al lado y retuve una sonrisa. Ahora sí que podía apreciar el rostro de la mujer con ojos marrones y pelo largo que en unas horas sería mi esposa.
Editado: 04.08.2023