Me casé con una mujer ¿trans?

Boda.

El Gran Salón de eventos del InterContinental en Medellín parecía sacado de una película de Disney, pero con más seguridad y camarógrafos. Dos meses de hype mediático culminaban en la boda Licano-Vázquez.

En una de las suite, Selena Vázquez se miraba al espejo. Llevaba un vestido de novia modelo Princesa Tradicional con Cola de 10 Metros que le había impuesto su madre, mientras que el vestido que tanto quería usar, desapareció de la nada. Pero ella sabía que eso era estrategia de su madre.

Estaba hermosa, sí, pero se sentía más como una tortura de alta costura.

—Esto no es real. Esto es un espejismo financiero con velo —murmuró, observando cómo un asistente ajustaba su tiara.

Sonia entró con el rostro radiante y el celular en mano.

—¡Selena, mi vida! ¡Eres viral! La revista 'Gente Elegante' ya publicó la primera foto. ¡Dicen que pareces un ángel!

—Mamá, los ángeles no tienen que casarse con un hombre disfrazado que me llama "muñeca" —replicó Selena con un suspiro profundo.

—¡Ay, no seas anticuada! ¡La excentricidad es la nueva elegancia! Además, piensa en el margen de utilidad, mi niña. ¡Piensa en el margen!

Selena solo podía pensar en la conversación de hace dos meses. Ella seguía creyendo que Moisés estaba llevando a cabo una estrategia desesperada para impedir la boda o para que ella huyera. Pero eso no tuvo éxito. ¡Ambos si llegarían hasta el altar!

—Creí que alguna vez podía casarme cuando yo quisiera y no llegaría a este límite de que me manejen como muñeca de trapo —dijo Selena con amargura.

Sonia le dio una palmadita en el hombro, con la afectación de una diplomática.

—En los negocios todo es valido, Selena. ¡Ahora vamos! El padre Juancho está listo y estoy segura que Moisesa ya está esperando.

En la suite contigua, Moisés Licano estaba a punto de colapsar. Él también llevaba un vestido de novia, blanco, pero con una abertura en la pierna más pronunciada y un escote que le hacía dudar de la gravedad, ya que pensó que si usaba el vestido que había elegido sus padres no cancelarían nada, así que cambió de vestido esperando alguna señal.

—¡Ay, Diosito santo! ¡Me veo como un cisne gordo y espantado! —exclamó Moisés, intentando que el sostén de realce funcionara.

Su madre, Mireya, y su padre, Elias, lo observaban con una mezcla de orgullo y asombro. Elias Licano, el patriarca, solo bebía un whisky con hielo, completamente resignado.

—No te ves gordo, m'ijo —dijo Mireya, ajustándole la peluca rubia, que hoy parecía más tiesa y plastificada que nunca.

—¡Sí, mamá! ¡Mira esto! —Moisés hizo un gesto dramático hacia su rostro. El maquillaje era una obra de ingeniería: había intentado contornear su mandíbula cuadrada para darle un toque femenino, pero el resultado era una extraña sombra marrón que le daba un aire de villano de caricatura.

—No, Moisesa —intervino Elías, sorbiendo su whisky—. Te ves... valiente. Yo nunca me atrevería a usar esa peluca, parece hecha de paja de mazorca.

—¡Gracias, papá! ¡Qué lindo cumplido! —dijo Moisés con sarcasmo.

—A ver, Moisesa —dijo Mireya, revisando las uñas postizas de su hijo que ese día eran de color perla. La manicura era la única parte de su look que no había saboteado—. ¿Estás listo? ¿Seguro que no quieres decirnos que todo es una broma?

—No puedo, mamá. Porque esto no es una broma. Si digo que es falso, me acusarán de fraude. Se los dije, mi esencia es una mujer, solo que me sentía atrapado y no había dicho nada.

—Ay, Moisesa, eres tan dramático... como tu tía Socorro —dijo Mireya, riendo.

Mireya se giro y abrió el armario y sacó el vestido de encaje marfil que Moisés había elegido semanas atrás. Lo sostuvo frente a él como si fuera un trofeo.

—Aquí está, hija. El vestido que escogiste. Si de verdad eres mujer, no puedes estar mal arreglada. Tienes que verte glamurosa, cámbiate el vestido.

Moisés lo miró con resignación, como quien observa una sentencia bordada en seda, había escondido ese maldito vestido y no espero que fuera encontrado.

—¿Glamurosa? Mamá, me siento como un fraude con tacones —dijo sin poner evitarlo.

—Pues hazlo bien —replicó Mireya, firme—. Que si vas a ser mujer, serás la más elegante de todas.

Sin más opciones, Moisés se lo puso, y es que ese vestido le ajustaba mejor que los anteriores, y aunque aún se sentía ridículo, al menos no parecía un disfraz de carnaval.

Despues Mireya le dio un último retoque a la peluca, acomodó el velo y le entregó los tacones. Esta vez no eran plataformas cómodas, sino unos stilettos de aguja que parecían diseñados para torturar a cualquiera que no hubiera nacido con equilibrio de bailarina.

Cuando se calzó los tacones, casi perdió el equilibrio.

—¡Ay, Dios! Estos zapatos son armas letales.

Mireya le sonrió.

—Eso es parte del glamour hija.

Moisés respiró hondo, trato de caminar pero sintió cómo la gravedad se convertía en su peor enemiga. Cada paso era un recordatorio de que estaba entrando en un terreno peligroso.

—Es hora de salir —anunció Mireya, abriendo la puerta.

Cuando Moisés salió al salón, ya los invitados habían llegado. Empresarios, políticos y periodistas se giraron al verlo. Aparte de las cámaras que transmitían en vivo. El murmullo fue inmediato.

—¿Es en serio? —susurró una socialité con la copa de champán temblando en la mano.

—Yo pensé que era una broma —dijo otro invitado incrédulo a lo que veían sus ojos.

—¡No! ¡El hombre sí quiere ser mujer! —exclamó un periodista, ajustando su micrófono.

—¿Ese es Moisés Licano? —susurro Abril Montenegro, una joven diseñadora paisajista.

Los flashes explotaron. Los celulares se levantaron como si estuvieran en un concierto. Moisés avanzaba con paso rígido, intentando mantener la dignidad mientras por dentro gritaba.

«¡Que alguien me saque de aquí!»

Los invitados, sorprendidos, no sabían si aplaudir o reír. Pero lo que quedó claro era que la farsa había alcanzado un nuevo nivel: Moisés Licano, heredero de un imperio, estaba vestido de novia frente a todo el país.




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