Mientras ellos se iban de Luna de miel. Las redes sociales ardían. El hashtag #LaParejaDelAño se convirtió en tendencia mundial apenas unas horas después de la boda. Los titulares no dejaban espacio para la duda: el matrimonio Licano-Vázquez era el evento más comentado del año.
Moisesa Licano aparecía en portadas y entrevistas como un nuevo ícono trans. Su imagen, con vestido de novia y peluca rubia, era compartida en miles de memes, editoriales y columnas de opinión. Algunos lo alababan como pionero, otros lo criticaban como un espectáculo, pero nadie podía ignorarlo.
Selena Vázquez, por su parte, se convirtió en símbolo de resiliencia y pragmatismo. La prensa la describía como “la mujer que aceptó casarse con un transgénero por amor al progreso” y “la ejecutiva que demuestra que los negocios y la inclusión pueden ir de la mano”. Aunque ella sabía que todo era una farsa, el mundo la veía como una heroína moderna.
- Moisesa Licano: el ícono trans que redefine el poder empresarial.
-Selena Vázquez: la ejecutiva que se convirtió en símbolo de inclusión y elegancia.
-#LaParejaDelAño: amor, negocios y modernidad en un mismo altar.
Los comentarios en redes sociales eran como una especie de un carnaval:
—¡Qué valientes! ¡Qué modernos!
—Esto es puro marketing, pero igual me encanta.
—Selena es la reina, Moisesa es la diva. Colombia nunca había visto algo así.
Mientras tanto, después que el avión los dejó en España, Selena revisaba su celular y veía cómo su rostro aparecía en cada publicación. Cerró los ojos, agotada.
—Soy un símbolo, Moisés. Un símbolo de algo que ni siquiera quiero representar.
Moisés, mirando por la ventanilla del auto, sonrió con ironía.
—Y yo soy un ícono trans… aunque apenas estoy aprendiendo qué significa eso.
Selena lo miró fijamente.
—¿No te das cuenta? El mundo nos está usando. Nos convirtieron en una marca y todo por tu culpa.
—Pues que nos usen —respondió Moisés, encogiéndose de hombros.
«Si todo esto sirve para que tú te canses y pidas el divorcio, bienvenido sea» pensó él, mientras que se aguantaba las ganas de decírselo.
Selena soltó una carcajada amarga.
—Eres increíble. Ícono trans pero inútil para ser una estratega del divorcio al mismo tiempo.
Moisés levantó su copa de agua, como si brindara.
—Ícono trans, símbolo de inclusión… y prisioneros de un contrato.
Cuando llegaron al hotel, la prensa ya los esperaba en las puertas. Los flashes los cegaban, los micrófonos se acercaban, y los periodistas gritaban preguntas:
—¡Moisesa, cómo se siente ser referente trans en Latinoamérica!
—¡Selena, qué significa para usted ser la mujer que aceptó este matrimonio histórico!
—¡Qué planes tienen para la luna de miel, #LaParejaDelAño!
Selena apretó la mandíbula, sonriendo con la elegancia que la caracterizaba. Moisés levantó la mano, saludando como una diva improvisada.
Ambos sabían que detrás de las cámaras, la realidad era otra: no había amor, no había miel. Solo un tránsito emocional que los obligaba a convivir con sus contradicciones.
Los días siguientes en España fueron un vaivén de emociones. La prensa los seguía a cada paso, pero detrás de las cámaras, la convivencia era otra historia. Entre ellos había una tensión silenciosa, casi eléctrica, que ambos lograban ocultar con risas y comentarios sarcásticos.
Recorrieron lugares hermosos como la Alhambra en Granada, las calles estrechas de Sevilla, los museos de Madrid y las playas de Barcelona. Cada salida era un espectáculo porque Moisés, fiel a su papel de “Moisesa”, tenía un outfit distinto para cada ocasión.
Los cuales iban desde vestidos vaporosos, blusas con vuelos, pantalones ajustados, sombreros extravagantes. Incluso se tomaba más tiempo que Selena para arreglarse.
—¿Otra vez con el skin care? —le dijo ella una mañana, mientras lo veía aplicar mascarillas y cremas con una precisión quirúrgica impresionante.
—Obvio, muñeca. La piel es el espejo del alma —respondió él, con una sonrisa orgullosa.
Selena rodó los ojos.
—Pues tu alma debe ser de porcelana, porque te tardas más que yo.
Lo más retador para Moisés era que Selena no tenía vergüenza alguna de estar desnuda delante de él. Se quitaba la ropa con naturalidad, caminaba por la habitación, se vestía frente al espejo y decía con ironía cada vez que el pregunta porque hacía eso.
—No sé por qué te preocupas tanto. Si tú eres mujer, no tienes por qué sentir pena.
Moisés intentaba mantener la compostura, pero su cuerpo lo traicionaba. Cada vez que la veía, su amigo, aquel que tenía entre las piernas se emocionaba, y él salía corriendo al baño para disimular.
—Debo orinar —era la excusa siempre perfecta.
—¡Dios mío, esto es tortura! —murmuraba, encerrado en el baño, mientras se echaba agua fría en la cara.
Selena, divertida, lo escuchaba desde afuera.
—¿Qué pasa, Moisesa? ¿No que eras mujer?
Moisés respondía con voz temblorosa:
—¡Soy mujer! Pero… ¡soy una mujer con problemas técnicos!
En otras ocasiones, Selena tenía que ayudarlo a vestirse. Los cierres de los vestidos se atascaban, las blusas se enredaban, o los pantalones quedaban demasiado ajustados.
—Ven, gira —le decía ella, mientras intentaba subirle el cierre de un vestido.
—¡Ay, cuidado! ¡Me vas a dejar marcada! —respondía Moisés, exagerando como si fuera una diva.
Selena reía, disfrutando la escena.
—En definitiva. Eres peor que yo. Si esto fuera un concurso de drama, tú ganas.
—Pues claro, muñeca. Yo soy la protagonista —contestaba él, lanzando una mirada teatral.
Ambos terminaban riendo, olvidando por un momento la tensión que los rodeaba.
Las noches eran igual de peculiares. Entre copas de vino y conversaciones largas, se daban cuenta de que, a pesar de la farsa, había una complicidad que los unía. No era amor, ni atracción pura, sino una mezcla de amistad, sarcasmo y la extraña intimidad de compartir un secreto que no se decía.