El murmullo del salón se transformó en un aplauso ensordecedor cuando el padre Juancho cerró el libro y anunció una vez más despues de lo que pareció un beso:
—¡Quedan oficialmente unidas en matrimonio!
Selena y Moisés se miraron con sonrisas tensas, cada uno atrapado en su propio infierno de encaje y maquillaje. Los flashes explotaban, los invitados se levantaban de sus sillas, y la fila de felicitaciones comenzó como un desfile interminable.
Primero llegaron los empresarios, con abrazos calculados y frases de protocolo.
—¡Qué unión tan moderna!
—¡Un ejemplo para el país!
—¡Esto es historia!
Selena respondía con un “gracias” frío, mientras Moisés asentía como si estuviera en trance.
Luego entre la multitud, dos jóvenes se acercaron. Moisés las reconoció de inmediato: Abril Montenegro, la talentosa diseñadora paisajista que había sido su amiga desde hace unos años, y Jazmín, una modelo que estaba siendose famosa ya que siempre llenaba las portadas con su sonrisa arrolladora.
Abril lo miró expectante, con los ojos brillando de confusión.
—Moisés… —dijo en voz baja, casi temblando—. No sé qué decir.
Moisés sintió un alivio extraño. Con ellas podía ser él mismo, aunque fuera por un instante. Se inclinó hacia Abril y susurró:
—Después tendré tiempo de explicarte. No te dejes llevar por lo que ves ahora, Abril.
Abril asintió, con una mezcla de ternura y desconcierto.
Jazmín, en cambio, no se contuvo. Con su personalidad arrolladora, soltó una carcajada que hizo voltear a varios invitados.
—¡Ay, Moisés! ¡Te ves cómico en ese vestido! —dijo en tono bajo señalando el escote y la peluca rubia—. Pero bueno, si esto es lo que quieres, disfrútalo.
Moisés intentó mantener la compostura, pero sus labios se curvaron en una sonrisa nerviosa.
—Gracias, Jazmín… supongo.
Ella le dio un abrazo rápido y añadió con picardía.
—Y que disfrutes bastante la luna de miel. ¡Eso sí que va a ser un show!
—¡Calla! —dijo Moisés tratando de no reírse.
Moisés se quedó mirando a sus amigas mientras se alejaban entre la multitud. Abril le había dado esperanza: alguien dispuesto a escuchar más allá de la farsa. Jazmín, con su humor, le recordaba que todo el país lo veía como un espectáculo.
Selena, que había escuchado parte de la conversación, se inclinó hacia él y murmuró:
—Tus amigas parecen más sinceras que toda esta sala.
Moisés suspiró.
—Sí. Ellas me ven. No al personaje que muchos creen que inventé como alguien por ahí que no diré el nombre.
Selena lo miró con ironía.
—Pues ojalá ese personaje nos salve de esta cárcel con velo, aunque a estas alturas ya estamos hasta el cuello.
Ambos compartieron una sonrisa amarga, mientras los invitados seguían felicitándolos como si fueran protagonistas de un cuento de hadas.
La fiesta siguió con un despliegue de elegancia que parecía sacado de una revista de lujo. Cada detalle estaba calculado: las mesas decoradas con centros de flores exóticas, la música en vivo interpretada por una orquesta impecable, y la comida… oh, la comida. Platos de alta cocina que parecían obras de arte: ceviches servidos en copas de cristal, carnes bañadas en salsas francesas, postres que brillaban bajo las luces como joyas comestibles.
Los invitados se movían entre risas y copas de champán, mientras los camarógrafos capturaban cada gesto. Era un espectáculo, más que una boda.
Pablo, fiel a su estilo, no perdió oportunidad de burlarse de Moisés. Lo encontró en un rincón, intentando descansar los pies.
—Parce, ¿qué pasó? ¿Ya no aguantas los tacones? —dijo con una sonrisa maliciosa.
Moisés se quitó discretamente uno de los stilettos y lo agitó en el aire.
—¡Esto es un instrumento de tortura medieval! ¡Me siento como Juana de Arco, pero sin la hoguera!
Pablo soltó una carcajada que atrajo la atención de varios invitados.
—Pues te ves como una estatua de porcelana a punto de quebrarse. ¡Qué espectáculo!
Mientras tanto, Paola se acercó a Selena, que estaba sentada con una copa de vino en la mano, mirando la pista de baile con desgano.
—Amiga, te lo dije. Debiste hacerme caso y casarte conmigo. Al menos yo no me pondría una peluca de piñata.
Selena arqueó una ceja y bebió un sorbo.
—Paola, si me hubiera casado contigo, al menos tendría paz. Ahora soy la protagonista de un circo internacional.
Paola rió, dándole un golpecito en el brazo.
—Pues sonríe, que el rating está por las nubes.
Ya entrada la noche, cuando la fiesta comenzaba a decaer, una limosina negra llegó a la entrada del edificio. Los flashes de las cámaras se encendieron de nuevo, capturando la salida de los recién casados.
Moisés caminaba con paso rígido, los tacones le habían dejado los pies adoloridos. Selena, con la cola de diez metros arrastrándose detrás, parecía más una reina cansada que una novia feliz.
Ambos subieron a la limosina en silencio. El vehículo arrancó suavemente, alejándose del bullicio. Dentro, el ambiente era tenso. El reflejo de las luces de la ciudad iluminaba sus rostros cansados.
—Bueno… —dijo Selena, rompiendo el silencio—. Estamos casados.
Moisés se dejó caer contra el asiento, soltando un suspiro dramático.
—Sí. Casados. Como dos prisioneros con cadenas de encaje.
Selena lo miró con ironía.
—Al menos tus cadenas tienen escote.
Moisés soltó una risa nerviosa.
—Y las tuyas tienen diez metros de cola. Si intentamos escapar, nos atrapan en segundos.
La limosina los llevó hasta una reservación exclusiva: una suite presidencial en un hotel de lujo. Al entrar, se encontraron con pétalos de rosas en la cama, velas encendidas y una botella de champán esperando en la mesa. Todo parecía sacado de un catálogo para tener un romance perfecto.
Selena se detuvo en la puerta, observando la escena.