El sol de Medellín entraba a través de las cortinas pesadas de la suite presidencial, iluminando la habitación con una claridad cruel. El silencio estaba roto solo por el zumbido del aire acondicionado.
Selena abrió los ojos lentamente, con la cabezael palpitando como si tuviera un tambor dentro.
—Uff… qué resaca —murmuró, llevándose la mano a la frente.
Por un instante, olvidó dónde estaba. Olvidó la boda, los flashes, los discursos. Pero al girar la cabeza, la realidad la golpeó como un ladrillo: allí estaba Moisés, dormido a su lado.
Moisés respiraba profundamente, con el rostro relajado. La peluca rubia se había movido un poco de su lugar, haciendo que su cabello natural se asomaba despeinado. Pero lo que más llamó la atención de Selena fue su cuerpo.
Definido, musculoso, marcado como el de un hombre que había pasado horas en el gimnasio. El contraste con la pijama que llevaba puesta era casi cómico: un conjunto de algodón floreado, de esos que parecían sacados de los años ochenta, más propio de una abuela que de un heredero millonario.
Selena se mordió el labio, incómoda. Sus ojos bajaron, inevitablemente, hacia la silueta que tenía entre las piernas, algo que la tela no lograba ocultar.
—¡No! —se regañó mentalmente—. ¡Eso es una manzana podrida! Aunque esté lindo… sigue siendo una manzana podrida.
Se giró bruscamente, intentando apartar la imagen de su mente. Pero el recuerdo de la noche anterior volvió: Moisés asegurándole, con voz temblorosa, que de verdad se sentía mujer.
Selena se levantó despacio, tambaleante por el mareo. Caminó hacia el espejo y se miró con ojos cansados.
—Estoy casada… con un hombre que dice ser mujer… y que se viste como mi abuela para dormir —susurró, incrédula.
Se pasó la mano por el rostro, intentando recomponerse.
—Esto no puede ser real. Esto es un mal chiste con contrato notariado.
Detrás de ella, Moisés se movió en la cama, murmurando algo entre sueños. Selena lo observó de nuevo, y por un segundo, casi olvidó la farsa. Había algo humano, vulnerable, en verlo así, casi sin peluca, sin maquillaje, sin tacones.
Pero enseguida se reprendió.
—No. No caigas. Es lindo, sí… pero es una manzana podrida.
Selena se sentó en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos. La resaca la hacía sentir pesada, pero lo que más pesaba era la contradicción: el cuerpo de Moisés gritaba masculinidad, mientras sus palabras insistían en que era mujer.
—¿Qué hago con esto? —pensó, mirando la pijama floreada—. ¿Lo acepto? ¿Lo confronto? ¿O simplemente me río?
Moisés abrió los ojos lentamente, aún medio dormido.
—Buenos días… muñeca —dijo con voz ronca, sin darse cuenta de la tensión en el aire.
Selena lo miró fijamente, con una mezcla de rabia y ternura.
—Buenos días, Moisesa… —respondió, con ironía.
Y en su mente, volvió a repetirse:
«Es lindo, sí… pero es una manzana podrida, así que no puedes comer de esa fruta»
Moisés se removió en la cama una vez más aún medio dormido, hasta que escuchó la voz de Selena murmurando algo. De pronto recordó dónde estaba. Se aclaró la garganta con torpeza, intentando sonar natural.
—Buenos días Selena —dijo, con esa voz ronca que no lograba disimular.
Selena lo miró de reojo, sin responder. Sus ojos aún cargaban la mezcla de incredulidad y resaca.
Moisés, incómodo, busco su peluca en la mesa de noche, pero recordó que aún la tenía puesta, asi que trató de acomodarla sobre su cabeza, pero el resultado fue un desastre: parecía más un espantapájaros que una esposa glamorosa. Bufó, se levantó de la cama y caminó directo al baño.
—Necesito recomponerme —murmuró, cerrando la puerta tras de sí.
Dentro del baño, Moisés se lavó la cara, se peinó con rapidez y se cambió. Cuando salió, llevaba un nuevo outfit: un conjunto de lino blanco, con un blazer y unos zapatos discretos. Había dejado atrás el disfraz de la noche anterior, intentando proyectar una versión más sobria de “Moisesa”.
Selena lo observó sin decir nada. No tenía fuerzas para discutir ni para burlarse. Se limitó a ajustar la bata que llevaba puesta y sentarse en el borde de la cama.
Minutos después un asistente del hotel entró con un carrito de desayuno: jugos frescos, café, arepas rellenas y frutas tropicales. La mesa se llenó de aromas reconfortantes.
Selena tomó una taza de café y bebió en silencio. Moisés, con un gesto nervioso, partió una arepa y la mordió como si necesitara aferrarse a algo real.
—Bueno… —dijo finalmente Selena, rompiendo el silencio—. Estamos casados.
Moisés bajó la mirada.
—Sí. Casados.
«Yo con una mujer trans… y tú con una
mujer de verdad» pensó ella.
Selena lo miró fijamente, con una mezcla de ironía y resignación.
—Más que luna de miel, esto será un tránsito emocional.
Moisés sonrió con amargura.
—Un viaje para aceptar lo que somos… o lo que podemos ser.
—Ajá.
Después del desayuno, ambos recogieron sus cosas. La limosina los esperaba para llevarlos al aeropuerto. El destino de la luna de miel era un secreto cuidadosamente guardado por sus familias, pero lo que ninguno podía ocultar era la tensión que los acompañaba.
Selena, mirando por la ventana del vehículo, pensaba de nuevo en esa nueva realidad
«Estoy casada. No con el hombre que esperaba, ni con el amor que soñaba. Estoy casada con una mujer trans que insiste en su verdad.»
Moisés, a su lado, también pensaba algo similar.
«Estoy casado, mi peor pesadilla hecha realidad. No con la libertad que buscaba, ni con la farsa que planeaba. Estoy casado con una mujer de verdad, que me enfrenta sin miedo.»
Ambos compartieron un silencio pesado, sabiendo que el viaje que comenzaba no sería de miel, sino de confrontaciones, descubrimientos y, quizás, aceptación.
El avión rugía suavemente mientras se preparaba para despegar. Moisés, sentado junto a la ventanilla, apoyó la frente contra el vidrio frío y dejó que sus pensamientos lo arrastraran.