Después del vergonzoso malentendido con las prótesis, Pablo decidió dejar de visitar la casa por un tiempo. No quería que los empleados, siempre atentos y chismosos, malinterpretaran también algo y lo convirtieran en noticia: “El amante secreto de la mujer trans.”
Moisés lo llamaba de vez en cuando, pero Pablo respondía con evasivas.
—Parce, mejor me mantengo lejos. No quiero que me saquen en las portadas contigo.
—¡Pero si fue un malentendido! —replicaba Moisés, desesperado.
—Sí, pero los malentendidos venden más que la verdad —contestaba Pablo, con tono resignado.
Y así, casi once meses después de la boda, Selena ya no podía más. La convivencia, la presión mediática, las entrevistas, los rumores… todo la asfixiaba. Así que decidió dar el paso: fue a hablar con el abogado de la familia.
Se sentó frente a él, con las manos temblorosas.
—Quiero solicitar el divorcio.
El abogado la miró con calma, como quien ya esperaba esa petición.
—Señorita, Selena… no es posible.
—¿Cómo que no es posible? —preguntó ella, con la voz quebrada.
—El contrato matrimonial tiene cláusulas empresariales. Si se rompe antes de cierto tiempo, las consecuencias serían devastadoras para ambas familias.
Selena se levantó de golpe, golpeando la mesa con la palma.
—¡No me importa! ¡Yo no quiero seguir casada!
El abogado suspiró, ajustándose las gafas.
—Entiendo tu dolor, pero legalmente no hay salida.
Desesperada, Selena fue a la casa de sus padres. Entró con paso firme, pero su rostro reflejaba angustia. Sonia y su padre estaban en el salón, revisando algunos documentos.
—Quiero anular el matrimonio —dijo, sin rodeos.
Su padre levantó la vista, serio.
—Eso es imposible, Selena.
—¿Imposible? ¡Soy tu hija! ¡Me casaron como si fuera una muñeca de trapo!
Sonia intentó suavizar la situación.
—Mi vida, entiende que esto es por el bien de todos. El matrimonio asegura estabilidad empresarial.
Selena la miró con rabia.
—¿Estabilidad? ¡Yo no soy una acción en la bolsa! Soy una persona. ¿Por que me tratan asi?
Su padre golpeó la mesa con fuerza.
—¡Ya basta! Hay cláusulas que lo impiden. Si rompes el contrato, perderemos todo.
—¡Pues pierdan todo! —gritó Selena, con lágrimas en los ojos—. Yo no quiero seguir siendo usada.
La discusión fue calurosa, llena de reproches y gritos. Selena salió de la casa devastada, con el corazón hecho pedazos. Caminó por la calle sin rumbo, sintiéndose atrapada en una red invisible.
«Soy una inútil,» pensaba. «No sé hacer nada y no tengo el valor de irme lejos y quedar sin un peso»
Las lágrimas corrían por su rostro. El aire frío de la noche la golpeaba, pero lo que más dolía era la certeza de que estaba atrapada.
Al llegar a la mansión, se encerró en unas de las habitaciónes. Moisés intentó hablarle, pero ella no respondió. Se sentó frente al espejo, mirándose con ojos rojos.
—Me usaron. Me convirtieron en símbolo, en negocio, en espectáculo. Y yo… yo no tengo salida.
Se abrazó a sí misma, sintiendo un vacío profundo. La idea del divorcio se desvanecía como un espejismo. Las cláusulas empresariales eran cadenas invisibles que la mantenían prisionera.
Selena estaba sentada en el borde de la cama, con el rostro hundido entre sus manos y las lágrimas aún corrían sin control, mojando la sábana. El silencio de la habitación era pesado, apenas roto por su respiración entrecortada.
De pronto, el celular vibró sobre la mesa de noche. Una notificación iluminó la pantalla. Con los ojos rojos y las manos temblorosas, lo tomó. Era un correo del abogado.
Lo abrió con desgano, pensando que sería otra excusa, otra forma de decirle que no había salida. Pero lo que encontró fue peor: el contrato matrimonial, el mismo que ella había firmado meses atrás.
Si, ahí estaban:
📑 Las letras pequeñas
Selena comenzó a leer. Al principio, las cláusulas eran las mismas que recordaba: unión empresarial, estabilidad de imagen, beneficios compartidos. Pero al avanzar, sus ojos se toparon con las letras pequeñas, esas que nunca había notado o mejor dicho que nunca leyó.
“El matrimonio no podrá ser disuelto antes de cumplir un mínimo de tres años, salvo que ambas partes acuerden la separación y las empresas involucradas aprueben la disolución. En caso contrario, la ruptura implicará la pérdida total de activos, propiedades y beneficios adquiridos durante la unión.”
Selena sintió que el aire se le escapaba.
—¡Tres años! —susurró, con voz quebrada—. ¡Tres años atrapada en esta farsa!
El celular cayó sobre la cama. Se llevó las manos al pecho, como si quisiera detener el dolor que la atravesaba.
Las lágrimas volvieron con más fuerza. Se sentía engañada, usada. Recordó la voz de su padre, firme y calculadora:
«Seis meses, hija. Solo seis meses.»
—¡Mentira! —gritó, golpeando la almohada—. ¡Me mintieron!
El dolor era insoportable. No solo estaba atrapada en un matrimonio que no quería, sino que ahora sabía que la salida estaba mucho más lejos de lo que había imaginado.
«Soy una inútil» pensaba con pesar «No supe leer, no supe defenderme. Firmé mi propia condena.»
Se levantó y caminó por la habitación, con pasos erráticos. Miraba el contrato en la pantalla del celular, como si las letras fueran cuchillos que la atravesaban.
—No tengo valor… —murmuró—. No tengo valor para quedarme sin un peso. ¿Por que me hacen esto? No me lo merezco, o ¿si?
Se dejó caer en el suelo, abrazando sus rodillas. El llanto era tan fuerte que parecía un eco en la habitación.
Moisés, que había estado afuera de la habitación, escuchó los sollozos y se acercó a la puerta. No entró porque estaba cerrada. Se quedó apoyado en el marco, imaginando a Selena desde la distancia.
Por primera vez, podía sentirla rota. No era la mujer fuerte y elegante que enfrentaba todo con ironía. Era alguien devastada, atrapada en un contrato que la convertía en prisionera.