La entrevista había sido un punto de quiebre.
Moisés salió del set con la sensación de que el mundo lo miraba distinto. Por primera vez en su vida, sentía que ser “Moisesa” le daba un trato especial. Los periodistas lo llamaban “ícono”, las revistas lo describían como “glamurosa”, y hasta los empleados de la casa lo trataban con más respeto que antes.
—¡Esto es increíble! —decía Moisés frente al espejo, mientras se probaba un vestido nuevo—. Ser mujer es como tener un pase VIP en la vida.
Selena lo escuchaba desde la cama, con un libro en la mano.
—¡Por favor! No exageres. Lo que tienes es un pase VIP para el circo mediático.
Moisés se giró con dramatismo, levantando la falda como si estuviera en un desfile.
—¡Pues que sea circo! Pero yo soy la estrella.
Selena rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír.
Pablo, su amigo de toda la vida, aprovechaba cada oportunidad para burlarse. Lo llamaba por teléfono o lo visitaba en la casa, siempre con un comentario sarcástico.
—Parce, te digo algo: tu cuenta bancaria está más glamurosa que tú. Desde que eres “Moisesa”, las marcas quieren que seas su imagen. ¡Hasta te quieren para una campaña de perfumes! Estoy empezando a envidiarte.
Moisés se reía, acomodándose la peluca.
—¿Ves? ¡Ser mujer es rentable!
—Sí, rentable… pero cuidado, que te falta lo más importante —dijo Pablo, señalando su pecho con gesto cómplice.
Moisés lo miró con curiosidad.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que si vas a ser mujer, necesitas senos. ¡Eso completa el paquete! ¿o es que no te has dado cuenta de todos esos videos que hemos visto?
Moisés se quedó pensativo. La idea le parecía absurda y lógica al mismo tiempo. Así que miro a su amigo y le pidió un encargo muy importante.
Días después, Pablo apareció con una caja misteriosa.
—Aquí está, parce. Prótesis de última generación. Se sienten como reales.
Moisés abrió la caja y sus ojos brillaron. Dos piezas de silicona perfectamente moldeadas.
—¡Ay, Dios mío! ¡Esto es un milagro! ¡wow! que belleza bro.
Sin pensar tanto se las probó frente al espejo, ajustándolas bajo un brasier especial. El resultado fue sorprendente: el escote parecía natural, la forma era convincente.
—¡Soy una diosa! —exclamó, levantando los brazos como si hubiera ganado un concurso de belleza.
Pablo se doblaba de la risa.
—Sí, parce, pero cuidado. El detalle es que Selena quiera tocarlas.
Moisés lo miró con seriedad.
—Eso no pasará. Ella no me toca ni con guantes de cocina.
—Pues entonces, ¿para qué tanto show?
—¿que pregunta? Para el espectáculo, Pablo, no seas idiota. Para que el mundo crea que di un paso más en mi transición.
Pero el plan no se quedó en las prótesis. Moisés decidió simular que se había sometido a una cirugía. Preparó vendas, reposo y hasta un guion para explicar su “recuperación”.
—Necesito que seas tú quien me cuide durante el postoperatorio —le dijo a Pablo, con tono solemne.
—¿Yo? ¿Y por qué no Selena?
—Porque ella no entiende nada. Además, contigo puedo reírme de esto. Además no puedo permitir que descubra que mis lolas son falsas. —dijo moviendo su pecho.
Cuando Moisés le contó a Selena sobre la supuesta operación que se habla hecho flash, la reacción fue inmediata.
—¿Qué? ¿Pablo tiene que cuidarte? ¿Por qué?
Moisés se acomodó en la cama, con las vendas falsas en el pecho.
—Porque él sabe cómo manejar estas cosas. Tú estás ocupada con tus estudios.
Selena lo miró con incredulidad.
—¿Manejar qué? ¡Si eso es un teatro! ¿Que te costaba decirme que te irías a un maldito quirófano?
—Pues que sea teatro, muñeca. Pero necesito un director. Y lo otro, no quería molestarte con mis cosas, Selena.
Selena se llevó las manos a la cabeza, riendo con desesperación.
—Eres increíble. Ícono trans y actor de telenovela al mismo tiempo. ¡ja! solo yo me ganó este tipo de lotería.
Mientras tanto, los meses que habían pasado Moisés no se había cortado el cabello desde antes de la boda. Ya habían transcurrido unos cinco meses, y su melena comenzaba a notarse. No era larga aún, pero suficiente para que pudiera peinarla con estilo.
Cada mañana se miraba al espejo, orgulloso.
—¡Mira esto, Selena! ¡Ya no necesito peluca! bueno, solo un poco.
Selena lo observaba con ironía.
—Sí, pero todavía pareces un rockero ochentero más que una mujer.
—¡Dame tiempo! —respondía Moisés, peinándose con gel—. En unos meses seré Rapunzel.
La convivencia en la misma habitación seguía siendo un reto. Selena se vestía sin pudor, caminaba desnuda con naturalidad, mientras Moisés se escondía bajo las sábanas o corría al baño.
Una noche, mientras él ajustaba las prótesis frente al espejo, Selena lo observó con curiosidad.
—¿De verdad crees que necesitas eso?
Moisés se giró, con el escote perfectamente armado, y tapándose con una toalla.
—Claro. Es parte de mi transición, la cirugía no fue por capricho, era algo necesario, muñeca.
Selena suspiró.
—Pues si lo piensas bien, hasta ahora no te has atrevido a tocarme. Eso dice más que cualquier senos artificiales.
Moisés bajó la mirada, nervioso.
—Selena, de verdad que no quiero que pienses que soy un hombre disfrazado, soy una mujer, solo que ando en el cuerpo equivocado. Por eso no puedo tocarte a como te refieres.
Selena lo miró fijamente, con una mezcla de ternura y rabia.
—Eres un hombre disfrazado. Pero al menos eres un hombre que respeta.
Y Pablo seguía siendo el cómplice y el bufón de la historia. Cada vez que visitaba la casa, hacía comentarios que descolocaban a todos.
—Parce, con ese cabello y esas nuevas bebes ya casi te falta pedir cita en un salón de belleza.
—¡Ya la pedí! —respondía Moisés, orgulloso.
Selena se reía, aunque no quería admitirlo.