Me casé con una mujer ¿trans?

Contrato matrimonial

Selena Vázquez no sabía si estaba entrando a una reunión de negocios o a su propio funeral emocional.

La sala de juntas del Hotel Imperial olía a café premium, perfume caro y tensión familiar. Su padre, Ernesto Vázquez, revisaba documentos con la precisión de un cirujano.

Su madre, Sonia, impecable como siempre, sonreía como si estuviera en una gala benéfica.

Y ella… vestida con un conjunto beige de diseñador, con el corazón en huelga.

—¿Dónde está el otro prisionero? —preguntó Selena, mirando la silla vacía frente a ella.

Don Elías Licano, padre de Moisés, ni se inmutó.

—No te preocupes. Moisés tuvo un contratiempo. Pero firmará. Siempre firma.

Selena levantó una ceja.
—¿Y si esta vez decide no firmar?

—Entonces lo firmamos por él. Es un contrato, no una declaración de amor.

Paola, que había logrado colarse como “asesora emocional”, le susurró al oído:
—Amiga, esto parece una escena de La Casa de Papel, pero con más perfume y menos balas.

El abogado sacó un folder negro con letras doradas:
“Contrato de Compromiso Matrimonial: Vázquez & Licano”

Selena leyó la primera cláusula:

> Cláusula 1.1: Ambas partes se comprometen a mantener la imagen pública de unión, sin escándalos, por un mínimo de seis meses.

—¿Imagen pública? ¿Esto es un matrimonio o una campaña electoral?

Don Ernesto la ignoró.

—Firma, hija. Es por el bien de todos, además no es necesario que leas todo eso.

Selena tomó la pluma. Temblaba, pero Paola le pasó un chocolate.

—Es para el azúcar. Y para el alma.

Firmó.

Con la misma energía con la que uno firma una multa de tránsito.

El abogado giró el documento hacia Elías Licano.

—¿Y Moisés?

—Firmará, no hay porque preocuparse por su ausencia. Lo hará esta noche. Está… entusiasmado.

Selena soltó una risa seca.
—¿Entusiasmado? ¿Por qué no vino entonces?

—Está preparando la propuesta oficial. Será inolvidable —dijo el hombre sonriendo.

Horas después, las redes explotaron.

@RevistaElite:
> ¡Moisés Licano le pide matrimonio a Selena Vázquez en una ceremonia privada! 💍✨

@EscándaloTotal:
> La alianza más poderosa del año: Vázquez + Licano. ¿Amor o estrategia?

Las fotos eran perfectas:

Moisés arrodillado, con un anillo de diamante. Selena sorprendida, con la mano en el pecho. Ambos sonriendo como si el amor fuera real.

Paola escupió su café al verlas.

—¡Que carajo! ¡Pero si tú estabas conmigo en Zara cuando eso pasó! —dijo girando su celular hacia su amiga.

Selena miró la pantalla.
—Montaje. Photoshop. Magia negra. No sé qué usaron, pero parece real.

—Amiga, esto ya no es una boda. Es una serie de Netflix.

—No digas eso. Que se espanten esas malas vibras de Moisés Licano.

Moisés Licano entró a la sala de juntas con cara de pocos amigos.

Literalmente. Su expresión era la definición colombiana de “cara de que lo pisó un camión y lo escupió un político”.
En la mesa, su padre Don Elías revisaba el contrato matrimonial como si fuera una fusión entre dos bancos.

Su madre, Mireya, hojeaba una revista de bodas mientras murmuraba:

—Podríamos hacerlo en Cartagena. O en Santa Marta. Con drones. Y fuegos artificiales. Algo moderno.

Moisés se dejó caer en la silla.
—¿Qué es esto?

—El contrato, que debes firmar —respondió Don Elías, sin levantar la vista.

Moisés lo leyó. Cláusulas absurdas. Compromisos de imagen. Restricciones de escándalo. Incluso una cláusula que decía:

> “Ambas partes se comprometen a no mostrar signos de desagrado en público, especialmente durante eventos sociales, transmisiones en vivo o entrevistas.”

—¿Qué significa esto? ¿Que tengo que sonreír como muñeco de vitrina mientras me arruinan la vida?

—Exactamente —dijo su padre.

—No voy a firmar esto. Es ridículo. Es medieval. Es… es una telenovela sin guion.

Don Elías lo miró por fin.
—Lo firmas. O te abstienes a las consecuencias.

—¿Qué consecuencias? No me vengas con tus amenazas.

—Congelamos tus cuentas. Te sacamos de la junta directiva. Y olvidamos que existes, si quieres que continúe, estoy seguro que no te gustaran. Me conoces, Moisés.

Moisés tragó saliva. Obviamente sabía lo que era capaz su padre.

—¿Y si me voy del país? para que me dejen paz.

—Hazlo. Pero el contrato se ejecuta igual. Y tu imagen se destruye.

Mireya intervino con tono dulce:
—Hijo, no es tan grave. Solo seis meses. Luego puedes divorciarte. O fingir que te enamoraste. O hacer una serie en Netflix.

Moisés apretó los dientes. Tomó la pluma. Y firmó. Con la misma energía con la que uno firma una condena.

Pero esa noche, Moisés se encerró en su cuarto. Apagó el celular. Se quitó el saco.
Y se dejó caer en la cama como si el techo fuera a darle respuestas.

—No voy a casarme con esa mujer, ni con ninguna —susurró.

No por odio. No por trauma. Simplemente… porque no quería. Porque no lo sentía. Porque no era libre.

Pensó en todas las veces que había fingido ser el heredero perfecto. El empresario brillante. El hombre ideal.

Y entonces, como si una idea le hubiera caído del cielo… sonrió.

Al día siguiente, Moisés entró al despacho de su madre con paso firme. Mireya lo miró desde su escritorio, con una taza de té y una lista de proveedores de vestidos.

—Mamá, hay algo que no te he dicho —dijo, con voz grave.

—¿Vas a confesar que eres vegano?

—No. Voy a confesar que… no me siento hombre.

Un Silencio se hizo presente.
Mireya lo miró como si estuviera evaluando el impacto mediático de esa frase.

—¿Estás diciendo que…?

—Que soy mujer. O que quiero serlo. O que al menos, así me siento —respondió con una sonrisa.

«si eso me salva de esta boda, estoy dispuesto a fingirlo» pensó para si mismo.




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