Me casé con una mujer ¿trans?

Funeral emocional.

—¿Te parece romántico que me case con alguien solo porque su empresa tiene buena liquidez? —preguntó Selena cruzada de brazos, mientras la brisa de Medellín se colaba por el ventanal.

Don Ernesto ni parpadeó por la ira que tenía su hija.

—Tiene liquidez, tiene reputación, y tiene un buen apellido. ¿Qué más quieres ingrata?

Selena giró los ojos con la precisión de una bailarina frustrada.
—¿Tal vez… que no sea apodado el monstruo?

Su madre, sentada en el sofá con una copa de vino blanco, intervino con tono de telenovela:

—Ay, hija. Los apodos son parte del marketing. A mí me decían la pantera de la prensa y mírame ahora.

—Sí, mamá. Pero tú no tenías un criadero de serpientes en el sótano.

Don Ernesto abrió su laptop.
—Moisés Licano. Hijo mayor de Licano Holdings. Tiene 28 años, cero escándalos públicos, y una proyección de crecimiento del 12% anual. Es perfecto. Y mi futuro yerno.

Selena se levantó más histérica que minutos antes.

—¿Perfecto para qué? ¿Para fusionar empresas o para arruinar mi vida papá?

—Para ambas —respondió su padre, sin levantar la vista.

Silencio. Solo el sonido del teclado y el tic-tac del reloj de pared.

Selena de repente pensó en Paola, su mejor amiga, que seguro estaría grabando esto para su podcast si estuviera presenciado esa pequeña discusión familiar.

“Episodio 47: Cuando tu familia te vende como acción en la bolsa.”

—No voy a casarme con ese hombre —dijo finalmente, con voz firme.

Don Ernesto cerró la laptop.

—Entonces olvídate de la finca en Santa Marta. Y del carro. Y de tu beca en Barcelona.

Selena tragó saliva.

La libertad tenía precio. Y en su caso, venía con cláusulas, intereses y un vestido blanco.

—¡Papá!

Ernesto la miro y fue suficiente para hacerla callar.

Selena salió disparada al balcón sin más opción, solo con una enorme gana de llorar y gritar, caminaba de un lado a otro, hasta que marcó el número de Paola y esperó a que alguien contestará.

—¿Amiga? Estoy en crisis. Nivel: me quieren casar con un reptil con traje.

—¿Otra vez tu papá jugando a ser Cupido con Excel? —respondió Paola, entre risas.

—No, esta vez es real. Moisés Licano. El monstruo. El heredero del que todos hablan. El hombre que, según los rumores, duerme con un contrato bajo la almohada.

—¡Ay no! —Paola soltó una carcajada—. ¿Ese no es el que su mamá ha intentado casar como cinco veces y siempre termina en tragedia?

—¿Tragedia tipo qué?

—Tipo: una se fugó con el chofer, otra lo dejó plantado en el altar, y la última… creo que se volvió monja.

Selena se quedó en silencio.

—¿Y tú crees que yo pueda fingir vocación religiosa?

—No, pero puedes fingir demencia. O mejor aún, fingir que ya estás casada con alguien más. ¿Qué tal si te casas conmigo?

—Paola…

—¡Imagínalo! Dos mujeres, una finca en Santa Marta, y un podcast viral. “Casadas por despecho”.

Selena soltó una risa nerviosa.

—No sé si reír o llorar.

—Haz ambas. Pero primero, graba un reel. Esto merece ir a redes.

Selena miró el cielo.

—Estas loca ¿Y si esta vez la boda sí se concreta?

—Entonces haz que sea tan escandalosa que nadie la olvide. Y que Moisés se arrepienta de haber nacido con apellido.

Después de hablar un rato más con su amiga colgó la llamada, Selena Vázquez tenía tres certezas en la vida.

1. El café colombiano era mejor sin azúcar.
2. Las reuniones familiares eran campos minados.
3. Y su padre, Don Ernesto, confundía el amor con una hoja de cálculo.

—¿Y ahora que haré para evitar este matrigedia? —murmuró con cierta frustración.

Después de colgar con Paola, Selena se quedó mirando el cielo de Medellín como si esperara una señal divina. Nada. Ni una nube con forma de “huye”, ni un rayo que partiera la casa en dos. Solo el silencio incómodo de una hija que acababa de ser vendida como paquete premium en una alianza empresarial.

Así que subió las escaleras y entró a su habitación, cerró la puerta con fuerza y se dejó caer sobre la cama.

—No voy a casarme con ese hombre —repitió, esta vez solo para ella.

Pero la frase ya no sonaba tan firme. Sonaba como un deseo… y no como una decisión.

Se levantó, fue al baño y abrió la ducha. El agua caliente le cayó como una bofetada de realidad. Mientras se enjabonaba los brazos, pensó en todas las veces que había conseguido lo que quería con una lágrima bien colocada.

A los cinco años, lloró por una muñeca de edición limitada.

A los doce, por un celular que ni sabía usar.

A los diecisiete, por un viaje a París solo porque su amiga había ido primero.

Y ahora, a los veintiuno, lloraba por algo que no podía comprar con una lágrima: libertad.

Se secó con una toalla blanca bordada con sus iniciales, se maquilló con precisión quirúrgica y abrió el armario.

—Hoy no me visto para agradar —dijo, mientras apartaba los vestidos florales que su madre le compraba en boutiques italianas.

—Hoy me visto para olvidar.

Eligió un vestido negro de corte asimétrico, con espalda descubierta y tela que parecía flotar con cada movimiento. Se puso tacones de diseñador, perfume de escándalo y un bolso que costaba más que el salario mínimo de un empleado común.

Era la imagen perfecta de una mujer que lo tenía todo… excepto control sobre su vida.

Bajó las escaleras como si desfilara en Milán. Su madre la miró desde el sofá.

—¿A dónde vas vestida así?

—A una discoteca. A respirar, mamá. A fingir que no estoy comprometida con un monstruo.

—No vuelvas tarde. Y no hagas escándalos. Recuerda que ahora eres una Licano en potencia.

Selena no respondió. Solo sonrió con esa sonrisa que usaba cuando quería parecer obediente… pero estaba a punto de hacer algo que haría temblar a los tabloides.

Pidió el chofer. No Uber. No taxi. Chofer.
Porque aunque estaba atrapada, aún era una Vázquez. Y los Vázquez no caminaban. Flotaban.




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