Moisés Licano tenía una habilidad especial: podía cerrar un trato millonario en menos de cinco minutos… pero no podía mantener una conversación emocional por más de treinta segundos.
—¿Matrimonio? —repitió, mirando a su madre como si le hubiera propuesto vender su alma a TikTok.
Doña Mireya Licano, sentada en su oficina de cristal, cruzó las piernas con elegancia.
—Sí, hijo. Matrimonio. Con la hija de Ernesto Vázquez. Es joven, bonita, y tiene apellido. ¿Qué más quieres?
—¿Libertad? ¿Oxígeno? ¿Un país sin bodas arregladas?
Mireya suspiró.
—No seas dramático. Es solo una alianza. Como cuando fusionamos canales de televisión. Solo que esta vez hay votos y pastel —sonrió la mujer.
Moisés se levantó, caminó hacia el ventanal y miró la ciudad de Bogotá como si buscara una salida entre los edificios.
Desde niño había sido el heredero perfecto: notas impecables, discursos brillantes, y una capacidad para intimidar que le valió el apodo de el monstruo del negocio.
Pero nadie sabía que ese monstruo… estaba cansado de ser moldeado. Acaso ¿no podía ser feliz y elegir lo que el quisiera?
Cansado de que cada decisión pasara por filtros familiares, por expectativas sociales, por titulares que lo llamaban “el próximo magnate latinoamericano”.
Él solo quería ser libre. Tomar decisiones sin depender de la opinión de nadie. Sin que lo juzgaran por no cumplir con el guion que le habían escrito desde los quince años. En ese momento se sentia como un monstruo atado.
—Mamá, no quiero ese matrimonio —dijo, con voz firme—. Puedo conseguir más dinero si es lo que quieren con mejores contratos que el matrimonio.
Mireya lo miró sin parpadear.
—No estás en posición de querer o no querer. Estás en posición de cumplir, te vas a casar con esa muchacha.
—¿Y si no cumplo? ¿que harán?
—Entonces cumples igual. Pero con menos privilegios, supongo que no querrás conocer la furia de tu padre.
Moisés apretó los puños.
—Y por favor, mamá deja de hacerme citas a ciegas con niñas mimadas que no saben ni hervir agua. Estoy seguro de que la inteligencia está en huelga en ese círculo social.
Mireya se levantó, caminó hacia él y le acomodó el cuello de la camisa.
—Te vas a casar, Moisés. Quieras o no. Porque esta vez, no es solo por imagen. Es por poder y no hay escapatoria.
Él no respondió. Solo salió de la oficina con el corazón apretado y la mandíbula tensa. Odiaba que sus oasos fueran controlados
Ya en su oficina, Moisés se dejó caer en el sillón de cuero como si el mundo pesara más que sus acciones en bolsa.
Cinco minutos después, entró Pablo Ortega, su mejor amigo y socio en sarcasmo.
—Parce, ¿por qué esa cara de que te pasó un bus por encima?
Moisés lo miró con el ceño fruncido.
—Mi mamá quiere casarme. Otra vez.
Pablo soltó una carcajada.
—¿Otra vez? ¿No es como el sexto intento?
—Séptimo, no se y perdí la cuenta.
—¿Y esta vez con quién? ¿Una influencer? ¿Una modelo? ¿Una princesa de Instagram?
—Con la hija de Ernesto Vázquez. Es una mimada.
Pablo silbó.
—Uy, eso sí es nivel ejecutivo. ¿Y tú qué vas a hacer?
—Nada. Porque aparentemente, no tengo derecho a decidir, pero esto no se quedará así.
Pablo pidió dos cafés.
—Tranquilo, bro. Si sobreviviste a la del altar en Cartagena, a la que se fugó con el chef, y a la que se volvió monja… esta también la esquivas, nadie ha podido amarrarte.
Moisés lo miró.
—¿Y si esta vez no puedo? Es que siento que mi madre ya tiene todo calculado.
Pablo sonrió.
—Entonces hacemos lo que mejor sabemos: improvisar.
—Eso espero, porque yo Moisés Licano ¡Jamás me casaré con una mujer! —soltó Moisés, con el café aún humeante en la mano.
Pablo lo miró como si acabara de declarar guerra a la humanidad.
—Parce, eso sonó más dramático que final de novela mexicana.
—Es que estoy harto. ¿Por qué todo el mundo asume que quiero casarme? ¿Y encima con una niña mimada que seguro cree que Excel es una marca de shampoo?
Pablo se rió a carcajadas.
—Bro, tu mamá ha intentado casarte más veces que yo he cambiado de celular. Y siempre te escapas. ¿Cuál es el problema esta vez? O sea, ¿por que negarte? Es una niña linda, para trofeo sirve estupendo.
—Que esta vez es con la hija de Ernesto Vázquez. Y eso no es una cita… es una fusión empresarial con vestido blanco, que me amarrara por la eternidad, porque no creo que haya un divorcio en ese maldito contrato.
Pablo se acomodó en la silla.
—¿Y tú qué vas a hacer? ¿Ya haz pensado en algo? por que aún a mi no me ocurre nada.
—No sé. Fingir demencia. Mudarme a Japón. Cambiar de identidad. Algo haré, además dijiste que me ayudarías.
—O fingir que ya estás casado con alguien más. ¿Qué tal si te casas conmigo?
Moisés lo miró con cara de “no estás ayudando”.
—No estoy bromeando, Pablo. Esta vez mi mamá está decidida. Y cuando Mireya Licano se decide… ni el Papa la detiene.
Horas después, Moisés entró a la sala de juntas de Licano Beauty, su propia marca de maquillaje de lujo.
Sí, el monstruo del negocio también era el monstruo del contour.
—Buenas tardes —dijo, con voz firme, mientras sus ejecutivos se acomodaban con tablets y muestras de labiales sobre la mesa.
La sala estaba decorada con tonos dorados, espejos circulares y una pantalla gigante que mostraba la nueva campaña: “Belleza sin etiquetas”.
Ironías de la vida.
—Hoy revisaremos el lanzamiento de la línea Sin Filtro, enfocada en pieles latinas —anunció Moisés, mientras pensaba en cómo anular un compromiso sin anular su reputación.
Mientras hablaban de tonos, empaques y colaboraciones con influencers, Moisés tenía la mente en otra parte.
En una boda que no quería.
En una mujer que no conocía.
En una madre que lo trataba como un producto más de su catálogo.