Me casé con una mujer ¿trans?

Entrevista.

Los días en Europa fueron un desfile de situaciones cómicas para ambos.

En Francia, Moisés insistió en caminar por los Campos Elíseos con tacones de aguja. Al principio tambaleaba, pero pronto encontró el ritmo, como si hubiera nacido para desfilar. Selena lo miraba con una mezcla de irritación y diversión.

—Pareces más modelo que yo —le dijo, mientras él se acomodaba la falda con gesto teatral.

En Italia, la escena fue aún más graciosa. Moisés, con uñas postizas impecables, intentó comer pasta en un restaurante elegante. Cada vez que giraba el tenedor, las uñas chocaban contra el plato. Selena no pudo contener la risa.

—Eres un experto en skin care, pero un desastre con los espaguetis.

—¡La belleza exige sacrificios, muñeca! —respondió él, levantando la copa de vino como si brindara por su propia paciencia.

En Inglaterra, el reto fue el clima. Moisés llevaba una falda corta y se enfrentó al viento londinense en plena calle. Selena casi se doblaba de la risa mientras él luchaba por mantener la dignidad.

—¡Esto es un atentado contra la moda! —gritaba Moisés, sujetando la falda.

—No, esto es la naturaleza recordándote que no todo se puede controlar —contestó Selena, divertida.

A pesar de sus irritaciones, Selena se divertía. Moisés ya era más práctico con lo que hacía, caminaba en tacones con soltura, sabía cómo esconder su amiguito bajo la ropa, mantenía las piernas rasuradas y hasta había perfeccionado el arte de hacer todo con uñas postizas. Lo que antes era un tormento, ahora le parecía sencillo. Aunque, en el fondo, seguía deseando volver a su yo de antes.

Después de semanas de viajes, regresaron a Colombia. La prensa los recibió como celebridades, pero pronto se instalaron en su nueva casa, una mansión moderna con habitaciones amplias y empleados atentos que fueron contratados por ambos padres de ellos.

Moisés, aún incómodo con la convivencia, señaló la segunda habitación.

—Selena, puedes tomar esta. Así cada uno tiene su espacio.

Selena lo miró con firmeza, cruzando los brazos.
—No. Lo mejor es que durmamos en la misma habitación. Al final, somos mujeres, ¿no? No pasará nada más. Además, así evitamos que los empleados anden haciendo chismes.

Moisés abrió la boca para negarse, pero lo que salió fue un suspiro y un.

—De acuerdo… está bien.

Y así fue como terminaron durmiendo juntos las noches siguientes. La habitación se convirtió en un escenario de silencios incómodos y risas inesperadas. Selena se acomodaba con naturalidad, mientras Moisés se retorcía bajo las sábanas, intentando mantener la compostura.

«Esto es lo mejor que me haya pasado. No hay nada que temer.»

Mientras que Moisés pensaba lo contrario.

«Esto es un campo minado. Cada noche es una prueba de resistencia. ¿por que me castigas de está manera Señor?»

Entre ellos había una tensión silenciosa, pero también una complicidad que empezaba a crecer. No eran amantes, ni siquiera amigos en el sentido tradicional. Eran dos prisioneros de un contrato, aprendiendo a convivir bajo el mismo techo.

Las semanas siguientes al regreso fueron un intento de volver a la normalidad. Selena retomó sus estudios, asistiendo a clases con la misma disciplina que siempre la había caracterizado, aunque ahora con la sombra de los titulares que la seguían a todas partes. Moisés, por su lado, se reincorporó a la empresa, apareciendo en reuniones con sus outfits cada vez más elaborados, como si quisiera demostrar que su personaje de “Moisesa” era inquebrantable.

La rutina parecía estabilizarse, hasta que una invitación llegó a la casa: una entrevista exclusiva para un programa de televisión de máxima audiencia.

Selena abrió el sobre con desgano. El logo del canal brillaba en dorado, acompañado de palabras que parecían más un contrato que una invitación:

“Queremos conocer más de la historia de amor que ha conmovido al país. La pareja del año en exclusiva.”

Ella frunció el ceño, tirando el papel sobre la mesa.

—Esto es echar más leña al fuego. Yo no quiero estar en la boca de nadie.

Moisés, que estaba aplicándose crema en las manos, levantó la vista.

—Pero muñeca, somos tendencia. ¿No es mejor aprovecharlo?

Selena lo miró con rabia contenida.

—¿Aprovecharlo? Entre más hablen de nosotros, más difícil será divorciarnos.

Selena giro sobre sus talones y se encerro en la habitación a la vez que recordó las palabras de su padre, dichas meses atrás, con esa voz pragmática que siempre usaba en los negocios:

—Por lo menos mantengan el matrimonio seis meses. Es suficiente para que la gente se acostumbre y luego nadie se sorprenda si se separan.

Selena había asentido en ese momento, pero ahora, con la invitación en la mano, estaba convencida de que seis meses eran una trampa.

«Ese contrato tiene letras pequeñas» pensó. «Estoy cien por ciento segura. Nadie nos dejará salir tan fácil.»

Esa noche, mientras cenaban juntos en la misma mesa de la nueva casa, Selena volvió al tema.

—No pienso aceptar esa entrevista.

Moisés cortó un pedazo de carne con calma, como si no le afectara.

—Si no la aceptamos, van a inventar rumores. Si la aceptamos, al menos controlamos la narrativa.

—¿Narrativa? —replicó Selena, golpeando la mesa con la copa—. ¡Esto no es una novela, Moisés! Es mi vida.

Moisés la miró fijamente, con una sonrisa amarga.

—Tu vida ya es una novela, muñeca. Y yo soy el personaje que nadie se esperaba y miraba, soy Moisesa.

Selena se quedó en silencio, con el corazón latiendo rápido. Sabía que tenía razón: todo lo que hacían era observado, comentado, manipulado. Pero aceptar la entrevista era como firmar otra condena.

Esa noche, al acostarse en la misma habitación, Selena se giró hacia la pared, intentando dormir. Moisés, al otro lado de la cama, miraba el techo con los ojos abiertos.




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