La cena se organizó en el restaurante más exclusivo de El Poblado, un lugar donde el lujo se servía junto con la alta cocina de fusión. No era solo una cena, era una sesión de Fotos no Oficial para mostrar al mundo que el matrimonio Licano-Vázquez estaba más fuerte que nunca, a pesar de las novedades.
La familia Vázquez, liderada por Don Ernesto un hombre de negocios tan pulcro que parecía plastificado y Doña Sonia quien era conocida por ser tan estricta que hasta el aire a su alrededor era tenso, esperaba en la mesa. Y con ellos, su hija Selena.
Selena Vázquez era todo lo contrario a la explosión de color de Moisesa. Llevaba un vestido negro elegante, un peinado sobrio y un aire de intelectualidad fría. Era guapa, exitosa, y había aceptado la boda por razones puramente basada en sus intereses.
La entrada de Moisesa fue... notable.
Porque cuando llegó, Mireya la anunció con un orgullo que se podía sentir hasta más allá de esas paredes
—¡Aquí está Moisesa! ¡Qué bella se ve mi hija!
Moisés para esa noche decidió llevar un vestido color esmeralda, menos explosivo, pero con la misma peluca rubia y las uñas postizas de un verde aún mas escandaloso que el vestido. La incomodidad se notaba en su paso rígido, a medida que se acercaba a la mesa.
—¡Buenas noches, familia!
—¡Moisesa! ¡Qué gusto verte de nuevo! ¡Tan chic! La modernidad ha llegado a nuestras vidas, ¡y la aceptamos con la frente en alto! —dijo Sonia.
Moisesa se sentó frente a Selena. La tensión era palpable. Moisés, estaba atrapado en el personaje, intentaba lucir lo más extravagante y poco apetecible posible, haciendo gestos exagerados con sus largas uñas verdes.
Selena miro a Moisesa directamente a los ojos sin parpadear.
—Buenas noches, Moisés. O... Moisesa. Es un placer verte otra vez.
—¡Ay, no! ¡Dime Moisesa, muñeca! ¡Moisés ya se fue a tomar tinto con los muertos! ¡Ahora soy la diva! No lo olvides —respondió Moisés con su voz forzada a ser aguda, pero sonaba mas como un silbido.
—Claro. Veo que te has esforzado. Es... audaz. —respondió Selena con una calma irritante.
Moisés la miraba mientras por dentro estaba pensando
«¡Vamos, dime vulgar! ¡Dime ridícula!, ¡Dios! esta niña es mas bruta que no colabora con la causa!»
—¡Me encanta la moda, cariño! ¡Tú también te ves muy... clásica! ¿Es Prada o es de un outlet de Las Vegas? ¡Ay, no! ¡Qué chismosa soy! —dijo Moisés.
Selena tomó un sorbo de agua, sin inmutarse ante el comentario.
El silencio se apoderó de la mesa por unos segundos, mientras servían la comida, luego el sonido de los cubiertos contra la porcelana parecía amplificado, como si todos esperaran el momento exacto en que alguien soltara la bomba.
Y fue Elías Licano quien lo hizo. Se levantó con calma, ajustó su corbata y levantó la copa de vino con la solemnidad de un juez dictando sentencia.
—Querida familia Vázquez, chicas —dijo con voz firme—. Queremos anunciar que la boda sigue en pie, con Moisés o con Moisesa, el contrato aún es válido.
Las palabras cayeron como un trueno en medio del restaurante.
Selena se quedó pasmada, con el vaso de agua aún en la mano y casi se atraganta con el poco de agua que había bebido. Moisés, atrapado en su personaje de Moisesa, abrió los ojos como platos, casi olvidando mantener la voz aguda.
—¿La boda… sigue? —preguntó Selena, con un tono que intentaba sonar neutral, pero que tenía un filo de incredulidad—. ¿Es en serio? ¿Ahora resulta que el contrato matrimonial incluye cláusulas de cambio de nombre?
—Por supuesto —respondió Elías, sin titubeos—. No importa las novedades, no importa los cambios de nombre ni de estilo. El contrato está firmado, y lo que está firmado… se cumple.
Mireya sonrió, como si todo estuviera bajo control. Ernesto y Sonia asintieron con calma, como si hubieran esperado ese anuncio desde el principio.
Moisés tragó saliva. Por dentro gritaba:
«¡No! ¡Esto no puede estar pasando! ¡Todo mi plan, todo mi show, y aún así quieren casarme!»
Pero por fuera, solo asintió con una sonrisa nerviosa.
—Claro… la boda —dijo, con voz temblorosa.
Selena lo miró fijamente. Ella tampoco quería casarse, pero tampoco tenía el valor suficiente para decirlo en voz alta. Así que, igual que Moisés, asintió.
—Sí… la boda —repitió, con un tono frío, como quien acepta una condena.
—Entonces respecto a la boda... —Selena se detuvo como si pensara las palabras—. El cronograma sigue en pie. ¿Supongo que ya pensastes en el diseñador de tu vestuario? Dudo mucho que un traje de hombre sea adecuado para Moisesa.
Moisés sonrió vendo eso como su oportunidad de sabotaje.
—¡Ay, sí! ¡Claro que sí! Quiero algo... ¡escandaloso! ¡Con mucho brillo! ¡Que parezca que me casé con un show de stand-up! ¡Y los tacones! ¡De plataforma de metro y medio, para que se vea bien la diferencia de altura!
Selena con una sonrisa casi imperceptible, le respondió.
—Interesante.
En ese momento, la mente de Selena Vázquez funcionaba a mil por hora. Ella era una experta en estrategias corporativas. Miró a Moisés/Moisesa, luego a Mireya, a Elías y a su propios padres.
«Este idiota. Cree que soy estúpida. Sabe que no quiero la boda y que él tampoco. Esto no es una transición; es un intento patético de sabotaje mediático sutil.» pensó ella.
Selena estaba segura de que Moisés no quería casarse con ella, y su nueva identidad era la manera más cómica, exagerada y a la vez aceptable de hacerla sentir incómoda y obligarla a romper, pero ella no tenía ninguna táctica que pudiera hacer con sus padres.
Luego Selena le sonríe abiertamente a Moisesa, desconcertándola, se levanta y se sienta a su lado, la toma del brazo.
—Mira, Moisesa. Me encanta. Es audaz y genera buzz. Honestamente, si nos casamos, con este giro, ¡el valor de nuestras acciones combinadas se disparará en la bolsa! ¡Somos una pareja de vanguardia!